ABC 01/07/16
EDITORIAL
· Con el veto rotundo al caso escocés tras el Brexit, la Unión ha radiografiado lo que le ocurriría a Cataluña si los independentistas perseverasen en su disparate. Aviso a insensatos navegantes
UNA de las consecuencias más graves del Brexit es la reactivación del independentismo escocés, cuyos líderes recuerdan que perdieron el referéndum separatista porque muchos escoceses no querían abandonar la UE. Quien ahora ha decidido salir de la Unión es el Reino Unido, lo que ha producido para los escoceses una especie de cambio sobrevenido en las condiciones de permanencia de Escocia en el país. El argumento de los escoceses tiene público. Se presentan como víctimas de la torpeza de David Cameron, y se da por bueno cualquier desastre que provenga de su irresponsable decisión de someter el Brexit a consulta popular. Sin embargo, no son los escoceses los únicos británicos descontentos con el resultado, ni la ruptura del Reino Unido es un castigo merecido por Cameron. Bastante graves van a ser los perjuicios causados por el Brexit a las economías británica y europea, y a la cohesión social y política de Europa, como para añadir el del impulso a movimientos separatistas.
España y Francia han acertado plenamente al oponerse a cualquier negociación, o mera comunicación, entre la UE y Escocia para tratar la permanencia separada de esta región en el ámbito comunitario. Jugar a dividir el Reino Unido es una temeridad y cualquier acto de tolerancia con el separatismo escocés puede tener un efecto dominó inaceptable.
Aun fuera de la UE, el Reino Unido seguirá siendo un socio preferente, en todos los órdenes, incluido el de la seguridad colectiva, tan esencial en esta coyuntura histórica de amenaza terrorista global. Habrá un día siguiente a aquel en el que se haga efectivo el Brexit, y el Reino Unido no desaparecerá. Incluso mantendrá su peso político en el concierto internacional, aunque un exceso de eurocentrismo lleve a pensar que fuera de la UE no hay vida. El error de Cameron no justificaría el error de legitimar el separatismo escocés, debilitando al Reino Unido, porque desvirtuaría el sentido de la UE como una organización integradora, no desintegradora, de estados.
El nacionalismo catalán ya ha visto en el Brexit la rendija por la que volver a colar la separación de Cataluña en la agenda europea. Su oportunismo no tiene límites ni escrúpulos. Tampoco sentido común, porque el paso del tiempo apaciguará los ánimos y permitirá encarar el Brexit con la firmeza que pide Merkel y el sosiego que reclama Rajoy. Entonces se discriminará con precisión lo que el Reino Unido merece y no merece. No merecerá, desde luego, una política europea contemporizadora del separatismo escocés, porque, si malo es el contagio del Brexit, peor es el contagio del independentismo.