Ellos van a los mítines donde los suyos les aplauden incluso los desparrames demagógicos, las promesas imposibles y los ejercicios de transformismo: Patxi se calza la boina y exalta la transversalidad, Ibarretxe enterrando el sintagma derecho a decidir y Basagoiti prometiendo 100.000 puestos de trabajo. Cuando despertemos el día 2, la crisis todavía seguirá ahí.
Ir de campaña electoral es como gobernar en Disneylandia. Todo es fantástico; el público va a aplaudir, no a hacer preguntas retorcidas como en Tengo una pregunta para usted y las únicas cuestiones son las que se hace retóricamente el orador.
Zapatero es un fanático del mitin. En la asombrosa biografía autorizada que le escribió Suso de Toro, explica por qué le gusta más dar un mitin que hablar en el Congreso: «En el mitin lo importante no son los discursos, sino los aplausos. En los mítines lo importante no eres tú, es la gente. [ ] Es que en el Parlamento la gente está obligada a ir. Cuando estás con los tuyos uno tiende a hacer menos teatro, en el Parlamento estás en un foro, estás en un combate, porque es así el Parlamento moderno, y allí la acción prefabricada, limitativa, es mucho mayor».
Hombre, tampoco estaría mal el Parlamento si sólo tuvieran reservado asiento los propensos al aplauso. No quiere esto decir que al presidente se le de mal la tribuna del Congreso, pero el mitin tiene sus ventajas. Para empezar, todos son de los tuyos y, si se cuela alguno de los otros, el servicio de orden se encargará de ponerlo en su sitio, que es la calle.
Zapatero aprovecha ese palenque para anunciar a la peña sus planes de gobierno. Empieza el primer domingo de septiembre en el de Rodiezmo y ya es el no parar. El mitin es la puesta al día del Sermón de la Montaña, con la promesa de sus panes y sus peces.
A Rajoy le permitió coger el puchero por el asa que no quema, que son las correrías de Garzón y Bermejo por los montes, aunque la música pop y el baile programados en la guía de campaña parecen algo contraindicados con su vía crucis madrileño. Zapatero defendió en Riazor la candidatura de Touriño, el Austero, para gobernar los próximos cuatro años ese piso piloto del código de buen gobierno que es la Xunta de Galicia, al tiempo que lucía sus habilidades para la antífrasis, un suponer: no me voy a meter con Rajoy, que bastante tiene con lo suyo, y, de la misma, dedicarle toda su intervención, ante el indisimulado alborozo de la parroquia.
También le reprochó que, mientras siga con sus líos, el PP no va a poder arrimar el hombro, y en esto sí que tiene razón. Si el Gobierno sigue en la vida contemplativa, alguien debería hacer o decir algo para hacer frente a la crisis, aunque sea la oposición y aunque no tenga el control del presupuesto ni la fuerza parlamentaria para legislar.
Ellos van a los mítines donde los suyos les aplauden incluso los desparrames demagógicos, las promesas imposibles y los ejercicios de transformismo, tan propios de campaña: Patxi se calza la boina y exalta la transversalidad (cuando el Gobierno más transversal de todos, el de los polos opuestos, sería PSE-PP), Ibarretxe enterrando el sintagma derecho a decidir y Basagoiti prometiendo la creación de 100.000 puestos de trabajo.
Nos vamos a pasar así las próximas dos semanas; o sea, que disfrutemos el espectáculo, porque cuando despertemos el día 2 la crisis, esa dinosauria de Monterroso, todavía seguirá ahí.
Santiago González, 2009