Teresa Díaz Bada, DIARIO VASCO, 12/6/11
Foro contra la Impunidad en el País Vasco (*)
Quienes firmamos este texto hemos vivido la mayor parte de nuestra vida siendo víctimas del terrorismo. Han pasado varias décadas desde el momento funesto en el que los asesinos de ETA nos arrebataron a nuestros padres o a nuestros maridos y, durante todo este tiempo, nos hemos visto obligadas a entender nuestro presente y a diseñar nuestro futuro bajo el dolor que padecemos quienes sabemos que, hagamos lo que hagamos, nuestra forma de observar lo que nos rodea, de acercarnos a los demás, de contemplar a nuestros hijos y de pensar el mundo, se encuentra marcada por un hecho bárbaro y cruel, cometido con premeditación por uno o varios responsables, que contó con la connivencia de algunos, la aquiescencia de muchos y el silencio cómplice de la mayor parte de los ciudadanos vascos.
Nosotras hemos visto cómo, a lo largo de los años, ha ido cambiando la mirada de Euskadi hacia las víctimas del terrorismo. Durante mucho tiempo se mantuvo a nuestro alrededor un cerco político-social obsceno que, en el mejor de los casos, dejaba entrever un halo de lastimosa conmiseración y que, en la peor de sus versiones, se construía con los modos propios de la exclusión y del escarnio. Hablamos de oscuros periodos de nuestra reciente historia en los que lo que primaba a nuestro alrededor era el punto de vista de los verdugos, que llegó a su grado máximo de expresión en 1998 con la firma del Pacto de Estella entre nacionalistas y terroristas, y que solamente comenzó a declinar cuando en junio de 2002 se aprobó la Ley de Partidos, que facilitó la ilegalización del entorno proetarra y que, por primera vez desde la Transición, permitió que, acallados los portavoces de los criminales y expulsados éstos de las instituciones, las víctimas del terrorismo pudiéramos aparecer ante la opinión pública como lo que realmente somos: el único gran referente colectivo sobre el que será posible construir una paz que se levante sobre el recuerdo fiel de lo ocurrido y nunca sobre el olvido o la impunidad.
La ejemplaridad civil que hemos dado las víctimas del terrorismo ha querido ser correspondida por las instituciones gestionando nuestras reclamaciones materiales, proporcionándonos apoyo psicológico y, en el mejor de los casos, ofreciéndonos cierto protagonismo colectivo, siempre más testimonial y decorativo que realmente efectivo. Después de esto, desde diferentes estamentos políticos, sociales, culturales y mediáticos, generalmente ligados al Gobierno socialista y a las maquinarias de poder dirigidas desde los sectores más radicales de los nacionalismos periféricos, se ha ido alentando un clima de aversión hacia las víctimas del terrorismo, manipulándonos, desvirtuando nuestro discurso mayoritario, ultrajándonos y denigrando nuestros mensajes, con un único fin: convertir en invisible, insignificante e irrelevante nuestro testimonio ético para que éste no moleste en el plan impulsado por socialistas y nacionalistas para, a cambio de una pretendida autodisolución de ETA, permitir que quienes ayer lideraron el totalitarismo terrorista sean los mismos que van a convertirse ahora en los referentes sobre los que levantar nuestro futuro.
Las recientes elecciones municipales han revelado cómo en la sociedad vasca, sobre todo, pero también en una parte importante del resto de la sociedad española, se está alentando un empeño tan claro como avieso por pasar página, por olvidar nuestra más reciente historia, por recibir con palmas a los asesinos descarriados que presuntamente regresan a la civilidad y por hacer surgir un nuevo escenario en el que las permanentes reclamaciones de memoria, verdad, justicia y reparación lideradas por la gran mayoría de las víctimas del terrorismo se transmutan en peticiones vacuas y éticamente indecentes que hablan de perdonar a los asesinos, que apelan a «sumar esfuerzos» entre quienes matan y quienes mueren y que exigen «olvidar» a quienes más han padecido la lacra terrorista. Nuevamente, está surgiendo un discurso en el que la desmemoria, la mentira como herramienta de construcción de los consensos colectivos y la equidistancia fatua, tratan de convertir el pasado reciente del País Vasco en un escenario irreal en el que «ha habido sufrimiento por ambas partes», en el que «todos tenemos que ceder» y en el que hay que ofrecer espacios para «la reconciliación».
Ante esta situación, y de un modo urgente, las víctimas del terrorismo debemos liderar, nuevamente, la defensa de todos aquellos valores por los que nuestros familiares han sido asesinados y que, sin lugar a dudas, constituyen los cimientos de nuestra democracia y nuestra única esperanza de civilidad. Nuestro gran reto ha de centrarse en seguir manteniendo vivas las reclamaciones de firmeza policial, eficacia jurídica y aislamiento político contra los muchos terroristas que aún son y frente a quienes se empeñan en considerar a éstos como un puñado de hijos descarriados a los que hay que acoger de nuevo en la casa de todos. Nuestra tarea ha de consistir en recordar incansablemente que nuestro sistema de libertades se impone como moralmente superior a los planteamientos totalitarios e integristas de quienes presentan como único mérito el haber dejado, sospechosamente, de apoyar políticamente a los psicópatas que mataron a nuestros familiares.
Que no se equivoquen quienes, amparándose en una falsaria «segunda Transición», nos prometen ahora un futuro cimentado sobre excarcelaciones de criminales, sobre el obligado olvido de todo lo padecido hasta el momento, sobre una tábula rasa impuesta entre víctimas y verdugos o sobre un liderazgo compartido con quienes tantas veces han jaleado el asesinato de ciudadanos inocentes. Siempre nos tendrán enfrente. Porque las víctimas de ayer, que lo somos ya para siempre, no vamos a consentir de ningún modo que nuestros hijos vayan a ser mañana también víctimas de una paz tan falsa como moralmente indecente.
(*) El Foro contra la Impunidad –www.forocontralaimpunidad.com– es un movimiento de ciudadanos vascos liderado por un grupo de víctimas del terrorismo: Teresa y Lola Díaz Bada son hijas de Carlos Díaz Arcocha, asesinado por la banda terrorista ETA el 7 de marzo de 1985; Marimar Negro es hija de Alberto Negro, asesinado por la banda terrorista ETA el día 17 de marzo de 1978; Maite Mollinedo es esposa de Txema Aguirre, asesinado por la banda terrorista ETA el 14 de octubre de 1997, y Ana Uriarte Garay es hija de Luis María Uriarte, asesinado por la banda terrorista ETA el 29 de septiembre de 1979.
Teresa Díaz Bada, Psicóloga Clínica
Teresa Díaz Bada, DIARIO VASCO, 12/6/11