Por muy perverso y sibilino que sea, un nacionalismo suave en las formas como el de Imaz no ocupa el mismo lugar mediático que el duro y puro de Arzalluz.
Ha habido un hecho esperanzador y positivo en la vida española de los últimos meses que no se ha valorado todavía lo suficiente y que supone un consuelo frente a los abundantes sinsabores políticos: la desaparición de Arzalluz de la escena pública. Las mismas horas vividas entre los atentados del 11-M y las elecciones del 14-M podían haber sido aún peores de lo que ya fueron con Arzalluz en activo y con esas tradicionales declaraciones de contenido estúpido, doloroso y sangrante con las que el desbancado líder del PNV siempre aportaba a la actualidad un insustituible granito de crispación que ¬como puede ahora observarse¬ era absolutamente prescindible.
Esa inédita ausencia es la que ha marcado el Aberri Eguna de ayer más que la propia división interna del PNV que, en el fondo, tiene al mismo Arzalluz y a la línea de Arzalluz y a los monaguillos de Arzalluz como causantes. No es casual que haya sido en vísperas de este Aberri Eguna precisamente cuando el desbancado líder del nacionalismo ha vuelto a asomar la cabeza diciendo que quiere volver a la política y que tiene derecho a un despacho de veterano en Sabin Etxea (yo creo que sólo va a conseguir un bono de jubilado para que le hagan descuento en la máquina del café). No es casual que esta resurrección súbita se haya producido en vísperas del domingo de Resurrección y precisamente para expresar sus escasas esperanzas en el PSOE así como para recordar a su parroquia que ese partido «cree en la nación española». Lo que quiere Arzalluz en estas fechas es conjurar cualquier posibilidad de pacto de reforma del Estatuto con los socialistas y que se aproveche más bien la debilidad y la incoherencia de estos para sacar adelante el Plan Ibarretxe. Mientras el PSOE anda organizando manifestaciones en Leganés contra un Aznar que ya se ha ido, Arzalluz ya se ha dado cuenta de que contra quien tiene que luchar a partir de ahora el nacionalismo vasco no es contra Aznar sino contra Zapatero.
Hay algo en lo que Aznar sí se ha acabado pareciendo a Franco y no por su culpa: en sus detractores nostálgicos. El famoso «contra Franco vivíamos mejor» ha hallado una réplica en este «contra Aznar vivíamos mejor» de los socialistas que no acaban de creerse que han ganado las elecciones por un lado y por otro no quieren pensar en el enfrentamiento que les espera consigo mismos y con los nacionalistas. Zapatero está todavía en la inopia de su increíble victoria electoral, en la nostalgia de su odio a un PP que le iba a hacer el trabajo sucio de frenar el Plan Ibarretxe y el Plan Maragall, que en el fondo encierran el mismo hueso duro de un referéndum de autodeterminación. Aunque ambas se llamen «reformas estatutarias» la de Egiguren no es la de Maragall. La primera quiere parar el referéndum de Ibarretxe. La segunda quiere llevar un referéndum a Cataluña. Estas contradicciones e incoherencias internas del PSOE auguran una legislatura turbulenta para Zapatero que o bien carga con el marrón histórico de ser «el hombre que rompió España» o bien acaba por ser tildado de «Aznar II» por un nacionalismo vasco que ¬como Arzalluz ahora nos lo recuerda¬ es insaciable.
En este contexto hay cosas que el PSOE tiene a su favor. El esfuerzo que se ha hecho por «criminalizar» a Aznar ha sido de tal envergadura y ha costado tantas energías que volver todas esas mismas baterías contra Zapatero, volver a empezar de nuevo con una campaña semejante pero contra otra diana que se ha tenido como aliada es una tarea monumental y además poco verosímil. Por más que Arzalluz ya ande manos a la obra dispuesto a hacer girar toda esa pesada maquinaria de guerra, estigmatizar a Zapatero de la misma forma que a Aznar es algo que, en caso de que el nacionalismo lo lograra llevar a cabo, costaría más de una legislatura. Esta imposibilidad motriz de quien está condenado a ser su enemigo político puede permitir a Zapatero hacer de la necesidad virtud y que esa alianza con los nacionalistas que le ha servido para derrotar al PP le sirva en un futuro nada lejano para presentar como injustos y como inverosímiles los reproches nacionalistas de inmovilismo. El PSOE está en este momento en la privilegiada situación de poder permitirse asegurar históricamente de una vez por todas la unidad nacional y ser más «inmovilista» que nadie frente a las demandas de un nacionalismo al que le queda sólo esta oportunidad y muy poco tiempo para aprovecharla. En otras palabras, si el PSOE frena en esta legislatura al nacionalismo ese freno será definitivo. El hecho de que el PSOE ya no tenga que desmarcarse del PP en un asunto tan delicado para ganar un espacio político, pues ya lo ha derrotado electoralmente, le da aún más capacidad de movimiento al partido de Zapatero.
Otro factor que juega a favor del PSOE en ese sentido es la propia desaparición de Arzalluz del aparato nacionalista que ha marcado este «Aberri Eguna de baja intensidad» diseñado por Josu Jon Imaz de antemano con unas tonalidades tenues y conciliadoras. A la ausencia de Arzalluz en la tribuna ayer se añadían las alusiones a «la nación cívica y solidaria» que integre a todos las vascos y a la integración vasca en «la Europa de los pueblos». Y se añadía también el fantasma de la «tregua indefinida» de ETA que sirva para integrar a todo el mundo abertzale en el «proceso democrático» de construcción nacional. La palabra «integración» era, así, la gran clave del Aberri Eguna de ayer y la palabra mágica que intenta ocultar las realidades que la desmienten. Pero, por muy perverso y sibilino que sea, un nacionalismo suave en las formas como el de Imaz no ocupa el mismo lugar mediático que el duro y puro de Arzalluz menos en un momento en el que ese lugar lo ocupa el terrorismo de Al-Qaida. Sin Arzalluz y sus gritos, la vida es, sin duda, mejor.
Iñaki Ezkerra, LA RAZÓN 12/4/2004