Jaime González, ABC, 28/4/12
La piedra angular son las víctimas, viga maestra que sustenta el complejo entramado de muros sobre los que se reparte el peso de la política antiterrorista: la ley, la Policía y el Estado de Derecho. Son el elemento esencial, los cimientos sobre los que construir cualquier plan, medida, proceso o decisión de los distintos gobiernos. Las víctimas son —muy a su pesar— ineludibles, porque no eligieron serlo, sino que fue el terror quien les impuso la atroz penitencia de soportar de por vida su destino. Son y están. Y su dolor no caduca, porque llevan una sombra de espanto cosida a la memoria. ¿Es tan difícil entender que su presencia, fruto de una brutal imposición, resulta obligatoria? Qué más quisieran ellas que no haber llegado nunca a convertirse en la piedra angular, en la viga maestra, en el elemento esencial. Ojalá no estuvieran, ojalá el tiro en la nuca y la sangre derramada no las hubieran forzado nunca a ejercer el cargo que ahora ocupan. No es solo torpeza lo que ha exhibido el Ministerio del Interior filtrando un confuso, atropellado e innecesario plan de acercamiento de presos etarras. También insensibilidad. Y un impúdico olvido —que trató de remediar mal y a destiempo— bendecido con jabón de fregar por una cohorte de aprendices de brujo. No dudo —en absoluto— de las intenciones de este Gobierno, ni cuestiono su firmeza en la lucha contra ETA. Pero sí de su capacidad para entender lo esencial: que de la misma manera que las víctimas llevan una sombra de espanto cosida a su memoria, la presencia de las víctimas debería ir cosida en los lomos del cuaderno de la política antiterrorista. Solo espero que acierte a apuntalar los muros donde impactaron las bombas y las balas: la carne destrozada, el alma rota que a todos debería servirnos de sustento.
Jaime González, ABC, 28/4/12