TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • En Moncloa reaccionaban para tratar de ganar el debate perdido la noche anterior… con el argumento del fraude

Horas después del debate, asumida la derrota a golpe de frotarse los ojos y ver que incluso en ‘El País’ lo declaraban perdedor, la maquinaria del sanchismo se puso ayer a construir su última gran mentira: sentenciar que Feijóo no había ganado, puesto que había hecho trampas. Actuando como un Comité de Competición que retira un título deportivo, montaban así su último relato con la hechura recurrente del victimismo populista: Sánchez había acudido a debatir de buena fe pero, después de tantas operaciones desleales de la derecha económica y mediática, había padecido un acoso marrullero de Feijóo para ejecutarlo en directo. Su gente percutía en Twitter esos mantras: ¡manipulación! ¡mentiras! ¡fraude! Las ‘cheerleaders’ de ambos sexos del sanchismo enjugaban los pañuelos para volver a la barricada de las redes a tratar de imponer el relato en las cámaras de eco. Lo sucedido en el debate fue una lección que quedará para los manuales. Sánchez había pedido hasta seis cara a cara con la arrogancia presuntuosa de su aplastante superioridad, engañado por el espejismo del Senado donde jugaba con reglas a su medida, y se quedó sin resuello en el primer asalto, buscando oxígeno en las cuerdas como Ali con Evangelista aquel día en Landover. El pecado de soberbia quedó en evidencia en dos minutos, con temblor de manos mientras ese aldeano sexagenario con errores disléxicos le pasaba por encima y además sonriendo. Feijóo había sabido esperarlo, con paciencia de viejo lobo, y no aflojó en todo el debate. Pocos cara a cara, quizá ninguno, se han saldado con tanta diferencia. Al salir sus asesores le pedían a Sánchez lo de la Pantoja –«dientes, dientes, dientes»– pero la sonrisa de Sánchez no pasaba el examen de su lenguaje corporal. Horas después, al comprobar que apenas dos digitales ultracafeteros eran condescendientes, dictaban desde Moncloa el nuevo argumentario contra Feijóo: lo suyo no había sido una victoria sino un fraude.

En el cara a cara, por supuesto, Feijoo usó datos imprecisos, algunos con ventajismo, otros descontextualizados e incluso incorrectos. Sánchez también. Nada raro en un debate, que no se libra con las reglas nobles del marqués de Queensberry sino de la política. Lo raro es que el presidente no tuviera ni un mínimo resorte para plantar cara y rebatirlo. Casi provocaba conmiseración ver a Sánchez tirando él mismo del argumentario victimista del sanchismo para pedir que saliera el Falcon y el eslogan irritante de Txapote. Hubo algo de suicidio ante las cámaras, aunque lejos de un ‘sepuku’ honorable al modo de Mishima. Se puede perder un debate, pero esto suponía perder el último tren. De ahí la maniobra desesperada. Como le sucede a veces a la izquierda con la Guerra Civil, que parecen aspirar secretamente a ganarla casi un siglo después, desde Moncloa reaccionaban para tratar de ganar el debate perdido la noche anterior… con el argumento del fraude. Un mal perder que daba la medida de la derrota.