IGNACIO CAMACHO-ABC   

 El bloque constitucionalista siente vértigo ante el 155 y empieza a ver las elecciones como aliviadero del estrés político

EN la teoría democrática, las elecciones son el mejor y más limpio modo de resolver un bloqueo político; si nadie logra ligar una jugada, se vuelve a empezar con un nuevo reparto de cartas. Es dudoso, sin embargo, que ésa sea en este momento una salida útil para la situación catalana. Sin duda unos comicios anticipados aliviarían temporalmente la abrumadora tensión acumulada pero no está claro que puedan ofrecer una solución de más alcance que el de esa improvisada función de válvula. Sí lo está en cambio que permitirían al independentismo recuperar aliento cuando por primera vez ha empezado a retroceder en su posición de ventaja. 

Sucede que el Estado, representado por el Gobierno y el bloque constitucional, no tiene confianza en sí mismo. Siente casi más vértigo que los separatistas ante la aplicación del artículo 155. Los socialistas, cuya organización catalana está escorada hacia el nacionalismo, suspiran por cualquier pretexto para descolgarse de la intervención en la autonomía y a Rajoy se le hace cuesta arriba la idea de aventurarse en terreno desconocido. Los dos grandes partidos temen enfrentarse a una oleada simultánea de resistencia y de victimismo. La adrenalina política del sábado se está disipando ante la incertidumbre de un salto al vacío. La obligación de ejercer la autoridad, tan antipática en la sociedad de la queja, ha abierto fisuras en la cohesión de los dos grandes partidos. 

En el otro bando, a Puigdemont empieza a temblarle el pulso ante el precipicio. Tiene motivos: le espera el cese inmediato y puede incluso acabar detenido. Parte de los suyos le presionan para que pise el freno porque a la burguesía catalana se le ha hecho insoportable el estrés del conflicto. Quizá ya no le parezca tan grato el horizonte del martirio, sobre todo intuyendo que puede beneficiarse de él algún aliado más cauto y más listo. Así las cosas, la llamada a las urnas se perfila para ambas partes como un alivio, una tregua para ganar tiempo, una suerte de armisticio.  Pero no cabe llamarse a engaño: de esas eventuales elecciones saldrá vencedor de nuevo el soberanismo, que sólo o en compañía de los comunes –es decir, de Podemos– estaría en condiciones de reemprender su proyecto. El procès 3.0. La mejor de las posibilidades del constitucionalismo, el mal menor, sería que el PSC volviese a una coalición multipartita de gobierno, una opción con la que Pedro Sánchez se sentiría satisfecho. Y bajo la apariencia de una salida legal, democrática y digna del atolladero, el régimen nacionalista quedaría indemne, a salvo del inminente desmantelamiento, en condiciones de plantear como poco la reforma constitucional que consolide e incremente sus privilegios. El presidente Rajoy, al que tanto tiempo y tanta zozobra le ha costado abandonar los miramientos, sabrá si al cabo valía la pena dar el paso que ha dado para terminar conformándose con eso.