Ignacio Camacho-ABC
- Si va a las urnas, Sánchez necesita crear antes un estado de crispación civil salvaje, un estrés político asfixiante
Cualquier día de éstos saca Tezanos una encuesta diciendo que su admirado Pedro ganaría por paliza en unas elecciones anticipadas y que hasta Ábalos o Cerdán podrían ser presidentes de las autonomías valenciana y navarra. Sólo que no parece que su jefe le tenga mucha confianza pese a la obstinación con que lo mantiene en el cargo rozando la malversación presupuestaria. Así lo reconoció la semana pasada cuando dijo que no disolvía las Cortes por no dejar el país en manos de la oposición, escalofriante manifestación de sinceridad antidemocrática que los suyos han aceptado con una naturalidad rayana en la sumisión voluntaria. He ahí la clave del drama político que vive España: un hecho tan alarmante como la supresión de la alternancia cuenta con la aprobación de la mitad aproximada de la opinión ciudadana.
Ésa es la única posibilidad de supervivencia del sanchismo. En los sondeos sigue apareciendo una proyección de seis millones largos de electores decididos a volver a votar al PSOE por puro instinto autodefensivo, con la nariz tapada para no percibir el olor a descomposición que desprende su partido. Sí, son corruptos pero son los míos. Al Gobierno le hace más daño el putiferio, y por eso ha rescatado el proyecto abolicionista en un intento probablemente tardío de sujetar ese voto femenino escandalizado por la crudeza de las historias de lumis y prostíbulos. Pero de la venalidad no tiene demasiado que temer en estrictos términos cuantitativos; el apoyo que podía perder ya lo ha perdido.
La opción A sigue siendo, pues, aguantar, esperar a que escampe y otear el horizonte después del verano. Otra cosa será si el temporal no amaina y de los discos duros confiscados salen mensajes penal o políticamente comprometedores para el P*** Amo. Por si acaso, esta vez es el propio entorno de Sánchez el que está especulando con alternativas de liderazgo. Circulan al respecto nombres sucesorios, todavía en estado muy embrionario porque todo el mundo es consciente de que un paso en falso supone riesgo de resultar decapitado. En ese supuesto, la incógnita es si el interesado resignaría el mando para estirar la legislatura uno o dos años o si se jugará la última carta como candidato.
En la segunda hipótesis ninguna maniobra es descartable. Si va a las urnas necesita crear antes un estado de crispación salvaje, un estrés institucional asfixiante. Alguien podrá pensar que más tensión ya no cabe. Pero este Ejecutivo tiene experiencia en solapar los escándalos a base de iniciativas tóxicas capaces de inducir mutaciones constitucionales. Para esa eventual campaña Moncloa tendría que pensar a lo grande, sin parar mientes ante nada y ante nadie. Bajada de la mayoría de edad, estructuras confederales, listas conjuntas de izquierda, referéndum en Cataluña… El tiempo que quede no va a ser fácil. Las aventuras autoritarias arman mucho estrépito al desplomarse.