FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS

  • Si hay algo positivo en el perfil de Yolanda Díaz es que ya sabe que eso de gobernar es algo más espinoso y complejo de lo que suelen contener las consignas

Lo que distingue el nuevo proyecto de Yolanda Díaz de Podemos es que nunca ha parecido sentirse mal en el Gobierno al que pertenece. Ha podido mantener distancias públicas en algunas cuestiones, pero sin desafinar en exceso. Ha sido una voz amable que sintonizaba sin problemas con la tarea encomendada. Y eso tiene un importante valor en nuestro enrarecido ambiente político, donde el despelleje de todos a todos está a la orden del día. Añádanle algunos de los atributos de su personalidad —su omnipresente sonrisa, por ejemplo—, o su incansable búsqueda de acuerdos en el diálogo social, y se explica por qué es el político más valorado. En dos palabras, ni polariza ni se pierde en guerras culturales; prefiere ir a lo suyo.

La cuestión que se suscita, sin embargo, es si dichas particularidades son compatibles con el liderazgo mucho más rudo y “masculino” de Unidas Podemos, inclinado, casi por imperativo metodológico, a la indignación permanente, a la confrontación como arma de acción política. Creo que no, y por eso mismo no le será fácil “sumarles” a su proyecto. Lo interesante del caso, sin embargo, es que no les queda otra, van a tener que tragar, a menos que Pablo Iglesias decida regresar a la primera línea de la política para tratar de restaurar el Podemos originario. Es poco probable porque el recurso a Díaz nace precisamente de la necesidad de unificar todo ese archipiélago en que habían devenido las tribus a la izquierda del PSOE. Se mire como se mire, es o ella o la irrelevancia.

Vamos a asistir, por tanto, a un curioso ensayo de ingeniería política. Y ya sabemos lo que se requiere para el éxito de este tipo de empresas: liderazgo más organización. O mejor, un líder bien sintonizado a un aparato de partido. Díaz satisface el primer requisito, pero, por lo dicho, va a tener más difícil gozar de lo segundo. Es más, pretende construir sin previamente haber asentado esa segunda pata. De ahí el nombre, Sumar, o lo imprevisible del proyecto. Porque aquellos que están más organizados, Unidas Podemos, parecen ser también los menos entusiastas. Temen perder el control y eso es imperdonable en cualquier organización política. La solución estaría en un tercer elemento indispensable para asentar cualquier proyecto político: el discurso, la ideología o como quieran llamarlo. No basta con recurrir a la fácil ubicación espacial, eso de estar a la izquierda de la izquierda. ¿En qué se concreta esa posición en las circunstancias actuales? ¿Cuáles son sus rasgos diferenciales con el PSOE? ¿Cómo piensan abordar los retos del futuro? Todas ellas son todavía cuestiones abiertas a la espera de una respuesta. A este respecto, el antecedente de la candidatura andaluza no ha ofrecido señales demasiado estimulantes. Se limitó a ser un reparto de cromos entre los grupos y buenas palabras.

Y, sin embargo, es el aspecto más relevante cara a su competencia con el PSOE, aunque también el más difícil. Si hay algo que es positivo en el perfil de Yolanda Díaz es que, tras su estancia en el Gobierno, ya sabe que eso de gobernar es algo más espinoso y complejo de lo que suelen contener las consignas. Muchas de ellas se diluyen como azucarillos una vez enfrentadas a la realidad de las cosas. La ventaja de la socialdemocracia es que esto ya lo ha interiorizado, dejándose por el camino buenas dosis de utopismo. Cómo conservar el halo utópico de la izquierda sin caer en fórmulas mágicas debería ser la aspiración básica de su nuevo discurso. El más difícil todavía.