Ignacio Camacho-ABC
- Para unir a la derecha convendría que Pablo Casado empiece por aglutinar todas las corrientes del PP bajo su liderazgo
Para aspirar a la unidad de la derecha, esa encomienda reconstructiva que pesa sobre sus hombros como un mito mesiánico, Pablo Casado tendría que empezar por reagrupar al PP bajo su mando. Unificar, al menos en el sentido político, no significa uniformar sino más bien todo lo contrario; se trata de crear un espacio donde las distintas corrientes, grupos, facciones, tendencias, baronías y hasta clanes se sientan debidamente acogidos y respetados como parte de un proyecto que los considere a todos necesarios, los represente y los integre sin reparos. Conservadores, liberales, democristianos, tardoaznaristas, posmarianistas, ‘sorayos’ y demás familias ideológicas o fulanistas tienen que volver a convivir con normalidad y sin desconfianzas mutuas en el mismo ámbito. Esa tarea es esencial a corto plazo porque Vox no va a aflojarse y ya veremos qué pasa con Ciudadanos, de modo que el partido debe concentrarse en sí mismo, en consolidar su marco y su estructura antes de mirar para los lados. Y la sensación que ofrece, en cambio, es la de que muchos dirigentes, militantes y simpatizantes se sienten lejanos entre sí y reticentes respecto al liderazgo.
Casado tiene razón cuando afirma que Aznar lo tuvo más fácil. Su refundación consistió en absorber a pequeñas fuerzas regionales, un fraguismo terminal y unas cuantas tribus extraparlamentarias dispersas e irrelevantes. Nada que ver con la doble escisión que más tarde legó un Rajoy bloqueado por la corrupción y por su propia galbana pusilánime. Pero en los noventa hubo desde el principio una estrategia, una propuesta y un mensaje: la voluntad de crear una mayoría social con todo lo que hubiese a la derecha de González. Y allí cabía gente tan distinta como Gallardón y Mayor Oreja, Cascos y Piqué, Trillo y Serra, Loyola y Zaplana, Aguirre y Arenas. Incluso Abascal, por cierto. Ahora, en una formación bastante más pequeña, hay problemas para que cohabiten Feijóo y Álvarez de Toledo, Ayuso y Almeida, Moreno y García Egea. Falta cintura, generosidad, grandeza, y sobran recelos conspirativos y actitudes estrechas para tan escaso debate de ideas.
No sólo es una cuestión de convivencia o de disciplina orgánica. También el electorado vive en estado de susceptibilidad hiperventilada. La irrupción del maximalismo populista ha demonizado la discrepancia, reprobado el pragmatismo e incrementado la demanda de exigencia dogmática. En ese sentido el PSOE lleva mucha ventaja porque es capaz de federar bajo sus siglas al radicalismo filopodemita, al criptonacionalismo y a los restos de la socialdemocracia; a Page y a Iceta, a Armengol y a Vara. Frente al éxito inmediato del desahogo ensimismado y la retórica exaltada, la cúpula del PP tiene la responsabilidad de recuperar la pedagogía de un liberalismo abierto, de miras amplias, que sepa dar valor a la suma de varias perspectivas de una misma España.