Las víctimas del terrorismo, ya lo sabemos, serán pronto olvidadas. Por eso mismo importa preguntarse qué haremos antes para que esta sociedad les pida perdón por lo mucho que ha contribuido con su cobardía a ese sufrimiento.
Aquí abundan las personas, como Pedro Ugarte, que siempre han sabido llevarse bien con los unos y con los otros. Virtuoso de la tibieza, su última columna («Tiempo de Adviento», 5 de marzo) ilustra a la perfección el modo como hemos llegado a tanta barbarie. Replico a algunas de sus pareceres. A lo mejor a él le basta que a Euskadi llegue pronto la paz; otros queremos que se alcance una paz justa y eso exige bastante más que abandonar la guerra: exige juzgar sus falsas premisas y pedir cuentas de los daños causados.
El retrato de esa pobre señora que en el ascensor se agarra el bolso cuando oye hablar euskera no refleja el clima real ante esa lengua. En cambio, esta facilona caricatura del columnista refleja la escapatoria habitual cuando se trata de responder a la muy cuestionable legitimidad de nuestra política lingüística. Las víctimas del terrorismo, ya lo sabemos, serán pronto olvidadas. Por eso mismo importa preguntarse qué haremos antes para que esta sociedad les pida perdón por lo mucho que ha contribuido con su cobardía a ese sufrimiento. En su traca final, nuestro hombre deja caer que lo que él bautiza «frente de los buenos» puede estar formado por gente tan «miserable» como ese intelectual que señala sin nombrarlo. Sin duda el columnista no conoce a otro intelectual en Euskadi ni en toda España que haya prodigado tantos años, tantas razones y tanto riesgo personal en combatir el terrorismo (y el nacionalismo) vasco, como aquél al que está insultando. ¿Será entonces este ejemplo de inteligencia y coraje lo que no soporta el Sr. Ugarte y le mueve al insulto?
Aurelio Arteta, EL PAÍS, 11/3/2011