KEPA AULESTIA-EL CORREO

Los incidentes protagonizados por jóvenes en las ‘no fiestas’ han sido motivo de un cruce de invectivas entre Arnaldo Otegi y cargos institucionales del PNV que revela una disputa más de fondo. La incapacidad ontológica de la izquierda abertzale para reprobar el uso de la violencia ha llevado a Otegi a explicar desmanes provocados para, supuestamente, reivindicar el derecho a la fiesta frente al derecho a la salud. El argumento de que tales comportamientos son reflejo del neoliberalismo sería paternalista o peregrino, sin más, si no denotara una visión totalitarista de lo que pasa en la sociedad. En cualquier caso, que el consejero Erkoreka recordara el pasado del líder de EH Bildu y que éste calificara de «miserable» la crítica del lehendakari han mostrado un enconamiento más que elocuente entre quienes representan a las dos familias abertzales. EH Bildu tratando de congraciarse con los jóvenes señalados por su irracionalidad en tanto que no puede condenar su comportamiento y busca su anuencia. Y el PNV reprochando a la izquierda abertzale aquello que en momentos anteriores parecía proclive a pasar por alto; elevando el tono muy por encima del empleado para censurar los ‘ongi etorris’. Subrayar las connivencias de la izquierda abertzale con el terrorismo etarra es el cortafuegos más eficaz para desbaratar una alternativa de izquierdas al hegemonismo jeltzale.

Frente a ello, la casamata tras la que la izquierda abertzale espera su oportunidad es el ‘antipeneuvismo’ latente en distintos sectores de la sociedad vasca. Se trata de un fenómeno que no da para un programa político, ni siquiera para una alianza circunstancial. Coinciden en él diversas reservas ideológicas, una disposición reactiva al hegemonismo jeltzale y no poca prevención hacia la privatización partidaria de todo lo público, incluido el empleo por designación. Es lo que impide al PNV incrementar su representatividad electoral. Pero en tanto que, en gran medida, se trata de una contestación de orden moral al nacionalismo gobernante o a los gobernantes nacionalistas, resulta imposible que los de Arnaldo Otegi y los del recién absuelto Josu Urrutikoetxea sean capaces de dar cuerpo político a un ‘antipeneuvismo’ difuso o diletante.

La inquina de los últimos días aflora un pulso que ambas partes parecen dispuestas a sostener en el tiempo. Como si se estuviesen citando continuamente para medir fuerzas en esa última frontera que se divisa como un desafío histórico desde los años sesenta del pasado siglo. Por de pronto, la confrontación entre el PNV y EH Bildu anuncia que, en lo que resta de legislatura, no habrá siquiera un amago de coincidencia soberanista en torno al futuro del autogobierno. Anuncia que en los dos próximos años preelectorales asistiremos a una sucesión de encontronazos buscados a conciencia entre ambos.