Iñaki Ezkerra-El Correo

  • La inmoralidad de signo izquierdista adopta la moralina de estilo derechista

En un célebre poema titulado ‘En línea recta’, el poeta portugués Fernando Pessoa se queja de que no ha conocido a nadie que confiese que alguna vez fue ridículo, sucio y vil. «Todos hemos sido príncipes», exclama. Y, acto seguido, se pregunta: «¿Entonces solo soy yo el que es vil y errado en esta tierra?». Naturalmente, Pessoa era un bendito. No hay más que verle y no hay más que leerle para comprobarlo. Los realmente capaces de cometer vilezas no harían nunca una confesión semejante y son a menudo los que pretenden pasar por almas sensibles y candorosas. Pienso en quienes, al verse en un país confinado y sumido en una tragedia como la del covid de 2020, no pensaron en otra cosa que en ponerse a hacer caja de la manera más fraudulenta con las mascarillas. Algo así no se le ocurre a nadie con una mente normal, que no se parezca a una pesadilla. Alguien así despierta una cierta conmiseración por lo terrible que debe de ser convivir diariamente con un depredador que eres tú mismo.

Lo más fascinante es que el cabeza de turco de esa sórdida trama iba por la vida de ser humano excepcional, atormentado por la miseria ajena y alistado en la plataforma Stop Desahucios. Digo «fascinante» porque el esquema de comportamiento responde al más rancio, genuino y reaccionario cliché de la hipocresía carpetovetónica; al estereotipado modelo del corrupto conservador, pródigo en limosnas para los pobres, al «trueno vestido de nazareno», que diría Machado.

No deja de ser una paradoja curiosa que la inmoralidad de signo izquierdista adopte la moralina de estilo derechista. La diferencia entre el hipócrita tradicional de toda la vida y este nuevo de filiación progresista reside en que el último ha reemplazado las obras sociales por los derechos sociales y en que la cultura católica, en la que se parapetaba el primero, ya disponía de unos ciertos resortes inmunológicos para detectarlo, unos mecanismos de defensa contra su farsa. Los Evangelios están poblados de referencias a los sepulcros blanqueados, a los falsos maestros de la ley y al fariseísmo. Digamos que el cristianismo se curó en salud acuñando un logrado personaje literario como es el fariseo. Pero la izquierda carece de esa literatura, de alarmas frente al fenómeno, de modo que la apelación a la igualdad hoy tiene un efecto infalible y más incontestable que la manida invocación a la divinidad, aunque en ciertas bocas resulte igual de obscena que aquella.

Resulta obscena en boca de un sanchismo que ha hecho de la exhibición ostentosa de la santurronería más farisaica un programa político del que las mascarillas de Koldo, el grotesco testaferro de la banda, no son más que la punta del iceberg. Los caminos de la vileza, como los del Señor, son inescrutables.