Luis Haranburu Altuna-El Correo
- Los partidos arracimados en torno a Sánchez coinciden en que un triunfo de la derecha democrática sería una hecatombe
Tenemos un presidente virtuoso. Un presidente que en todas sus políticas trata de consumar la virtud. Sánchez es un santo varón que refulge en medio de una corrupción a la que es inmune. Él es un político limpio del que unos facinerosos han tratado aprovecharse: «Esto no va de mí o del PSOE sino de un proyecto que está haciendo cosas buenas».
Entre las aptitudes de Sánchez destaca su habilidad para hacer de la necesidad virtud y lo demostró de manera fehaciente cuando, después de perder las elecciones de julio de 2023, fue capaz de formar Gobierno. Un Gobierno progresista. El más progresista de la historia democrática de España. La virtud del presidente es tan destacada y eficaz que incluso es capaz de irradiar y contagiar a sus aliados menos virtuosos que en alguna ocasión han cometido errores, desvaríos e incluso crímenes. Poco importa el pasado criminal de alguno de sus apoyos imprescindibles, el virtuoso capitán los ha transformado hasta convertirlos en avezados grumetes en la dirección del buque insignia del progresismo.
Todos los que sustentan el Gobierno progresista de Sánchez han sido redimidos por la virtud que el presidente encarna. Esa virtud que no precisa del Parlamento para gobernar, ni de Presupuestos Generales para administrar el Estado de bienestar, y menos aún del consenso necesario para buscar lo mejor para España. Sánchez hace y deshace consciente de su destino que le insta a rebasar los límites de la Constitución e ignorar las balanzas que rigen la separación de poderes. Su voluntad y su decisión están por encima de la ley.
El paradigma radical de Pedro Sánchez no es otro que Robespierre, héroe y artífice principal de la Revolución Francesa y demiurgo de la época de la Convención que algunos reaccionarios llamaron ‘Terror’. La virtud para Robespierre y los suyos consistía en salvaguardar los logros de la Revolución de 1789 y acabar con quienes se oponían a ella. De igual manera, Sánchez y sus secuaces pretenden arrinconar, desautorizar y estigmatizar a la derecha liberal y conservadora bajo la acusación de que pretende acabar con los logros ‘progresistas’ del Ejecutivo que él preside. Afortunadamente, Sánchez no dispone de la guillotina, pero lo que si pretende es cortar el paso a la alternancia política bajo el estigma del regreso del fascismo.
Es una evidencia histórica que todos los regímenes que han acabado en autocracias o dictaduras iniciaron su ruta negando legitimidad a quienes pretendían obtener el poder alternativo por medios democráticos. Todos los partidos y grupos políticos arracimados en torno a Sánchez participan de la convicción de que un triunfo electoral de la derecha democrática española supondría una hecatombe para el régimen progresista iniciado por Sánchez. Por lo tanto, la virtud tal como él la entiende consiste en evitar, «a toda costa», la llegada al poder de la derecha política representada por Núñez Feijóo. Es la necesidad de impedir la alternancia política a lo que Pedro Sánchez Castejón denomina virtud. Para impedir la alternancia política en el Gobierno de España tan solo caben tres caminos y ninguno de ellos es democrático.
El primero consistiría en la declaración de la excepcionalidad política de España para aplazar ‘sine die’ la convocatoria electoral. Es un hecho cierto que Sánchez es un ferviente partidario de los estados de excepción que tuvo oportunidad de declarar con ocasión del covid. De hecho, nos ha habituado a la excepcionalidad de gobernar de espaldas al Parlamento con abuso del decreto ley y la omisión de presentar Presupuestos Generales del Estado. ¿Porqué no imaginar la declaración de estado de excepción ante la amenaza real o virtual del retroceso en derechos y libertades, procurados por el Gobierno progresista? En un estado de excepción no caben las elecciones.
En segundo lugar, se han desvelado preocupantes manipulaciones de voto por parte de ‘fontaneros’ del PSOE que han tratado de alterar resultados electorales. Sin ir más lejos, partidarios del presidente Sánchez intentaron ocultar una urna tras una mampara durante el Comité Federal del 9 de julio de 2019. ¿Cuando la corrupción se convierte en sistémica, quien puede garantizar que una manipulación electoral no impida la alternancia política? Al fin y al cabo, entre los que sostienen a Sánchez en el poder hay quienes aplauden las burdas manipulaciones electorales de Maduro. Hasta ZP da la callada por respuesta cuando se le pregunta sobre el tema.
En tercer y último lugar, Robespierre se desembarazó de sus adversarios mediante la justiciera guillotina, pero existen modos menos traumáticos de desembarazarse de los reaccionarios. Putin, Erdogan o Maduro recurren a la ilegalización de sus oponentes para triunfar. Cabe recordar que un miembro de la mayoría gubernamental, Mertxe Aizpurua, portavoz de Bildu en el Congreso, lanzó en octubre de 2024 la luminosa idea de ilegalizar al PP. En aquella ocasión, Sánchez, el virtuoso capitán, ni siquiera pestañeó.