Estefania Molina-El Confidencial
- La venganza indirecta de un Albert Rivera expulsado de la política en 2019 es haber creado una plataforma de base social indomable
La estrategia de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para este 4-M ha deja un extraño sabor de boca a la izquierda, por la cadena de errores tácticos que ha provocado la hipótesis infundada de que podían captar ‘el misterioso voto de Ciudadanos’ para desbancar a la derecha, haciendo que el votante naranja desafecto fuera en masa a Ángel Gabilondo (PSOE). Sin embargo, la venganza indirecta de un Albert Rivera expulsado de la política en 2019 es haber creado una plataforma de base social indomable –fuera de Cataluña– a los intereses de la izquierda, poniendo en apuros a la coalición de Gobierno PSOE-UP a largo plazo, ante la inminente refundación del centroderecha.
En primer lugar, porque fue el propio Iglesias quien confesó en una entrevista en ‘El Intermedio’ (La Sexta) en marzo la teoría del ‘reparto de electorados’ para maximizar sus posibilidades de destronar a Isabel Díaz Ayuso. Es decir, la creencia de que Gabilondo debía seducir al votante de Cs y PP, mientras que Podemos debía fusionarse con Más Madrid. La segunda tesis no llegó a término: Mónica García plantó a Podemos. Pero la primera parte sí se puso en Marcha. Gabilondo vetó a Iglesias (a ‘este’ Pablo, en marzo), y un mes después le abrió los brazos, para sorpresa generalizada. “Pablo, nos quedan 12 días para ganar las elecciones”.
Pero lo que ha ocurrido en ese impasse no solo fue que Cs apostó por ser de nuevo la muleta del PP, como argumentan algunas voces de la candidatura socialista. Las encuestas revelan una premisa clara: que el PSOE podía tener, ‘de facto’, nulas posibilidades de recuperar al votante naranja en Madrid –algo que Sánchez ya podía saber tras la campaña nacional de noviembre de 2019. El motivo es que su origen era el antiguo electorado del PP y que, hundida esa formación, se aglutinarían en torno al voto útil de Ayuso. Las Tablas, Sanchinarro… hasta una serie de zonas copadas por familias jóvenes de centro-centro liberal, que podrían hacer que se ensanchara la base de los populares. Es decir, rompiendo la brecha generacional de un PP encallado en el flanco de voto envejecido desde 2015.
Si bien, la estrategia del PSOE de ir a buscar voto de Cs y enmendarse en el ecuador de la campaña pecó de tacticista y de obviar la foto de conjunto. Primero, por el efecto de desmovilizar a la izquierda ante un posible choque entre Gabilondo e Iglesias. Otra vez gresca, ante una derecha coordinada. Segundo: porque el relato se vio desde el minuto uno del todo inverosímil, dado que Reyes Maroto (ministra de Industria y posible vicepresidenta económica de Gabilondo) venía de compartir Consejo de Ministros con Iglesias, exvicepresidente del Gobierno.
Así pues, el primer error de la izquierda fue de base marquetiniana, fruto de la fiebre de la sondeocracia que acecha a la política española desde hace un lustro. A saber, que los relatos no caen en el vacío, y que si caen en el vacío, pueden llegar a sonar tan huecos como este. Pese a ello, PSOE y Podemos lo tenían difícil. Los socialistas, por una falta de liderazgos en la Comunidad. Eso propició el salto del Gobierno de Hanna Jalloul, o la carta de Maroto, ante un Gabilondo que desde 2019 le había cedido el liderazgo de la oposición a Mónica García. En el caso de Podemos, al borde de la desaparición, con los recientes rumores de si Iglesias se iría a hacer de periodista ‘crítico’ ante el desgaste de su figura.
Así pues, Rivera asestó un golpe –obviamente involuntario– en el primer tramo de esta campaña para el 4-M a Sánchez e Iglesias. Si Ciudadanos le dejó tirado a él en 2019, su votante podría hacer lo propio con la izquierda a 2021. Y todo ello, en unos comicios que pueden determinar el futuro Gobierno de España –como expliqué aquí. Eso es así porque la fortaleza de Sánchez se basaba hasta ahora en una derecha dividida en tres y un PP que, de prosperar las mociones de censura en Murcia y más regiones, habría quedado debilitado a manos de Vox, tras el fracaso en Cataluña. Pero con un PP pujante gracias a la refundación del centroderecha este 4-M, el tablero ha pegado un vuelco inesperado para Sánchez.
El votante medio seguramente no piensa que España se debate entre la democracia y un proyecto fulgurante de inspiración fascista
Pero hubo segunda parte en esta campaña, fruto del pecado original de PSOE y UP. Que Iglesias apelara al marco “fascismo y democracia” –sin quitar ni un ápice de gravedad a las amenazas sufridas por este– puede movilizar a una parte de los electores, los más politizados a la izquierda. Pero el votante medio seguramente no piensa que España se debate entre la democracia y un proyecto fulgurante de inspiración fascista. El error de los socialistas fue ahí volcarse con el marco de Iglesias, ‘frame’ que se disipó cuando las amenazas llegaron incluso a Díaz Ayuso.
En tercer lugar, ha sido Mónica García quien ha terminado por dejar en evidencia a PSOE-UP. En esencia, porque la candidata de Más Madrid no entró al marco del PP o la derecha, sino que impuso el suyo propio haciendo una campaña desacomplejadamente de izquierdas. La libertad de Ayuso –ese giro thatcheriano de la política en España, como expliqué la semana pasada– frente a la denuncia a la desigualdad. Es decir, los problemas de la vivienda, las listas de espera en sanidad, la exclusión… En definitiva: una defensa del Estado del Bienestar. Hay que recordar que el votante de izquierda comparte la repulsa contra la ultraderecha. Pero en una España de clases medias precarizadas, los discursos a la contra (en este caso, de Vox) pueden no seducir en absoluto, si las necesidades materiales son demasiado elevadas, y la izquierda no ofrece nada alternativo.
Por el contrario, Gabilondo perdió el marco compitiendo con Ayuso en contención de impuestos. Y si Iglesias quería salvar a su formación, lo ha hecho al más puro estilo Iglesias: frentista. Pero García no solo ha demostrado que Más Madrid no debía converger con Podemos, porque es una de esas nuevas izquierdas federalistas que debería causar respeto a la izquierda clásica, al tener ideas y espacio regional propio –aunque Más Madrid tenga dificultades para penetrar en un electorado envejecido.
A la sazón, García ha aparecido como la antítesis de los aires marquetinianos. Una médico anestesista convertida en ‘increíble mujer normal’ y conectando con amplias capas de electorado joven, huyéndole a la obsesión por la sondeocracia. Una candidata de la que nadie duda si va a dejar el escaño a año vista, sino que seguirá batiéndose el cobre en la oposición por defender sus posiciones, dado que ella no ve Madrid como una plataforma para perpetuarse en Moncloa. Y esto último a afear a PSOE-UP, en verdad, no es tan culpa de Rivera como de Sánchez e Iglesias.