IGNACIO CAMACHO-ABC
- Garzón ha tenido que pillarse los dedos en una puerta giratoria para descubrir que la política es una trituradora de personas
Al exministro Garzón han tenido que fastidiarle un empleo para que se dé cuenta de que la política es «una trituradora de personas». Ya es mala suerte que sean precisamente los tuyos los que boicoteen tu primer trabajo –bueno, la política también es un trabajo pero ustedes ya me entienden– aunque tampoco todo el mundo tiene la fortuna de llegar al Gobierno sin haber jamás cotizado. Sucede que el contrato en cuestión era de lobista en una consultora, uno de esos gabinetes de influencias donde antiguos altos cargos de diversos partidos desembarcan a través de las famosas ‘puertas giratorias’ contra las que los compañeros de Garzón, y él mismo, se han lanzado tantas veces en tromba. Y ahora la tromba de reproches le ha caído encima desde sus propias filas, con ese encono cainita tan frecuente en la izquierda comunista. Pablo Iglesias y compañía le han pasado al cobro las facturas pendientes de viejas rencillas. La venganza siempre se come fría.
En este caso llevan razón quienes han atacado la incoherencia, por más que lo hayan hecho en revancha de querellas internas. El ex responsable de Consumo, esa cartera sin competencias que Sánchez le inventó para que se entretuviera, iba a recolocarse en una empresa que se dedica a facilitar relaciones de poder a su clientela. Un ‘lobby’ cuyo mayor valor añadido son los contactos institucionales y donde no se entra sin una cierta experiencia en asuntos oficiales y una buena agenda. Nada irregular, siempre que no existan conflictos de intereses y se cumpla la ley de incompatibilidades, pero desde luego algo chirriante en un miembro del Ejecutivo recién cesado. Máxime cuando se trata de un entusiasta detractor del capitalismo, combativo adversario de cualquier contubernio entre la esfera oficial y el sector privado. Tiene lógica que los fundamentalistas de su bando critiquen ese salto tan rápido al lado oscuro, esa brusca caída del caballo bajo el repentino avistamiento de la luz cegadora del mercado.
En su proceso de turborreconversión al liberalismo de negocios, Garzón se ha enredado en la puerta giratoria y se ha pillado los dedos. Salió muy escaldado del pulso turbulento entre Sumar, Izquierda Unida y Podemos, y ha escuchado los cantos de sirena de Pepe Blanco antes de tiempo, sin guardarle a su propio pasado un mínimo de respeto. En ese mundillo en eterno estado conspirativo no es costumbre hacer prisioneros, y el fichaje lo ponía de lleno en la línea de fuego. Sin embargo, las «dinámicas tóxicas» que hoy denuncia fueron en parte responsabilidad suya: no ahorró demagogia cuando ocupaba tribunas de alta repercusión pública. Tiene derecho a ganar dinero pero no a sorprenderse de que su propia doctrina se le vuelva en contra. A punto de cumplir la cuarentena es hora de descubrir, como Gil de Biedma, que la verdad desagradable asoma: que la vida va en serio es el único argumento de la obra.