EL CORREO 30/09/13
LUIS HARANBURU ALTUNA
Los vascos sólo tenemos una vía y es por la que echamos a andar hace casi cuatro décadas. La vía se llama Estatuto de Gernika, a la que, por cierto, le convendría algún retoque
Hace cincuenta años, Gabriel Aresti escribió su poema más conocido que hablaba de la casa del padre, ‘Nire aitaren etxea defendituko dut’. El poeta describía a la casa solar asediada por los lobos, la sequía, la usura y por toda suerte de enemigos. Concluía el poema diciendo que él perdería su alma, se perdería su linaje, pero que la casa de su padre seguiría en pie. Cincuenta años son muchos y la casa de los vascos ha padecido toda suerte de desmanes, ha sido objeto de crímenes y la sangre inocente ha corrido más de ochocientas cincuenta veces; la usura tomó la forma de la extorsión y la casa del padre fue objeto de la profanación terrorista. Pero la casa de Aresti aguantó en pie.
Hace quince años, en esta casa nuestra algunos proclamaron el desahucio de una parte sustancialde quienes la habitábamos. Nada menos que en Lizarra se declaró enemigos de Euskal Herria a quienes no compartíamos el ideario abertzale, de quienes querían construir una casa de arquitectura totalmente prefabricada. Algunos de los que entonces nos querían desahuciar eran precisamente quienes lucharon con mayor empeño por destruir la casa que entre todos estábamos construyendo sobre las ruinas que el franquismo nos había deparado.
Desde el año 1975 los vascos hemos construido una casa amplia y cómoda donde caben todos los ciudadanos de buena voluntad. Es una casa gobernada por un gobierno que hemos elegido y se rige por unas normas que entre todos acordamos. La casa tiene un tejado a tres aguas, pero está abierta a un patio amplio al que asoman otros edificios que ostentan en sus blasones cadenas, leones y una flor de lis. Es el patio de Euskal Herria, en el que nuestra casa se alza altiva y libre.
Han pasado los años y quienes un día abjuraron de las normas y leyes que entre todos acordamos hoy han regresado a la casa común de todos. Ya no hablan de enemigos de Euskal Herria e incluso admiten que populares y socialistas puedan sentarse a la mesa, siempre y cuando guarden las formas y se conformen con los restos, pero algo es algo, ya no hablan de proscribirlos. Ahora hablan de la ‘Vía Vasca’ y de «la construcción de Nuestra Casa, la casa de todas y todos los vascos».
El problema es que los vascos ya tenemos una casa que, además, nos ha costado lo suyo. Lo suyo y lo nuestro. Por partida doble, ya que la hubimos de construir con nuestras manos y contra su voluntad e insidias. Esta casa es la de todos, pese a que los recién llegados pretendan ahora reconstruirlo a su antojo.
La historia es una senda que tiene sus altibajos e incluso puede tener caminos que discurran paralelos, pero que siempre terminan por confluir. Lo que la historia no admite son los cambios de vía por conveniencia. Los caminos de la historia solo cambian violentamente, en las revoluciones, y esta visto que la revolución que algunos pretendían en clave doméstica ha resultado ser un fiasco. ETA ha sido vencida y su revolución ha quedado aplazada sine die. Los vascos solo tenemos una vía y es por la que echamos a andar hace casi cuatro décadas. La vía se llama Estatuto de Gernika, a la que, por cierto, le convendrían algunos retoques y una puesta al día para acoplarse al ancho de vía europeo.
Cataluña está hecha un lío. Entre fervores patrios y demagogias varias, lo único claro es que no tiene un horizonte razonable. La fuga hacia delante, como método, augura un final de camino tan frustrante como desconocido. Si alguna ventaja tienen las democracias, es que son previsibles. Es la ley y el respeto a las normas lo que hace previsible al sistema democrático. Si las normas no son respetadas y las leyes carecen de prestigio, la democracia naufraga en el mar de los despropósitos y de la demagogia populista. Por ejemplo, un organismo que no ha sido ni elegido ni legítimamente designado, como es el caso de la Asamblea Nacional Catalana, puede suplantar a los partidos políticos y las instituciones democráticas en el liderazgo por la independencia de Cataluña. Es un esquema que algunos quisieran instaurar entre nosotros, pero a diferencia de Cataluña, Euskadi tiene sus anticuerpos. Los creó el propio nacionalismo radical con sus excesos. La imagen que la vía catalana nos ofrece es la de una sociedad desquiciada y rota, que sigue la ola levantada por una Asamblea Nacional autoerigida en motor de la independencia, que los políticos profesionales tratan de surfear. Es normal que algunos nostálgicos del ‘pueblo vasco en marcha’ traten de apañar una vía vasca a la independencia, pero es cuando menos sorprendente que pretendan hacerlo escudados en el símbolo de la casa de todos. Si alguna evidencia nos queda de los años de terror transcurridos, es que quienes hoy se atreven a hablarnos de la casa común, hicieron todo lo posible para desahuciarnos de ella y reducirla a escombros.
El PNV y el PSE han logrado estos días un acuerdo importante, que hará algo más habitable esta casa, que tiene en la crisis de su economía su principal quebranto. La casa en la que vivimos dispone de un utillaje que otros nos envidian y que nos equipara a algunos estados. El Gobierno de Urkullu tiene por delante un apasionante y provechoso camino si es capaz de optimizar el potencial de nuestras instituciones. El Concierto y el Estatuto, lejos de ser antiguallas son, más bien, instrumentos preciosos para labrar nuestro futuro. Un futuro que se nos presenta, todavía, cuesta arriba, debido al lastre que cuarenta años de terrorismo nos ha deparado, en la forma de una subcultura que pretende arrogarse la encarnación del pueblo vasco. Una subcultura que tiene en los atavismos autoritarios su principal manifestación. Un autoritarismo y una prepotencia que se vuelven contra sus presos, impiden la colaboración entre distintos e irritan a quienes pacientemente esperan su total incorporación a la vía vasca, que conduce a la casa restaurada que soñó Gabriel Aresti.