El caso Koldo, ya caso Ábalos, quizás pronto caso Sánchez, tiene más de venganza implacable que de justicia poética. Isabel Díaz Ayuso, que ya fumigó a Pablo Casado, liquidó a Pablo Iglesias, exportó a Médica y Madre, ahora está a punto de sentar en el banquillo a quien fuera el brazo ejecutor del primer Gobierno sanchista y capataz plenipotenciario del Psoe nacido tras el pucherazo frustrado en Ferraz.
Todo empezó con la denuncia presentada por el PP de Madrid contra las sospechosas compras de mascarillas por parte del Ministerio de Fomento. El de Ábalos. Alfonso Serrano, portavoz de los populares en la Comunidad madrileña, adjuntó una docena de casos de contratos sospechosos ante la Fiscalía Anticorrupción. Sólo uno de ellos prosperó. El adjudicado a Soluciones de Gestión y Apoyo a Empresas, la empresa de Koldo García y un Víctor de Aldama, curioso trapisondista que, amén de presidente del desdichado Zamora FC, brujuleaba en negocios quizás oscuros, porque se desarrollaban fundamentalmente en la África profunda de la negritud. ¿Qué narices pintaba una firma dedicada a importaciones industriales de Angola y Guinea trayendo mascarillas desde China? Empezó la búsqueda.
Este fue el primer paso certero en la venganza de Díaz Ayuso, la diana favorita del bombardeo de Sánchez y sus unísonas cacatúas. La máquina de picar carne de Ferraz y Moncloa persiguió, calumnió, infamó, machacó, y humilló a la lideresa y a su familia durante meses, con informaciones falsarias y denuncias espúreas de importaciones de mascarillas en los primeros tiempos de pandemia. Tanto la fiscalía Anticorrupción como la fiscalía europea desecharon, una tras otra, las venenosas acusaciones. Jamás el hermano de la presidenta fue citado a declarar ni como investigado, ni mucho menos, como procesado. Nunca hubo nada, salvo los ataques proveniente de ese lado del muro donde se amontona el odio y el rencor.
No era Ayuso sino Koldo, portero de puticlub (una afición inseparable del socialismo nacional), apadrinado de Santos Cerdán, que escala de la humilde categoría de chófer y de gorila gordinflón, a la de asesor de ministro y consejero de Renfe
Apareció entonces Ábalos, el hombre que sabe demasiado, el ‘señor Lobo’ de la banda del progreso, un tipo con pinta de picador jubilado, palillo en el premolar, purito y coñaca, que apesta a chanchullo y pelotazo y que se ha situado en el corazón del escándalo. La gran estafa de las mascarillas cambia de bando. No era Ayuso sino Koldo, portero de puticlub (una afición inseparable del socialismo nacional), apadrinado de Santos Cerdán, que escala de la humilde categoría de chófer y de gorila gordinflón, a la de asesor de ministro y consejero de Renfe.
En menos de lo que tarda Patxi en recitar un soneto de Lope, esta pandilla de salteadores redondeó operaciones por más de 50 millones de euros, en espectaculares mordidas desveladas desde el minuto uno por Vozpópuli. El hedor emerge por todos los rincones del Ejecutivo. Deberán muchas explicaciones ministros como Marlaska, Victor V. Torres o madame Francina, y hasta el propio Santos Cerdán, descubridor primigenio de este Koldo capaz, él solito, de llevarse al Psoe entero por delante.
«Tienes que irte, ya sabes por qué». Así hace las cosas Pedro. Fríamente, sin motivos personales. Lo mantuvo como diputado, quizás por el aforamiento, en previsión de lo que parece que viene
´Todavía Sánchez enlodaba a Ayuso -¡desde Rabat!- al ser preguntado este miércoles por el espantable tufo que desprenden los espesos bolsillos de Ábalos. Surgen preguntas ya casi olvidadas. ¿Por qué lo cesó hace dos años? ¿Por qué prescindió de su hombre para todo, de su jefe de operaciones oscuras como las maletas de Delcy, de su perro de presa en el partido, de su artificiero más demoledor? «Tienes que irte, ya sabes por qué«. Así hace las cosas Pedro. Fríamente, sin motivos personales. Lo mantuvo como diputado, quizás por el aforamiento, en previsión de lo que parece que viene.
El fiel y leal Koldo, más forrado ya de los razonable, seguía deambulando por el ministerio de Fomento, pidiendo favores, dedicado al bisnes, hasta que, en la última crisis de Gobierno, a la ministra del ramo, Raquel Sánchez, la mandaron a Paradores y ahí se acabó el chollo.
De su silencio pende ahora el futuro de unos cuantos. Esos nervios incontenibles, esa agria respuesta del presidente del Gobierno al ser preguntado en Rabat si aquel cese de Ábalos, tan sorprendente y misterioso, tuvo que ver con las trampas ahora desveladas, no abonan un mensaje de tranquilidad. «Eso significaría que yo lo sé y evidentemente no es el caso. Por supuesto que no. Si quieren que se lo diga de una manera más rotunda, por supuesto que no«. Una muletilla con ecos familiares: «No pactaré con Bildu, si quiere se lo digo veinte veces, no voy a pactar con Bildu«.
Ha sido la semana horrible del gran narciso de la izquierda global, el salvador de los pueblos que sufren, de las mujeres mortificadas, de los trabajadores esclavizados. Arrancó con el trastazo gallego, luego la tractorada, la iniciativa por la proclamación de independencia de sus socios en el Parlamento catalán, el viaje-humilladero de Mohamé, el papelón de la teniente fiscal del Supremo con la ley de amnistía, la enésima reprobación a Marlaska y, de colofón, la corrupción con mascarilla. «Así no se puede gobernar», que dijo Yolanda Díaz, otra emulsión de cadaverina.
Presiones para que dimita
Si Ábalos lo sabía, que en el Psoe nadie lo duda, ¿lo sabía también su jefe, el gran narciso ahora con gesto contrariado y un cierto temor en las canillas? Koldo era algo más que el mamporrero de las guantadas, que el imprescindible hotentote que aparta a los moscones, que el encargado de apretar a los tibios y convencer a los renuentes. Era el de los sobres con billetes de quinientos, el de la caja de caudales, el que no se apartaba de su ministro ni para ir a triscar.
Levantado el secreto del sumario, donde queda fotografiado como el gran muñidor,, impulsor y padre padrone de la mafieta, presionan ahora a Ábalos para que se vaya. Que dimita, que renuncie, entonan a coro las vicetiples del Gobierno. El cese implicaría reconocimiento de culpa por parte de quien lo nombró. En el partido tiemblan, los cuadros se enervan y las bases piden sangre. Arriesgan su salida del poder por el mismo argumento que usaron para llegar: la corrupción. Nada han aprendido desde Filesa y los Eres. Siguen siendo los mismos chamarileros de la trampa, los saqueadores de las arcas públicas.
Dos años después, Ayuso está a punto de ver consumada su venganza, esa operación tan reconfortante como sacarte una mota del ojo y tan necesaria como cerrar un paréntesis. La cosa es si, al final, esta sobrevenida historia de mascarillas se lleva al Psoe por delante.