EL CORREO 21/03/15
KEPA AULESTIA
· La izquierda abertzale ha desaprovechado las oportunidades que el ‘proceso de paz’ le brindaba para consumar su revancha histórica respecto al PNV
Las tensiones entre la izquierda abertzale y el PNV oscilan entre su necesidad compartida de incrementar el peso del abertzalismo en la sociedad y en la política vasca y la pugna histórica que mantienen por la hegemonía en las familias abertzales. Son pulsiones que describen ciclos largos y ciclos breves de componendas y de enfrentamientos. Ciclos que se solapan por momentos, de posturas que se contradicen a veces y que en otras ocasiones acaban apoyándose mutuamente. Un ciclo relativamente extenso de comunión lo supuso la Declaración de Lizarra. Seguido, poco después de su ruptura, de los votos que Batasuna deslizó para aprobar el ‘plan Ibarretxe’ en el Parlamento vasco. Por momentos, la confrontación entre el PNV y ahora Sortu parece restar fuerza al conjunto del nacionalismo, y en otros la liza doméstica acapara la atención pública hasta proyectar la impresión de que las demás opciones –las no nacionalistas– son irrelevantes. En cualquier caso, el ‘péndulo patriótico’ se mueve más a impulsos instintivos e inerciales que como resultado de una estrategia deliberada.
No nos encontramos en un ciclo de expansión del nacionalismo en su conjunto sino, más bien, en un período de contracción de las formaciones no-nacionalistas por efecto del desgaste sufrido por los partidos que se han sucedido en la gestión de la crisis y que se han visto más afectados por la corrupción: el PP y el PSOE. Con la incógnita de las consecuencias que pueda tener la irrupción de Podemos y –más indirectamente– de Ciudadanos, y la dificultad que entrañará colocarlos en un punto concreto del eje nacionalismo-centralismo del espacio político llamado Euskadi.
La izquierda abertzale ha desaprovechado las oportunidades para desquitarse del PNV y hacer realidad la revancha que esperaba consumar desde los años 60 del pasado siglo. Esas oportunidades estaban relacionadas con el llamado ‘proceso de paz’. Las reservas mentales y las resistencias fácticas con que se ha encontrado a la hora de deshacerse del pasado o, visto desde otro ángulo, la pretensión de reivindicarlo han sacrificado, en nombre de la cohesión interna de los herederos de Batasuna, la ampliación de su perímetro electoral. La izquierda abertzale no ha sido capaz de animar una dinámica independentista más allá de pronunciamientos intermitentes y de promover plataformas e iniciativas episódicas que cuesta rastrear en las hemerotecas. Ni siquiera se ha visto en condiciones de hacer un marcaje abiertamente soberanista al vacilante proyecto de ‘nuevo estatuto político’ de Urkullu. Porque no ha podido ni ha querido zanjar de una vez por todas el asunto ETA.
En estos cuatro últimos años la izquierda abertzale ha desechado la última oportunidad que tenía para superar al PNV. En el horizonte visible no asoman condiciones tan favorables como las que se le abrieron con la falsaria vindicación de la paz como logro propio y unilateral. El final de ETA está tan amortizado que en ningún caso cuenta como un activo con el que la izquierda abertzale pudiera especular a su favor. No es el desgaste por la discutible gestión de las instituciones guipuzcoanas lo que limita sus opciones, sino su inaptitud moral y política para ofrecer una ‘utopía disponible’ –de libertad y justicia social– siquiera a los desmemoriados y a los más jóvenes.
Tampoco el PNV ha conseguido destacarse sustancialmente respecto al voto cosechado por las marcas de la izquierda abertzale desde que ésta recuperara la legalidad. En las elecciones forales de 2011 obtuvo 333.307 votos frente a 273.138 de Bildu, a los que podrían sumarse parte de los 37.220 logrados por Aralar. En el mejor de los cómputos para los jeltzales, 40.000 papeletas de ventaja. En las generales de aquel mismo año la diferencia se quedó en 39.027. En las autonómicas de 2012 la diferencia se incrementó a 106.837, para volver a reducirse en las europeas de mayo de 2014 –con Podemos en la contienda– a tan solo 31.293.
Pero se ha producido una serie de hechos que podrían hacer soñar al PNV con prescindir de la izquierda abertzale; con intentar infligirle una derrota que induzca una implosión o una depresión en una realidad constreñida en manos de Sortu. Esta semana los jeltzales han asestado un golpe de oportunidad anunciando una alianza inédita en su trayectoria, al pactar con EA de Gernika la candidatura encabezada por el alcalde Gorroño. Más allá de los efectos electorales que ello tenga en la localidad y en la comarca, revela las flaquezas que la búsqueda de la cohesión interna comporta a la izquierda abertzale y el debilitamiento de sus redes de influencia no solo en Bizkaia.
El otro hecho de relevancia es la definitiva presentación de Podemos a las elecciones forales también en Gipuzkoa. Ello permite vaticinar que las Juntas Generales guipuzcoanas estarán integradas por cinco fuerzas más equilibradas que ahora, en una fragmentación idónea para que el PNV intente regresar al gobierno de la Diputación mediante una alianza que descabalgue a la izquierda abertzale. Lo que los jeltzales guipuzcoanos no se atrevieron a ensayar ante el auge electoral que la legalización supuso a la izquierda abertzale en 2011 podría intentarlo el PNV después del 24 de mayo. Las razones morales que pudieron avalar una mayoría alternativa a Bildu no parecieron suficientes al partido de Egibar para hacer lo que ahora se prepara por razones políticas gracias, en parte, a la neutralidad manifiesta de Podemos.
En este juego de prueba y error que se traen el PNV y la izquierda abertzale, de tanteos y ataques, de aproximaciones frustradas a un suelo ético compartido y de alejamientos de toda veleidad independentista, el PNV está sacando ventaja. La única formación de la ‘casta’ que, según las encuestas, se salva de la hoguera puede acabar incluso beneficiada con la dubitativa aparición de Podemos en Euskadi. Tanto que podría estar acariciando la idea de que hasta la paz y la convivencia son realizables sin el necesario concurso de Sortu. Es la política sujeta a destrezas malabares gracias a una ubicación precisa en el ecosistema partidario lo que permite al PNV aspirar a todo solo con un tercio del voto emitido. Puede que el 24 de mayo cumpla con su sueño de prescindir aun más de la izquierda abertzale.