LIBERTAD DIGITAL 07/02/17
CAYETANO GONZÁLEZ
· El futuro de Ciudadanos depende más de lo que haga o deje de hacer el PP que de otra cosa.
Un partido político, el proyecto ideológico que representa, tiene que aspirar a ser útil a la sociedad, porque en caso contrario está muerto. UCD fue un partido que resultó útil a la ciudadanía en los primeros años de la Transición, pero en cuanto perdió, por muy diversos y diferentes motivos, esa cualidad, sencillamente, desapareció, a comienzos de la década de los 80. La denominada Operación Reformista, encabezada por Miquel Roca, no fue percibida en 1984 ni como necesaria ni como útil y se quedó en una buena idea de laboratorio. UPyD tuvo su momento de utilidad para un votante desencantado con el PSOE, pero las peleas internas y otros errores de estrategia le condujeron también a la desaparición. Son sólo tres ejemplos de nuestra historia reciente, pero que deberían servir para analizar el presente y el futuro de los partidos en España.
Ciudadanos acaba de celebrar su Asamblea General, donde, además de ratificar al líder, ha reivindicado el espacio del centro político bajo la definición de «liberal progresista» y ha expresado su intención de convertirse en un partido de gobierno a partir de 2019, año en el que habrá elecciones municipales y autonómicas. Las generales tocarían, en expresión pujolesca, en 2020, siempre que Rajoy no las adelante.
El futuro del partido de Albert Rivera es una gran incógnita, porque, por mucho diseño de laboratorio que se haga –y la idea de ocupar el centro político desde el liberalismo progresista teóricamente no es mala–, al final son los electores los que dictaminan si eres útil o has dejado de serlo. Ciudadanos ha sido útil, y sería deseable que lo siguiera siendo, en Cataluña como muro de contención al régimen nacionalista. Hace tres años decidió dar el salto y convertirse en una fuerza política de ámbito nacional, con un resultado más que aceptable: 40 escaños en las elecciones generales de diciembre de 2015, que se vieron reducidos a 32 en las de junio de 2016.
Su discurso a favor de la regeneración democrática y contra la corrupción era muy necesario, y en el pacto que firmó con el PP para apoyar la investidura de Rajoy consiguió que este aceptara muchas de sus medidas y propuestas, que ahora toca desarrollar y poner en marcha. Los dirigentes de Ciudadanos saben que gran parte de su voto, no todo sin duda, procede del votante desencantado con el PP de Rajoy y con las políticas, más bien con la falta de políticas, que éste llevó a cabo después de ganar por mayoría absoluta las elecciones generales de 2011.
El futuro de Ciudadanos depende más de lo que haga o deje de hacer el PP que de otra cosa. Si los populares son capaces de crear las condiciones necesarias para que todos aquellos votantes que se les fueron vuelvan a la casa del padre, el espacio electoral del partido de Rivera se reducirá bastante: seguirá manteniendo un nicho electoral, gracias sobre todo a los jóvenes, pero tendrá muchas dificultades para crecer en unas proporciones que le permitan ser realmente un partido de gobierno. Pero si el PP sigue cultivando el culto a un líder que provoca un gran rechazo, por ejemplo, en el electorado joven o no tiene la habilidad suficiente para integrar a las diferentes sensibilidades que existen en sus filas, entonces Ciudadanos tendrá más posibilidades de crecimiento.
Además de lo que haga el PP, Ciudadanos tendrá que demostrar con hechos que ya empieza a ser mayor de edad y no cometer los mismos errores que, por ejemplo, achaca a los viejos partidos. Por otro lado, no debería perder de vista por qué y para qué le votaron 3.100.000 personas hace ocho meses. Y haciendo todo bien, nadie le asegura que cuando lleguen las próximas elecciones los ciudadanos sigan pensando que votarle sigue siendo útil, o que, por el contrario, ya no merece la pena hacerlo. Así es la política.