IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El CIS es el símbolo del sanchismo entendido como una invasión de las instituciones al servicio del poder político

Hombre, Tezanos, si haces una encuesta con casi treinta mil entrevistas para acabar estimando una intención de voto con horquillas de hasta veinte escaños arriba o abajo, no te extrañará que alguien piense que malversas el dinero de los ciudadanos. Un pastizal, por cierto, porque un sondeo con ese trabajo de campo, aunque sea telefónico, sale bastante caro. Con semejante gasto cualquier empresa privada, de ésas que tú desprecias porque sus responsables no son catedráticos, te afina bastante más el resultado, como de hecho hacen con presupuestos mucho más bajos. En una porra de barra de bar ningún parroquiano aceptaría un margen de error tan amplio que puede salir un pronóstico y el contrario. Eso es lo que tú has hecho en realidad, una vulgar porra a cuenta del Estado. La última, o la penúltima si te queda algún ‘tracking’, antes de que pierdas el cargo para el que nunca debiste ser nombrado y en el que has hundido el bien ganado prestigio de decenas de funcionarios.

En una democracia convencional podría considerarse una anomalía que el candidato de la oposición, vencedor presentido, anuncie el cese del director del CIS como una de las primeras decisiones que tomará si llega a presidir el Ejecutivo. Sucede sin embargo que Tezanos se ha convertido en uno de los principales símbolos de ese estilo de gobernar que hemos dado en denominar sanchismo. Y que en pocas palabras consiste en invadir todas las instituciones para ponerlas al servicio del poder político. La lista es larga y va desde el Tribunal Constitucional hasta Salvamento Marítimo pasando por Correos, el CNI, la Fiscalía General, la Comisión de Competencia, el Consejo de Seguridad Nuclear, el Centro de Emergencias Sanitarias o el instituto de estudios estadísticos. En todas esas entidades han aterrizado amigos del presidente o militantes del partido, en algún caso procedentes del Consejo de Ministros. Un control absoluto, férreo, de una obediencia sin resquicios.

Da igual que el CIS admita, al fin, que puede ganar la derecha. Eso sólo significa que a la Moncloa le interesa estimular el voto vaticinando un desenlace por poca diferencia. Todavía esta semana, Tezanos sostenía sin la menor vergüenza –en un artículo de la revista ‘Temas’ donde de paso calificaba de «formación política» a ETA– que la victoria del PP en mayo había sido una gran sorpresa. Es probable que incluso se lo crea de veras porque, además de desempeñarse con un sectarismo ciego, tiene un problema de soberbia profesional irredenta. Pero lo importante es el manejo tendencioso que este Gobierno hace de los organismos públicos, transformados en instrumentos ventajistas para su exclusivo uso. Todos lo han hecho en alguna medida aunque ninguno con tanta falta de escrúpulo y disimulo. Ahí está la respuesta a la pregunta que Sánchez repite ahora a menudo: sanchismo es administrar el Estado como si fuera suyo.