El peor crimen político en una democracia es utilizar el sistema electoral para masacrar con una guerra innecesaria a ciudadanos ajenos. No pido acciones terroristas contra el Gobierno de Israel por sus crímenes de guerra. Sólo que los gobernantes que han ordenado esta masacre para beneficiarse en las elecciones sean detenidos y juzgados.
Hoy he visto en la tele grupos de israelíes con prismáticos y aire de fiesta contemplando la invasión de su ejército en la Franja de Gaza. Me he acordado del relato de Dolores Salís que cuenta cómo los franceses se acercaban al puente de Hendaya para ver de cerca la batalla de Irún en la Guerra Civil. Harán, supongo, comentarios de las columnas de humo, que esconden cuerpos destrozados, con interjecciones de asombro al ritmo de los bombazos. Baudelaire decía con pasmo: «¡Dios mío, qué bella es la guerra!». Pero lo decía desde la estética épica de las tragedias antiguas. Estas gentes son diferentes. Han rebajado la tragedia hasta la banalidad de una excursión campestre de domingo.
¿Cómo se puede ahogar el alma hasta convertir en fiesta la tragedia de la muerte ajena? Para eso es necesario renunciar a la solidaridad de la especie humana. Es necesario quitarles la condición de personas para convertirlos en símbolos etéreos de nuestros miedos. Sólo así, renunciando a toda responsabilidad de la condición humana, se puede comer un bocadillo mientras se imagina que a lo lejos esos hongos de humo de explosión repentina evaporan vidas y destrozan cuerpos.
Y cuesta creer que el asesino de hoy ha sido la antigua víctima. Ninguna comunidad ha sido sometida a tanto horror y sufrimiento. Los israelíes han roto desde hace tiempo la solidaridad, casi espontánea, que surge entre personas masacradas. Hoy aplican las enseñanzas de su verdugo. Toda la enormidad de los sufrimientos pasados por sus padres no puede justificar estas masacres. El rugido de dolor profundo que surge desde Auschwitz, y que aún durará algunos siglos, debiera paralizar sus tanques.
Hace tiempo el valeroso Castelión, con ocasión del asesinato de Miguel Servet en la hoguera, dijo: «Quemar a un hombre no es defender una doctrina; es sólo asesinar un hombre». Yo hoy lo repito; matar impunemente a palestinos no es defender las propias fronteras; es sólo asesinar a personas.
Y años llevamos así. Cientos de horas de telediarios; con imágenes de casas destruidas, cuerpos reventados que son llevados con urgencia en brazos por otros a los que, tal vez, veamos en otro telediario.
Y no pretendo aquí afirmar que los malos son los israelíes y los buenos, los palestinos En Oriente Próximo ya no quedan inocentes. A los pocos que había los mataron. La sangre ha corrompido todas las almas. Ahora parecen angelitos los de Al-Fatah. Visten con traje y no tienen las pintas de pordioseros de las masas histéricas de Hamás. Pero han sido ellos los que han sembrado la desesperanza y el odio que ha dado vida a Hamás. Esa mafia corrupta, con estética revolucionaria amparada por Arafat, que se ha apropiado de una parte importante de los fondos europeos enviados a la zona, mientras en la Franja de Gaza abandonaban en la miseria a sus ciudadanos depauperados. Y no dijimos nada entonces. No fuimos capaces los europeos de decir: Arafat, bajo tu pañuelo revolucionario hay escondido un mafioso corrupto.
Desde Europa sólo ofrecemos la ayuda justa para que sigan viviendo para ser periódicamente asesinados, o convertidos ellos mismos en asesinos. Y hacemos como que somos buenos, solidarios con las miserias ajenas. Nuestros ministros se reúnen, hacen declaraciones llenas de buenas intenciones. Y dicen, decimos: por favor, sean buena gente, paren ya de asesinarse. Hace tiempo que hemos aprendido que no es correcto decir que los palestinos son los buenos y los israelíes los malos, o al revés. No. La cosa no es tan sencilla, decimos. Los palestinos tienen derecho a su tierra, pero los israelíes tienen derecho también a defenderse. La cuestión, el problema, está en el conflicto; hay que buscarle una solución. Y les decimos de nuevo; sean buenos. Dénse la mano. Luego enviamos algún dinero y muchas cámaras de televisión. Ya podemos dormir tranquilos.
qué decir del Estado de Israel, rodeado de enemigos, que en gran parte él mismo ha sembrado, ha hecho de los árabes su alter ego que afianza su propia conciencia. Han roto todas las normas internacionales con arrogancia, amparados por su hermano mayor que ve en ellos un eficaz policía de la zona al que, de vez en cuando, hay que permitirle desmanes de mal gusto.
Pero lo de esta vez es aún peor. El objetivo del actual Gobierno es mucho más miserable. No es asegurar las fronteras. No es terminar con el terrorismo de Hamás. Es mucho más ruin: ganar las siguientes elecciones.
Los tiranos más crueles, los más miserables, han aprendido que todos llevamos a un intolerante aterrado en nuestro interior. Y con chulería utilizan democráticamente este descubrimiento. Han aprendido que si se aterra suficientemente a las personas con amenazas exteriores, sólo una ofrenda de sangre aplacará su miedo. Como en los antiguos tiempos en que se ofrecían víctimas humanas a los dioses, tanto más valiosas cuento más inocentes fueran.
Putin fue el primero que, a gran escala, implantó este sistema, arrasando de forma cruel toda Chechenia. Enseñó a los políticos de corazón oscuro que un muerto ajeno se convierte en la ofrenda de muchos votos propios.
Y frente a estos hechos uno se queda impotente. Ya no hay un solo responsable, el gobernante inmoral que hace campaña electoral con carteles sangrientos. Todos los electores se convierten en colaboradores entusiastas ofreciendo su voto a cambio de asesinatos ajenos. Las elecciones libres, que siempre habíamos pensado que eran el muro que frena a estos totalitarios, se convierten en inspiradoras de asesinatos.
Los israelíes realizan regularmente elecciones libres en su territorio. Los de Al-Fatah huyen siempre que pueden de cosa tan vulgar. Las siguientes elecciones las ganará este Gobierno asesino en Israel. Y Hamás las ganará en la Franja de Gaza. ¿Cuál de las dos elecciones será más democrática? ¿Las judías, que llenarán las urnas indistintamente de cadáveres palestinos y votos, o las de Hamás, que a sus votantes prometerá asesinar de forma más eficaz a los judíos?
¿Qué podemos hacer frente a tanta locura? Yo estoy convencido de que el peor crimen político en una democracia es utilizar el sistema electoral para masacrar con una guerra innecesaria a ciudadanos ajenos. No creo que exista el tipo de delito de ‘lesa democracia’, pero éste sería el caso más claro de este delito. Un gobernante que ordena una guerra para ganar elecciones debe ser destituido, detenido y juzgado. Yo no pido acciones terroristas contra el Gobierno de Israel por sus crímenes de guerra. Yo sólo pido que los gobernantes concretos que han ordenado esta masacre con la clara intención de beneficiarse en las próximas elecciones sean detenidos y juzgados. Hay que pedir a la comunidad internacional democrática que, más allá de las medidas políticas o económicas, la justicia debe actuar contra los responsables concretos. Estos gobernantes miserables que hacen negocio electoral con el miedo de sus ciudadanos y las vidas de sus enemigos deben ver sobre sus cabezas que les espera la justicia del Tribunal Penal Internacional.
Andoni Unzalu, EL DIARIO VASCO, 7/1/2009