LIBERTAD DIGITAL 02/08/16
CRISTINA LOSADA
No parecerá el PP muy de los Stones, pero el meollo de su estrategia política post 26-J está en un viejo tema que popularizó el grupo de Jagger y Richards, Time is on my side. “El tiempo está de mi parte, ahora dices siempre que quieres ser libre, pero volverás corriendo a mi lado” (Time is on my side, now you always say that you want to be free, but you’ll come running back). Cámbiense un par de detalles, en especial el amor verdadero que ofrece el abandonado de la canción, y tendremos un buen resumen de la actitud del PP hacia los partidos cuyos votos o abstenciones necesita para sacar adelante un Gobierno.
Si algo destila la actitud del partido que, sin duda, salió reforzado de la repetición electoral, aunque no tanto como para arreglárselas solo, es la idea de que el tiempo está de su parte y de que la presión ambiental por evitar unas terceras elecciones es suficiente para alinear a su favor las piezas que le faltan. Hasta ahora, al menos, eso es lo que ha traslucido la conducta de los dirigentes populares después del 26-J. Es como si su euforia de los días siguientes, lógica y natural por haber mejorado sus resultados en votos y escaños, hubiera cementado en una posición de superioridad inapelable, alejada, por tanto, de la flexibilidad necesaria para conseguir sus propios objetivos.
Cuando necesitas a otros, no puedes convocarlos desde el ordeno y mando, como si te debieran su apoyo. De esa manera, lo más probable es que induzcas al rechazo, que acentúes la rigidez de aquellos cuya cooperación precisas. Una cosa es cooperar y otra distinta obedecer. Ningún partido de los que quiere atraer el PP para que permitan la investidura se prestará a aparecer como simple muleta, como mero porteador de un Gobierno de Rajoy que se presume en casi perfecta continuidad con el anterior. Y no me refiero a las personas, al presidente o a los ministros, sino al cuadro general.
En política, no importa sólo ni primeramente lo que es: importa mucho qué parece. La actitud y los mensajes del PP dan a entender que todo seguirá igual, salvo por parciales, posibles y aún no aclaradas rectificaciones. Decir que se está dispuesto a negociar ciertas políticas no basta. Lo que demanda la situación es un cambio de registro del discurso político. Y al PP le está resultando extremadamente difícil pasar de la actitud, tantas veces rayana en lo despótico, del partido con mayoría absoluta a la actitud que ha de tener un partido que precisa el concurso de otros.
En lugar de exhibir fortaleza, que es siempre la tendencia partidaria, el PP tendría que haber exhibido debilidad. Debilidad, sí, en el sentido de reconocer que necesita a otros partidos y ofrecer un marco político diferente al de la pura continuidad, un nuevo marco basado en la cooperación, la integración y la renovación. De haberlo hecho pronto, los populares habrían logrado desplazar el problema del candidato, asunto en el que se ha enrocado Ciudadanos, básicamente porque Rajoy viene a simbolizar la continuidad. El PP se podía haber anticipado a esa posición de C’s, que ya era conocida, ofreciendo otros elementos de renovación notables, pero prefirió adoptar la actitud típica del rival, y ninguneó, de entrada, a los de Rivera. Fue un error no tratar primero -y de igual a igual, no de superior a inferior- con C’s, para dedicarse a presionar a un PSOE que no se puede permitir que le quiten el puesto de principal partido de la oposición. Sí, es verdad que el PP no es el único rígido de esta historia, pero, al ser el más fuerte de entre los débiles, su actitud condiciona en gran medida la de los otros.
El PP se equivoca si cree, como el del tema de los Rolling, que el tiempo está a su favor. Entre el 26 de junio y hoy, hasta ha perdido brillo su triunfo relativo y se ha enfriado la sensación de que el único Gobierno posible es el suyo. No es que haya, ciertamente, alternativas muy verosímiles, pero tampoco son del todo imposibles: ¡dales tiempo! Incluso la posibilidad de unas terceras elecciones, que tan disparatada parecía hace un mes y pico, se baraja ya con frecuencia y naturalidad. Y si el fantasma de una nueva repetición electoral deja de ser disuasorio, el PP se queda sin su única bala para convencer de que le dejen gobernar.