EL CORREO 29/09/13
· El lehendakari y el PNV caminan hacia el nuevo estatus por el carril lento, que pasa por centrar el debate en el Parlamento ante la escasa pulsión soberanista en Euskadi.
Si los impulsos soberanistas pudieran explicarse con metáforas inspiradas en las fuerzas de la naturaleza, podría decirse que a Artur Mas le arrastró un ‘tsunami’ que acabó por dejarle varado y aturdido tras comprobar que habían sido sus hoy socios de Esquerra los más beneficiados por la fuerza de la ola independentista catalana, que se llevó por delante nada menos que doce escaños de CiU. Juan José Ibarretxe fue capaz de hacer surgir prácticamente de la nada su propio tornado, que al final acabó por engullirle tras describir sucesivos círculos concéntricos –portazo del Congreso al plan aprobado por mayoría absoluta en Euskadi, anulación por el Constitucional de la Ley de Consulta– que no llevaban a ninguna parte.
Entre esos dos referentes, Iñigo Urkullu, que hoy defenderá en su discurso de Alderdi Eguna en Foronda la idoneidad de trabajar por un consenso de base amplia en Euskadi que facilite un ulterior pacto para forjar una nueva relación con Madrid, habría optado por seguir el curso lento y navegable de un río de aguas tranquilas, que, sin embargo, puede esconder remolinos. La ‘vía Urkullu’ hacia la soberanía, que consiste, a grandes rasgos, en que el lehendakari se vuelque en la gestión de la crisis económica y en tratar de asentar la paz mientras mantiene el debate sobre el nuevo estatus vasco cocinándose a fuego lento en el Parlamento –en una ponencia que se constituirá este otoño– es un experimento «novedoso», según admite su entorno, que, aún a riesgo de descuidar el liderazgo que se le supone de oficio a todo Gobierno, ha optado por la paciencia política como método.
Con la vista puesta, eso sí, mucho más en Edimburgo que en Barcelona y con la idea de no dar ningún paso en falso; es decir, mientras no haya un mandato parlamentario claro que incluya, a poder ser, a los socialistas vascos, dispuestos a consensuar una reforma del Estatuto «para seguir viviendo juntos». «El lehendakari solo desempeñará un papel activo si se lo encomienda el Parlamento», subrayan en la Lehendakaritza, donde están convencidos, incluso, de que el PSE podría llegar a aceptar la defensa del «derecho a decidir sujeto a pacto» que esgrimen Urkullu y el PNV con Escocia y el acuerdo que firmaron los ejecutivos de Alex Salmond y David Cameron para autorizar el referéndum como fuente principal de inspiración.
Pero también son conscientes de que mientras ETA no dé pasos definitivos hacia su desarme y disolución será complicado que los socialistas flexibilicen sus posturas. Tras el decepcionante comunicado del viernes, en el que la banda defiende incluso su trayectoria de terror, el lehendakari ha llegado a reconocer en público que la persistencia de la organización etarra dificulta y retrasa el debate soberanista. «El mismo día que en Cataluña celebraban la Diada en las calles, el PSE abandonaba en Euskadi la ponencia de paz», apuntan en Sabin Etxea, donde son conscientes de que la clave estará más en la capacidad para aunar voluntades políticas que en el desbordamiento de los marcos legales. Es más, Urkullu contempla una relación bilateral en lo político amparada por la propia Constitución española –que reconoce los derechos históricos y la posibilidad de actualizarlos– y similar al pacto económico consagrado en el Concierto.
«Es un camino nuevo, una senda que no se ha recorrido antes», apuntan en el entorno del lehendakari, convencidos de que no tiene sentido «insistir en fórmulas que no han funcionado». Atrás quedan los intentos que se hicieron en los tiempos duros de ETA, primero a través del Pacto de Ajuria Enea y del infructuoso ‘plan Ardanza’ y de la mano después del acuerdo de Lizarra, que pretendía lograr la paz a través de la autodeterminación y acabó por dividir a la sociedad vasca en dos mitades.
Con la banda terrorista aún en activo, Ibarretxe decidió en 2005 ir por delante de la sociedad y de los partidos y lanzar al ruedo una propuesta de Nuevo Estatuto Político que crispó hasta el extremo el debate parlamentario y a la que siguió una nueva ‘hoja de ruta’ con plazos tasados que, como la fracasada consulta del 25 de octubre de 2008, nunca llegaron a cumplirse.
Círculo vicioso
La sombra de Ibarretxe, a quien su hiperliderazgo se le volvió en contra como un ‘boomerang’, es alargada. Y, precisamente, es el recuerdo de aquel círculo vicioso lo que ha pesado de forma determinante en la decisión de los jeltzales de sacar el nuevo estatus del «eje de la acción de gobierno», según admiten en el Ejecutivo vasco y en el PNV. «Ibarretxe fue por delante de la sociedad y la sociedad ha ido por delante de Mas», explica un burukide del EBB. Urkullu y el presidente jeltzale, Andoni Ortuzar, pretenden, en cambio, «caminar al mismo ritmo» que sus conciudadanos. Tampoco hay riesgo esta vez de que los distintos ritmos hacia la soberanía entre Gobierno y partido generen tensiones: Ortuzar sigue la ‘hoja de ruta’ que Urkullu, de quien es amigo personal, pergeñó cuando aún era presidente del EBB.
Mucho recuerda a la metodología de Ibarretxe el referéndum anunciado por Mas para 2014, una promesa que la presión de sus socios indepentistas le obliga a mantener. Y, por eso, Urkullu y el PNV miran mucho de reojo a Escocia y más bien poco a Cataluña, un espejo en el que prefiere reflejarse Bildu, que, incluso, ha hecho suyo el término ‘vía vasca’ por mímesis con la ‘vía catalana’ que, a modo de cadena humana, volvió a sacar a una multitud a las calles en la última Diada.
La izquierda abertzale insiste en que es preciso impulsar el proceso soberanista «de la mano de la sociedad», sin reparar en la escasa pulsión soberanista de la sociedad vasca, donde la situación económica y la precariedad laboral –EREs, paro– copan las preocupaciones ciudadanas. Precisamente, fue una riada humana la que, en 2012, fracasados sus intentos por arrancar a Mariano Rajoy un pacto fiscal, impulsó a Mas a disolver el Parlament y convocar elecciones, en la creencia de que lograría rentabilizar a su favor el malestar ciudadano larvado por el ‘cepillado’ del Estatut y por los problemas de financiación de una comunidad mal gestionada desde los estertores del ‘pujolismo’.
Se equivocó y Urkullu, consciente además de que la realidad vasca, con su sistema privativo de financiación, nada tiene que ver con la catalana, no está dispuesto a repetir sus errores, por mucho que hoy se esperen guiños a Cataluña en Foronda. Los catalanes, tradicionalmente identificados con el ‘seny’ y el pactismo, han adelantado ahora por la izquierda a Euskadi, aunque eso preocupa poco al PNV. Andoni Ortuzar volvió de la Diada con la convicción de que la formación jeltzale debe evitar a toda costa fomentar sentimientos de agravio o antiespañolistas como los que percibió en Barcelona: de ahí su insistencia en que el proyecto de construcción nacional vasca «no va contra nada ni contra nadie».
«Consulta y pacto siempre han ido de la mano en el discurso del lehendakari», apuntan en su entorno cercano para despejar dudas sobre la intervención radiofónica de Urkullu menos de veinticuatro horas después de renunciar en el Parlamento a presentar una propuesta concreta de nuevo estatus para evitar «dividir y enfrentar» a la sociedad. En las ondas de Euskadi Irratia, el jefe del Ejecutivo reivindicó a Euskadi como nación en Europa y ratificó su intención de someter el nuevo estatus a refrendo popular en 2015.
En realidad, en Ajuria Enea y en Sabin Etxea están a la espera, sobre todo, del resultado del referéndum escocés y de sus efectos en la actitud de la UE hacia las «naciones sin Estado». Aunque Bruselas acaba de echar un jarro de agua fría sobre las aspiraciones catalanas, los jeltzales creen que «si sale ‘sí’» en la consulta escocesa «Europa haría caso». Por supuesto, en Sabin Etxea también ganan tiempo con la decisión de endosar el debate al Parlamento como mínimo durante un año: pueden esperar a ver hasta qué punto le pasa factura a Mas su huida hacia delante.
EL CORREO 29/09/13