Apenas aguantó Sánchez veinticinco minutos en el escaño. Se le veía incómodo, como afectado de urticaria en el colodrillo, que movía sin cesar. El ambiente de la Cámara le resultaba tan inhóspito que optó por evaporarse de la sesión control. Le esperaba un rey en Rabat, era la excusa. Dejó tras de sí a una bancada azul casi vacía,, en la que flotaba un reducido grupito de ministros con cara de susto y gestos de miedo. Emejota Montero, como número dos del Gobierno y del Psoe, se echó a su equipo al hombro y, lo hizo tan en serio que hasta defenestró a su jefe en un lapsus delator: «Como sabemos ya que el presidente Sánchez no lo es porque él no quiere», respondió a Cuca Gamarra en un intento fallido de insistir en una burleta que le gasta el gran narciso al líder de la oposición. No era el día.
El grupo socialista se ocultaba en sus asientos, apenas alzaba la mirada, aplaudía sin el tradicional fervor y sólo se puso en pie cuando Marlaska sacó de nuevo a pasear la foto de la barca de Feijóo de hace treinta años. Tan desnudo estaba el argumentario del Ejecutivo. Era un muestrario de desnortados semovientes, desgraciados, malheridos, náufragos, sin un madero al que aferrarse. Tan hundidos parecían que hasta para tocar fondo tenían que erguirse.
El ministro Planas interrumpía su discurso por ‘un vértigo’, explicó con voz temblorosa y lenguaje incierto. Se sobrepuso raudo del vahído, no de los tractores, que ahí siguen
Antes de abandonar a su gente, Sánchez cruzó unas cuantas frases con un líder de la oposición pletórico, en un diálogo prescindible, Intentó juguetear con el off del PP sobre la amnistía y el indulto, una triquiñuela que ya fracasó el domingo pero no tiene otra. Sus escribidores de diálogos también han acusado la trompada. Era la estampa de la desolación. Al titular de Agricultura le dio un vahído que provocó momentos de alarma. Los tractores había cercado Madrid y el ministro Planas interrumpía su discurso por ‘un vértigo’, explicó con voz temblorosa y lenguaje incierto. Se sobrepuso raudo del vahído, no de los tractores, que ahí siguen.
Un Gobierno desarbolado, una colla de penitentes en avanzado estado de desolación. Amanecía en la Carrera de San Jerónimo la gente del socialismo con gesto atemorizado ante la amenaza de Miriam Nogueras, la embajadora en Madrid del prófugo de Waterloo, en forma de pregunta sobre los presupuestos, siguiente parada en el trayecto hacia la cosumación de la Legislatura. Madrugadora, hierática, saludos fríos, sonrisas de hielo, había llegado a una sala vacía, entre afanosos ujieres y algún fotógrafo y se sentó silente en su escaño a repasar papeles.
La víspera, su partido, Juntos por la Pela, había sacudido otra tarascada a Sánchez al sumarse a una iniciativa en el Parlamento catalán en favor de la declaración de independencia. Un gesto que echa por tierra la prédica cansina de cerdanes y bolaños de que los golpistas han asumido el marco constitucional y, a cambio del perdón general, rechazan la vía unilateral. Lanzada la advertencia al jefe socialista, miss Nogueras se enfrascó en su móvil sin atender apenas las incoherencias que emitía su aludido, ya un ser perdido, un narciso destartalado.
El vapuleo apenas cesó durante toda la mañana. Cayetana Álvarez de Toledo disfruta en sus rapapolvos a Félix Bolaños, torpe y desarmado. «A Sánchez ya no le indultarían ni los restos de su partido porque el PSOE ya es sólo un resto». El ministro de Justicia, clamorosamente impotente, le llamó ‘ultra’. ¡Ah, oh! Luego llegaron las náuseas que arrojó Tellado, el portavoz de los populares, a Marlaska, desbordado ya de indignidad tras su comentario de la sobre Marimar Blanco y Ermua. «¿Sabe lo que es el honor? Usted ya no debería estar aquí», le abroncó.
Nunca fue un Gobierno digno. Ahora es una banda de hooligans que chapotea en la poza de sus miserias. «Todos se pasearon por Galicia durante la campaña y ni uno solo ha sido capaz de acercarse a Barbate o de dar su pésame a las viudas de los guardias asesinados», insistían desde las filas del PP. Montero, la vicedós, se escabullía por las fatigadas ramas de Ayuso y las residencias.
Ni Abascal ni Yolanda Díaz, arrebatados de valentía, tuvieron a bien personarse en sus escaños, como le corresponde a todo diputado. Entre la gente del progreso se percibía ese olor fosfórico de la angustia enfriada, que diría Onetti. Es muy semejante al del miedo.