Que a los dos antiguos rivales de la Guerra Fría, enfrentados también en el conflicto proxy sirio, les unen intereses particulares más que la solidaridad, y que cunde el escepticismo tras cinco años de guerra y cientos de miles de muertos, quedó claro cuando, en rueda de prensa el viernes noche, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, sentenció que «nadie edifica [este acuerdo] basándose en la confianza»: «Está sustentado en la supervisión, el cumplimiento, el interés mutuo. Es una oportunidad, y nada más que eso hasta que se convierta en una realidad».
Su homólogo ruso, Serguei Lavrov, también fue cauto, y prometió junto a Kerry que Rusia haría «lo que dependa de nosotros», pero matizó que «no todo» está en la mano de Moscú. Ahora a ambos les aguarda la ardua tarea de defender el acuerdo ante sus volátiles aliados y convencerles de que participen de él. Lavrov aclaró que Bashar Asad está informado y listo para cumplir con su parte.
El Alto Comité de Negociación, principal interlocutor opositor pero con poca influencia en la oposición armada, dio la bienvenida al acuerdo «si se aplica», y se mostró esperanzado en que su implementación sea «el principio del fin de la tortura de civiles». La ONU también declaró su disposición a trabajar a favor de lo aprobado, mientras la UE aplaudía el acuerdo.
El pacto indica que a partir del séptimo día de «cese de hostilidades», rusos y estadounidenses establecerán un «centro conjunto» para coordinar ataques contra dos grupos yihadistas: el autodenominado Estado Islámico y el Frente de Conquista del Levante, anteriormente llamado Frente Nusra y que se desvinculó de Al Qaeda recientemente – sin mover sus principios un ápice–, pero que se ha ganado cierto prestigio entre los opositores sirios por luchar contra el Gobierno.
«Delinear y separar» sobre el mapa qué zonas ocupa el Frente de Conquista del Levante ha sido el principal motivo de discordia de la hoja de ruta – teniendo en cuenta que ésta no resuelve el otro escollo para la paz, que es resolver el futuro del presidente Bashar Asad. En muchos casos, por tener el mismo objetivo militar, el Frente comparte trinchera con otras brigadas, algunas extremistas y otras no, y varias apoyadas por Occidente. Ahora deberán convencerlas de que se disocien de los yihadistas.
Este nuevo escenario exigirá bombardeos precisos. Justo lo contrario que hasta ahora hacía la aviación oficialista, que castigaba barrios residenciales, hospitales e infraestructuras de uso civil con la excusa de perseguir a los «terroristas». Por eso la Fuerza Aérea Siria será excluida de la acción conjunta ruso-estadounidense. «El régimen no podrá hacer en el futuro lo que hizo en el pasado, es decir, ir detrás de Al Nusra, lo que es legítimo, pero en realidad atacar a la oposición moderada», alegó Kerry.
Se teme que este tipo de acción indiscriminada oficialista se ejemplificara ayer en la provincia noroccidental de Idlib. Aviones no identificados bombardearon las inmediaciones de un mercado de la capital y mataron a 24 personas, entre ellas varios niños.
Otras localidades, como la cercana Yish al Sujur, Duma –en Damasco– y el este de Alepo también fueron blanco de ataques aéreos, coincidentes con una ofensiva para avanzar sobre el Ejército de Conquista, una alianza de alzados.
A partir del lunes por la noche, según el pacto entre Estados Unidos y Rusia, esto ya no será posible. Según formula –no se conoce el texto íntegro porque según Serguei Lavrov, se quiere evitar un «sabotaje»– ninguno de los contendientes podrá tratar de progresar militarmente. Además, todos los actores sujetos al acuerdo deberán permitir el flujo libre de ayuda humanitaria a las áreas asediadas del país, la mayoría víctimas del cerco de los leales a Asad.
Alepo, la segunda urbe de Siria y considerada el gran campo de batalla, tendrá un especial seguimiento. A principios de semana los oficialistas, reforzados con brigadas chiíes iraquíes, volvieron a cercar los distritos opositores del este del país.
El alto al fuego que se iniciará el lunes, coincidiendo con la festividad musulmana del Sacrificio, exigirá la apertura de la conocida como carretera de Castello para transferir provisiones a los 250.000 civiles atrapados, y la desmilitarización de un área próxima.
Tanto en Alepo como en otras áreas de Siria se han declarado varios altos el fuego anteriormente, pero siempre han acabado rotos entre acusaciones mutuas de falta de compromiso o de querer aprovecharse para tomar ventaja en la guerra. No ha ayudado que, como volverá a ocurrir esta vez, no habrá una fuerza sobre el terreno al cargo de garantizar que no haya escaramuzas. Tampoco facilita las cosas el sobrecargado tablero sirio, que ha visto este mes cómo los turcos entraban en liza del lado alzado.