IGNACIO CAMACHO – ABC – 31/07/16
· Este bloqueo es el resultado de una frustración. La de unos perdedores contumaces afanados en disimular su fracaso.
Una de las paradojas más extravagantes del bloqueo político español es la extendida convicción, compartida incluso por algunos sectores de la derecha, de que el colapso se solucionaría con inmediata fluidez si Rajoy se retirase o diera, como está de moda decir, un paso al costado. Una idea que contiene cierta dosis de desprecio a la democracia, habida cuenta de que se trata del único candidato que ha ganado tres elecciones consecutivas, la segunda de ellas tras un mandato abrasivo que ninguno de sus rivales logró aprovechar para derrocarlo.
El presidente es un líder poco comunicativo, chapado a la antigua y de carisma cero; ha gobernado con nula empatía social y la cúpula de su partido está atufada de corrupción. El hecho de que en esas circunstancias siga siendo de largo el dirigente más votado constituye un fenómeno de resistencia que como mínimo debería mover al resto de las fuerzas políticas, a sus militantes y a sus electores, a una reflexión sobre la idoneidad y competencia de sus respectivos liderazgos.
En vez de eso, los corresponsables del atasco estigmatizan al ganador para disimular la frustración por su propio fracaso. Si Rajoy debe marcharse para despejar una solución, ¿qué tendría que hacer un Pedro Sánchez que en cada elección descuelga un poco más al partido de mayor relevancia histórica de este régimen? ¿Qué un Albert Rivera capaz de echarle al empedrado de la ley D´Hondt la culpa de su rápido estancamiento? ¿Qué un Pablo Iglesias cuyos flagrantes errores de sobreactuación han frenado la progresión de un proyecto rupturista que se iba a comer por las patas al viejo orden? ¿En virtud de qué principio de autocrítica o de asunción de responsabilidades ha de renunciar el vencedor en las urnas para permitir que los tribunos derrotados se premien con el reparto de su túnica?
Es probable que si el presidente se apartase no hubiera muchas lágrimas entre sus sectores próximos. Más bien se escucharían aliviados suspiros porque el centro-derecha español tiene interiorizado un claro complejo de inferioridad política. Pero si hay una purga pendiente en la escena pública debería afectar a todo el elenco de la función malograda y no, o no sólo, al protagonista que mal que bien cosecha los mayores aplausos. Porque este atolladero institucional no es el producto singular de un Gobierno exánime, sino de una alarmante obstrucción colectiva. De una clamorosa exhibición de cicatería mental y de dogmatismo partidista.
Sucede que el marasmo ha llegado a un punto crítico en que gran parte de la opinión pública puede empezar a demandar una catarsis. Uno de esos momentos inflamables especialmente inadecuados para lecciones sin autoridad moral o para ejercicios de hipocresía. El peligroso grito a la argentina de «Que se vayan todos» es una tentación desestabilizadora que se está asomando al balcón de una sociedad de creciente inclinación antipolítica.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 31/07/16