Ignacio Camacho-ABC

  • En la narrativa de la nueva legitimidad populista sólo queda pendiente de reescribir el capítulo de la Justicia

«Ayer se fue, mañana no ha llegado» (Quevedo)

En el cronograma mental del Gobierno, la historia de España tiene un punto de inflexión en la presidencia de Pedro Sánchez. Ése es el acontecimiento fundacional de una nueva era cuyo devenir comenzará a contarse con la investidura de Su Persona como punto de arranque. Así lo proclamó hace unos meses Carmen Calvo, cuando atribuyó una flagrante contradicción del líder a que la opinión autodesmentida formaba parte de una etapa en la que aún no ejercía sus actuales responsabilidades. Y así lo confirmó ayer la portavoz María Jesús Montero, al justificar que Iglesias siga en el Gobierno porque sus problemas judiciales provienen «de su vida de antes». De antes de ayer, podría haber añadido, que es como el Cuaternario en

el cómputo adanista del grupo gobernante salvo cuando se trata de reabrir las trincheras de hace ochenta años que dejaron cerradas los pactos constitucionales. El tiempo, como todo en el sanchismo, es un concepto abstracto y relativo, contingente y laxo, elástico y maleable a conveniencia de sus propias necesidades, que son las que en cada momento determinan lo que es o no importante. El poder otorga la facultad de decidir quién carga con el pasado como lastre y quién encara el futuro ligero de equipaje.

Si algo ha demostrado el presidente es que nada de lo anterior cuenta. Por eso se refuta a sí mismo con la naturalidad del que se sabe liberado de cualquier compromiso de coherencia. Y por eso se empeña en someter a los jueces, que parecen los únicos que aún consideran que en el Estado de Derecho los actos tienen consecuencias y la vulneración de las leyes conlleva el riesgo de una condena. Algunos, como García Castellón, incluso conservan el atavismo moral de no consentir que les mientan o traten de manipularlos como sospecha que ha hecho Iglesias.

Da igual: ya se encargará la fiscal Delgado de solucionar el problema mientras el ministro Campo se devana la cabeza para encontrar un alivio a la pena de Junqueras. El ayer sólo le pesa a la derecha; el olvido o el perdón son un privilegio para los que se sientan en el lado correcto de la mesa.

Los protagonistas de esta época recién advenida se han distanciado de su biografía como si su existencia precedente fuese, en palabras de Umbral, las de unos seres de lejanías. Su (falta de) conciencia está convencida de que cualquier tara ha quedado limpia en el Jordán de la victoria política. Hasta los proetarras de Bildu se han arrogado el papel de víctimas. En la narrativa de la nueva legitimidad populista sólo queda pendiente de reescribir el capítulo de la Justicia porque en todo relato hay personajes que cobran su propia vida. La perspectiva es pesimista, pero el destino podría esconder la ironía de que el proyecto de impunidad selectiva tropezase en la memoria mal destruida del teléfono de una tal Dina.