ESTE Gobierno, que ya tiene un lugar en los apéndices de la historia, aún puede evitarse una humillación final: que sea el petit caporal carlista, el que arenga a las patotas de los CDR y luego se asusta y no sabe cómo devolver a su caja el monstruito liberado, quien decida cuándo se disuelven cámaras en España. La dignidad de la última bala del tambor reservada para uno mismo es la única que le queda a Sánchez antes de que lo cojan vivo y terminen de desbaratarle a bofetadas la ficción de puto amo kennediano todos esos personajes de extramuros con los que alcanzó en la moción de censura un indigente acuerdo fáustico. Iglesias incluido, pues hemos vuelto a comprobar que Podemos, pese a sus pomposas simulaciones institucionales, no pierde jamás ocasión de apoyar cualquier cosa que contribuya a destruir desde dentro el régimen del 78 sobre cuyos escombros anhela cumplir todos los sueños fracasados de la España que perdió la guerra: cuanto mayor sea la destrucción, más jugosa será la patente de obra de esa nueva Transición fetén que ya ha comenzado con la expurgación social de la derecha y su reducción primaria al cliché franquista.
Tampoco puede decirse que entre los diversos motivos disponibles para avenirse Sánchez a convocar elecciones haya ninguno especialmente decoroso. La impotencia parlamentaria. El despelote de la rectificación constante que revela que no existe una sola idea sólida aparte de la voluntad de ocupar el espacio de poder y de repartir el botín otorgado por la costumbre partitocrática. Los amagos censores a los que sólo falta concretarse en una palabra tan sonora como mordaza. El desastre de los presupuestos y sus ardides. La agresión al relato constitucional del golpe y a los magistrados. Las dimisiones, la tesis, la ministra que deja al pisar las alfombras restos fecales de las cloacas… En fin, que cada cual agregue en esta línea de puntos (……….) el motivo de su preferencia que se me está olvidando, aunque apiádense del astronauta, pobre. Pero cualquiera es preferible a la posibilidad de que el independentismo pueda mostrar, a modo de trofeo de caza, la cabellera de un gobierno español que hasta el último instante fue ante los golpistas suplicante y falaz en cuanto al bulo negociador. A qué tanto miedo a las urnas, si Sánchez puede hasta ganar las elecciones, sacudirse las dependencias y disponer de cuatro años completos para seguir paseando por Nueva York con la quijada prieta y rodeado de guardaespaldas como un boss de los Gambino.