- Sánchez ha resucitado el odio y lo encarna personalmente: solo habla de violencia para justificar su siguiente paso
Ha dicho Pedro Sánchez en una de sus pantallas amigas, que lo son todas con la ocasional excepción de Trece y algunos minutos en Antena 3, que «violencia política» es decir «hijo de fruta» o reírse al escucharlo. Y lo ha dicho cinco minutos después de que su vicepresidenta y candidata a las Europeas, esa calamidad llamada Teresa Ribera, señalara a los responsables del fenómeno: por supuesto el PP y Vox, más conocidos en los ambientes socialcomunistas como «la derecha y la ultraderecha».
El modo plañidera de Sánchez, estrenado con la célebre versión de «Los amantes de Teruel» que perpetró en una carta para despedirse del mundanal ruido sin dar explicaciones de las andanzas de Begoña Gómez, se ha perfeccionado con motivo del intento de asesinato del primer ministro eslovaco, convertido en una excusa indecorosa para hacerse él la víctima, con su falta de tacto y escrúpulos habituales.
Y es, de todos los registros del personaje, el más peligroso, porque siempre preludia una ofensiva contra la democracia: la investigación judicial a su esposa es la coartada para terminar de asaltar la Justicia; la difusión de informaciones intachables sobre su hermano, su pareja o sus amigos enmascarillados o rescatados, lo es para atacar a la prensa; y el atentado contra un político al que cinco minutos antes consideraba un facha lo es, por último, para señalar a sus rivales.
Sánchez convive con una vicepresidenta, Yolanda Díaz, que soñaba con guillotinar a un Rey y considera un ídolo a matarifes como el Che Guevara. Le debe el cargo a los amigos de Txapote, que a cambio le exigen que vaya liberando poco a poco a los terroristas presos, mire hacia otro lado cuando los homenajeen y, por supuesto, no mueva un dedo por aclarar los casi 400 asesinatos etarras sin respuesta. Y ha amnistiado o indultado a esas hordas que quemaban coches, asaltaban aeropuertos, atizaban a policías y en general desataron una especie de Intifada a la catalana.
Tampoco ha pestañeado al ver cómo apedreaban a Vox, zarandeaban a los chavales de S’ha acabat, coaccionaban a un niño en Canet, boicoteaban a gritos y zarandeos a Cayetana Álvarez de Toledo o desinfectaban, como si fueran ratas, los espacios donde los tres partidos del centro y de la derecha daban mítines en el País Vasco o Navarra.
La violencia en la extrema izquierda tiene antecedentes históricos bien notables, con los asesinatos de Prim, Dato, Cánovas del Castillo, Carrero Blanco, Canalejas o Calvo Sotelo, abatido a tiros por los escoltas del socialista Indalecio Prieto. Maura y Aznar también sufrieron atentados y hasta Rajoy fue golpeado por otro zumbado, sin la rimbombancia concedida al tal Pompeyo, el extremista de izquierdas que envió cartas infames a Sánchez o la embajada de Ucrania.
Y de esas aguas turbias bebe de nuevo el Pequeño Nicolás Maduro español al denunciar un fenómeno que solo él provoca: no hay nada más violento, conceptualmente, que deshumanizar a media España y querer confinarla tras un muro levantado por el propio presidente con sus manos, y las de Otegi, Junqueras, Puigdemont y otras chicas del montón.
La «polarización», que es como ahora los cursis llaman a la incitación a la violencia, es la base de todo el proyecto sanchista, sustentado en una agresiva división de España en dos partes que, a la vez, justifique sus alianzas espurias, imposibilite la alternancia y allane la represión contra un peligroso enemigo imaginario.
De un tipo que es más duro con Ayuso que con Otegi y con Israel que con Hamás escuchar cánticos a favor de la paz y contra la violencia es tan creíble como un yihadista dando un curso de ganchillo. Sánchez se ha construido a sí mismo desde el odio guerracivilista y solo juega ya a justificarlo y aplicarlo.
Posdata. Terminado el artículo, conocemos a Sánchez montando otro número que certifica todo lo dicho. El bocazas de Milei llamó «corrupta» a Begoña Gómez, en un exceso impropio del momento procesal y de un presidente de Argentina. Pero convertir eso en un «ataque a la democracia y a España» casi pública carcajadas. Milei le ha hecho la campaña gratis a Sánchez, pero la verdad sigue siendo la misma: el señor que llama genocida a Israel se ofende mucho si alguien sugiere que su señora hace cosas feas. Al menos entenderá que unos pocos no piquemos en ese anzuelo hiperventilado.