ARCADI ESPADA-EL MUNDO

El interrogatorio al procesado Sànchez duró varias horas y la descripción de los hechos del día 20 de septiembre de 2017 fue el centro del meticuloso interés de las acusaciones e incluso de las defensas. Y, sin embargo, en la sala se hizo carne el espíritu de aquel Fabrizio del Dongo que en La Cartuja de Parma se pregunta: «Lo que había visto, ¿era una batalla?, y en segundo lugar, esta batalla, ¿era Waterloo?» Así meditaba el joven Fabrizio en una hostería de Amiens, donde pasó quince días reponiéndose de una herida. Tenía la dolorosa certeza de que había participado en una batalla. Pero Waterloo, aquella palabra y su carga de sentido consiguiente le eran ajenas.

No hay duda de que el procesado Sànchez participó de modo activo en los peligrosos incidentes ocurridos frente al departamento de Economía de la Generalidad. Pero su relato fue ayer el de Fabrizio y no el de Stendhal. Idas, venidas, entradas, salidas, gritos, cantos, palabras, silencios, teléfonos, micrófonos, megáfonos, cámaras, armas, coches, policías. Keywords de una jornada fundamental en el Proceso. Palabras clave, sin relato. No tengo más remedio que hacer de Stendhal, gajes.

A primera hora de la mañana el procesado Sànchez (hummm, me tienta más de lo que debería este sintagma) se enteró de que la Guardia Civil había entrado en el departamento de Economía para practicar un registro por orden de un juzgado de Barcelona. Ante las preguntas del fiscal admitió, sin mayor inconveniente, que de inmediato había llamado a los ciudadanos para que fueran hacia allí. Aunque era seguro que tenían que ver con el Proceso, casi nadie sabía el motivo de las diligencias. Pero Sànchez mandó a su gente, que acabó concentrándose hasta llegar a los cincuenta mil. Una lógica decisión de liderazgo. Faltaban diez días para la fecha del referéndum y sólo había una pregunta en Cataluña: ¿la Policía española lo impedirá? Estuviera o no vinculada con la pregunta, la irrupción, por primera vez, de la Guardia Civil en una dependencia del gobierno catalán tenía un alto valor simbólico. Yo recuerdo perfectamente hasta qué punto la celebré.

El procesado la celebró también porque le dio oportunidad de poner en práctica, por primera vez, el concepto de violencia pacífica (tan catalanísimo) al que ha dedicado su vida, más o menos, adulta. En la pintoresca dialéctica entre democracia y ley de la que el nacionalismo ha hecho divisa, la violencia pacífica ejerce de hegeliana síntesis. Cualquier dirigente del Proceso sabía que si los ciudadanos no paralizaban la vida cotidiana, la independencia sería una quimera. Por eso fue y es una quimera. El procesado Sànchez, encargado de recursos humanos, hizo aquel día 20 el primer ensayo. Si la Guardia Civil entraba en la Generalidad, difícilmente saldría: ese era todo su objetivo. De modo consecuente, la Assemblea Nacional Catalana, que presidía, publicó aquel tuit que aclaraba a sus seguidores que el cordón de voluntarios no tenía por objeto facilitar la salida de la Guardia Civil.

La Guardia Civil salió de allí difícilmente. Y la secretaria judicial por las azoteas. Luego vino la formidable escena final, pasada la medianoche. Unos coches de la Guardia Civil habían quedado imprudentemente atrapados en la concentración. Y, ciertamente, no habían sido bien tratados por los manifestantes. Ahora son una incómoda prueba de cargo, pero aquella noche eran un botín. Como el ambiente iba quedando ya en manos de los acérrimos, el procesado Sànchez no quiso perder la posibilidad de aparecer como hombre de paz. Megáfono en mano llamó a que se fueran los que ya se estaban yendo. Pero el rapto de inspiración lo había tenido al decidir el lugar desde donde hablaría: el techo de uno de los coches vejados por el pueblo. Hoy esa imagen se vuelve en su contra, pero aquella noche envió un inequívoco, feliz y alentador mensaje a los ciudadanos cómplices: la Guardia Civil ha querido profanar el autogobierno de Cataluña y esto es lo que ha sucedido. El coche parecía un lorquiano toro muerto, con mil abigarradas banderillas clavadas, y el procesado Sànchez, lo que es la vida del nacionalista, su torero.

De Fabrizio del Dongo hizo entonces un teniente al que el matador comunicó sus planes:

—Súbase, súbase. Total, dado como está el vehículo…