Tonia Etxarri-El Correo
La fecha de ayer, en la que se cumplía el primer aniversario de la catástrofe de la dana en la Comunidad Valenciana, Castilla–La Mancha y Andalucía, le fue de perlas al presidente del Gobierno para zafarse de las respuestas sobre la corrupción en el Congreso. Ayer no tocaba. Eso dijo. Y con ese mantra evitó entrar al trapo de Núñez Feijóo, aunque no mantuvo la misma actitud con el PNV ni con Podemos, a quienes respondió de mil amores sobre otros temas extra dana. Una actitud falsaria que mereció el reproche del jefe de la oposición que le recordó, puestos a honrar la memoria de quienes sufrieron el azote del temporal, que hace un año el Gobierno tuvo poco respeto por las víctimas porque no suspendió el pleno del Congreso para poder aprobar el decretazo de los nombramientos del Consejo de RTVE. Las prisas por repartirse los sillones en la cúpula de la tele provocó que mostrasen un «respeto selectivo a las víctimas», según Feijóo.
Un año después de aquella tragedia, que asoló 237 vidas, arruinó negocios y destrozó viviendas y garajes, ha anidado la confrontación partidista. Volvemos a ver la utilización del luto y la manipulación del dolor de las víctimas. Entre el shock de quienes se vieron arrastrados por la fuerza de las riadas y pudieron contarlo; la falta de reacción de los gobiernos entre improvisación y negligencias (¿dónde estaba cada quien?); los problemas de infraestructuras pendientes de solución desde hace décadas; y el discurso de los ilustres ignorantes que defendían que no se puede cambiar el curso de la naturaleza… entre todo eso el Gobierno y el PP han entrado a degüello cargando responsabilidades sobre el adversario. Pero quienes son capaces de recorrer el camino más allá de la propaganda, saben que hay responsabilidades compartidas en la gestión de aquella debacle. Fallaron todos. Mazón, sí. Sánchez, también.
Ninguno estuvo a la altura. Con la excepción de los Reyes, el Gobierno de la Moncloa y el autonómico de Carlos Mazón ofrecieron un espectáculo lamentable. La empatía, una palabra que ayer fue utilizada como un disco rayado por todos los portavoces de Pedro Sánchez, quedó para los alcaldes y los voluntarios.
Carlos Mazón ha llegado a este primer aniversario hecho fosfatina. Incapaz durante todo este año de explicar por qué estuvo desaparecido cuando más se le necesitaba. Muy pocos, en realidad, estuvieron en su sitio. Tampoco Sánchez, que no comía en El Ventorro sino que cenaba en la India y dejó que Mazón se cociera en su propia salsa. Ni los ministros que desaparecieron del mapa. Ni la vicepresidenta Teresa Rivera, responsable de la Confederación Hidrográfica del Júcar, con su apagón de alertas, que ni estaba aunque se la esperaba.
En el acto institucional de homenaje de ayer en Valencia, Mazón, relegado del saludo en la sala restringida, se llevó los insultos. En el encuentro con la decena de familiares, a Sánchez se le vio despistado y distante. Quizá por temor a algún desplante. O porque la impostura, en estos casos, no cuaja. Los Reyes, en su sitio, dando al luto la importancia que se merecía. Esa, la de Felipe VI, jefe de Estado y paño de consolación, es la empatía.