ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 07/05/17
· Mi liberada: Un día de esta semana leí un titular de periódico barcelonés donde se anunciaba la reforma de la Vía Layetana. Como la calle está entre las más desgraciadas de la ciudad y sufro de cierta melancolía de los años en que Barcelona era un tema para las personas adultas, seguí párrafo abajo. Hice bien. Y volví a reprocharme el desprecio, justo pero demasiado apasionado, que me lleva a evitar los periódicos locales. La reforma que planean los pisarellos municipales consiste, bajo la excusa de ensanchar brevemente las aceras, en instalar unos paneles explicativos de la represión franquista, frente a la Jefatura Superior de Policía y en retirar de la plaza Antonio López su nombre y el monumento que allí mismo rinde homenaje al magnate. No tengo dudas de tu adhesión entusiasta a estos planes y quiero ayudar a completarlos para que la reforma no quede coja.
Yo soy un gran entusiasta de las placas, paneles, lápidas y de cualquier otro método que permita explicarse a las ciudades. Ayer, en Madrid, descubrí con viva emoción la casa de Tócame Roque gracias a una de esas placas. Hasta entonces yo creía que era un cuplé sicalíptico. Así que me parece bien que unos paneles frente al edificio de la Policía expliquen que allí se torturó durante el franquismo. Pero el texto habrá de incluir por obligatorias razones de vecindad una mención al monumento que se alza al otro lado de la calle y que honra la memoria de Francesc Cambó. Como quizá sepas, Cambó hizo tres cosas en su vida: ganar dinero, fundar el catalanismo moderno y financiar el crimen de Franco. Cambó es el autor económico del delito de tortura y a mí me gusta que las ciudades hablen claro.
Aun así, por muy clara que sea la letra de los paneles, cualquiera acabará preguntándose cómo es posible que a un lado de la calle se denuncie lo que al otro lado se celebra. Máxime sabiendo que los promotores de la reforma no son socialdemócratas ni por tanto especialistas en vivir con un pie a cada lado de la calle. Aunque es probable que la última putrefacción por descubrir del populismo sea su hipocresía. El monumento a Cambó tiene, además, una característica muy importante. No es un resto del franquismo. Ni siquiera es un resto que el franquismo respetara y celebrara. El monumento es, nada menos, que del año 1997, cuando se cumplieron 50 años de su muerte y Jordi Pujol gobernaba y evadía impuestos en Cataluña. No sé si habrá panelito para explicar la interesante complejidad que de todo eso se deduce.
La otra gran reforma de los pisarellos es la evacuación de la estatua del primer marqués de Comillas, que lleva allí desde 1884, un año y medio después de su muerte. Y que ya se erigió con polémica. Francisco Bru, hermano de la mujer de López, publicó en 1885 La verdadera vida de Antonio López y López e incluyó este párrafo: «¿Qué os parece españoles esta dignidad? ¿Qué les parece a los barceloneses? Pueden estar muy ufanos de tener en una de sus plazas públicas la estatua de un chalán de carne humana, célebre por su vil crueldad en la isla de Cuba, antes de serlo en la Península por sus millones y suntuosidades. Con razón podría llamarse a aquella plaza, la plaza de los Negreros, porque será la rehabilitación monumental y la apoteosis radiante de todos los comerciantes de carne humana».
Para decirlo sumariamente, Francisco Bru fue a Antonio López lo que Antonio Pérez a Felipe II. Un traidor en posesión de secretos. Los traidores merecen honores: con ellos avanza el mundo; pero hay que señalar su condición. El colérico panfleto que escribió contra su cuñado está relacionado con asuntos de familia, o sea de dinero. Aún escribió Bru otro panfleto donde aparece el poeta y capellán de López, Jacinto Verdaguer, cuyos versos grabados en la piedra condenada van a pasar también al almacén municipal: «Montado de tus naves en el ala bendecida/ busqué de las Hespérides el naranjal en flor/ Mas, ¡ay!, es ya despojos/ de la onda que por ella ha tantos siglos se vio vencida/ apenas puedo ofrecerte pues, si te placen, estas hojas/del árbol que el dorado fruto dio».
La historia de López, prodigiosa, aún no ha sido escrita. Es probable que incluya ese lado indigno. El problema para los pisarellos, sin embargo, es el del cirujano que observa una infección extendida. ¿Dónde cortar? La estatua a López puede ser profilácticamente trasladada. Pero el traslado desencadenará una peligrosa marea. Para empezar habrá que escribir en el panel que la apertura de la Vía Layetana, clave en el proceso de expansión urbana de la burguesía, fue obra de los López (sí, ya sé, libe, Tebas la de las siete puertas, quién la construyó), a través del Banco Hispano-Colonial y sus capitales tiznados. Y sobre todo el panel habrá de abordar el asunto Güell.
A la altura de la Gran Vía, entre Rambla de Cataluña y paseo de Gracia, se levanta la estatua de Juan Güell, contemporáneo de López. Un hijo de Güell, Eusebio, se casó con una hija de López, Isabel, en la unión dinástica española más colosal y suculenta desde Isabel y Fernando. Pero antes de que eso sucediera Güell y López compartieron mucho. Lo primero fue Cuba y el modo de produción esclavista. Fue allí, y en ese modo, donde el apellido Güell acumuló sus primeros capitales. Más allá del sentido común —Juan Güell, que nació en 1800, hijo de indiano, pasó en Cuba buena parte de sus primeros 35 años y volvió rico a Barcelona— está el párrafo apologético de las memorias privadas de su nieta Isabel Güell: «Le llamaban el Catón por su excepcional conducta.
Haciendo elogios de su rectitud oí una vez decir que había dado libertad a sus esclavos; no sé si es verdad ni si hubiera sido posible». Como es natural, de lo único que duda la nieta es de la libertad. Nada han dicho aún los pisarellos acerca de la estatua Güell. Deben de estar inscritos en el sentir general catalanesco acerca de la poderosa familia: si hubo gusano lo incubó López. López, Comillas, España, todos los cuentos acaban igual aquí: con el lobo travestido.
Juan Güell no solo se hizo rico con el trabajo de sus esclavos. Es que defendió briosamente la esclavitud contra librecambistas, republicanos y demócratas. Su intimidad con López les llevó a encabezar juntos uno de los primeros manifiestos contra la abolición de la esclavitud, en marzo de 1870. Hay una frase muy impublicable en ese manifiesto que mejor que pases por alto: «Los que opinamos que las decisiones femeninas que han tomado los abolicionistas radicales son más simpáticas que convincentes…» Pero comprendo la prudencia con el apellido Güell. Si se vincula a Güell con el esclavismo, ¿cuántas estatuas, palacios, edificios, parques, calles no han de condenarse? Tus pisarellos son más prácticos de lo que parece. Porque aún hay más.
Ni López ni Güell fueron excepciones. Basta coger la lista de fundadores del círculo catalán antiabolicionista, creado en 1872. Está el apellido Güell, desde luego. Pero también los Godó, Arnús, Milà, Letamendi, Rubió i Ors, y hasta los que llegarían a obispos: Morgades y Casañas. Te encarezco a que repases los periódicos de principios de la decáda de 1870. Van muy cargados de prosa catalana. Este párrafo, por ejemplo, de otro que firmó en 1873 toda –toda– la nobleza catalana: «Conforme están los que suscriben en aceptar la idea civilizadora de la abolición de la esclavitud, siempre que esto se lleve a cabo con tacto y miramiento».
Esto es lo que yo reclamo, justamente, para la reforma de la Vía Layetana, y sus panelitos. Tacto y miramiento. No se vaya a tener que clausurar la ciudad entera ante la desbordante emergencia de sus aguas fecales.
Y sigue ciega tu camino