Tres cosas hay que ponen a Sánchez de los nervios. Desconocer si pasará a la historia por alguna otra razón que la de haber cambiado las costillas de Franco de domicilio. No lograr doblarle el brazo a Ayuso. Y que el PP juguetee estos días con la figura del tránsfuga. Ha sido deslizar esta posibilidad y los voceros del PSOE han reaccionado a gritos, como si se les apareciera la bicha en forma de ‘tamayazo’. Veinte años después, todavía no han superado aquel ingenioso episodio en el que Tamayo y Sáez, diputados socialistas en la Asamblea de Madrid, cambiaron la dirección de su voto y, lejos de secundar a Simancas, obtuso semoviente, optaron por convertir a Aguirre en presidenta. Esa cicatriz todavía escuece en la epidermis de la izquierda, como una afrenta feroz.
Tanto que, en ocasiones, el recuerdo resucita y se transforma en un espectro. Así ahora, que todo son aspavientos y conjuros, sortilegios y exorcismos para que la historia no se repita.
Hay gente muy traviesa en el PP que ha lanzado la idea de que a buen seguro hay diputados socialistas que no se encuentran cómodos con la reedición de un nuevo Frankenstein
Cuatro abstenciones necesita Feijóo para instalarse en la Moncloa. O cuatro votos, según precise una o dos vueltas para su investidura. Así dicho, el reto suena a alcanzable. El problema es de dónde sacar esos respaldos. La opción que se trabaja en Génova es la de dorarle la píldora a la caverna xenófoba del PNV, tramposos y fariseos, tan fiables como un submarino de esparto. Ese sendero se adivina complicado porque allí un Ortúzar, el jefe de la tribu de la aldeana txapela, tiene dicho que el PP es Vox, es decir, una manga de fascistas con el que no caben acuerdos ni pactos. Ni ponerse al teléfono, vamos. Por eso los estrategas de Génova sondean la otra vía vasca, que encarna Urkullu, con la neurona más asentada que la de su correligionario fondón, pero últimamente algo caído en desgracia. Al cabo, el PNV perdió 100.000 votos en las generales y arriesga despedirse de la presidencia autonómica en las elecciones del año próximo.
Dado que otras opciones se antojan menos probables, como camelarse a Junts o ERC, hay gente muy traviesa en el PP que ha lanzado la sospecha de que hay diputados socialistas que no se encuentran cómodos con la reedición de un nuevo Frankenstein, que rechazan la idea de una amnistía inconstitucional, un refereréndum de autodeterminación y demás gabelas con las que Sánchez se dispone a obsequiar a los separatistas para lograr su anuencia.
Así, Borja Sémper, la voz amable del partido conservador, anima a aquellos parlamentarios socialistas que se encuentran ‘incómodos’ con la deriva de su formación a que voten a la gaviota. «Más grandeza y menos política partidista», es su palmario argumento, que penetra como un taladro en la memoria de algunos de sus rivales. Espantados y coléricos, se escuchan ya gritos de ira. Eme Jota Montero, poco amiga de sutilezas, clamaba que «hay que estar muy desesperado para animar a tránsfugas». Félix Bolaños, nuevamente poco valorado en Moncloa, considera que esta conducta «es inaceptable porque es traicionar a electores y ciudadanos». Borró ya de su memoria el «¿quiere que se lo repita otra vez?, con Bildu, nunca, nunca, nunca».
Un larguísimo mes tiene Feijóo por delante antes de desembocar en la crucial sesión en la que se juega algo más que su futuro. Sin incurrir en la hipérbole, evitar la reelección de Sánchez es la última oportunidad para salvar la democracia, el régimen del 78 y la convivencia nacional. La banda trapera del sanchismo aprobará raudamente la amnistía, el referéndum secesionista y no habrá vuelta atrás.
Los treinta días de gran foco mediático sobre la coronilla del gallego pueden convertirse en un interminable viacrucis
¿Con qué materiales llenará Feijóo su mochila estas semanas de negociación y diálogo? Reunirse con las distintas formaciones del lado oscuro del tablero es asunto vidrioso que agita tormentas. Argumentos tan estrafalarios como los desplegados por González Pons para verse con Junts no ayudan. En el PP catalán están incendiados. Los treinta días de gran foco mediático sobre la coronilla del gallego pueden convertirse en un interminable viacrucis. Quizás alguien en la sala de cerebrines del PP haya caído en la cuenta. De momento han organizado para este domingo una peregrinación al castillo de Soutomaior (Pontevedra), donde reunirá a barones, dirigentes, cuadros y público popular en general. Recupera así una tradición mariana, lo que quizás no es la mejor forma de emprender el camino. Se anuncia también que algunos invitados faltarán al convite, como Mazón y Ayuso. ¿Y luego? Qué hacer con los días restantes hasta el fatídico 26? ¿Perseguir a Sánchez para ofrecerle una gran coalición? ¿Invitar a angulas a Urkullu? ¿Ofrecerle el Banco de España al trepa separatista Giró? ¿Acompañar a Junqueras a misa de doce con el abad de Montserrat, templo de pederastas?
Ante escenario tan complicado, lo más directo y eficaz es poner de los nervios a Sánchez, cuya paciencia es finita y su temple no está revestido de acero, como se percibe fácilmente en sus mandíbulas cuando se encabrita. ¿No habrá cuatro diputados democráticos en la bancada socialista? ¿No existen cuatro patriotas en las filas del PSOE? ¿No resisten cuatro espíritus constitucionales en la grey que pastorea Patxi López, ese cernícalo con rostro de hormigonera? No, no los hay. La dignidad y el coraje desertaron hace tiempo del partido del Gobierno. Pero como estrategia no está nada mal. ¿Y lo que se enerva el gran narciso con el tema? ¿Y lo que se encolerizan los capataces de Ferraz? ¿Y lo que se pueden divertir estos días en el PP, escasos de argumentos y, es de temer, de proyectos?
¡Ah, el tamayazo! El momento más puro y sincero en la historia del socialismo español.