EDITORIAL-EL PAÍS

  • El diálogo entre PSOE y C’s es positivo, pero el seísmo entraña serios riesgos

La sorpresa de Murcia ha desencadenado una considerable onda expansiva que, además de oportunidades, presenta graves riesgos. La presidenta de la Comunidad de Madrid convocó elecciones anticipadas para evitar una posible moción similar que la desalojara del Gobierno a manos del PSOE y Cs, partido con el que hasta ayer mantenía una coalición de difícil convivencia. La sacudida se complicó aún más cuando PSOE y Más Madrid registraron sendas mociones de censura. La siguiente réplica se produjo en Castilla y León, donde el PSOE presentó otra moción contra el Gobierno de PP y Cs, que sin embargo expresaron su voluntad de seguir juntos, al igual que hicieron en Andalucía.

A la espera de aclararse si en Madrid prevalece el adelanto electoral o las mociones —estas sufren de un dudoso anclaje legal—, la perspectiva política en la región inquieta. Se perfila la posibilidad de una estrecha cooperación entre Isabel Díaz Ayuso y Vox, un auténtico golpe al giro del PP hacia la moderación que Pablo Casado pretende liderar. El populismo que practica Ayuso en oposición directa al Gobierno, la laxitud frente a las restricciones por el virus y un cierto aroma supremacista madrileño son parte de un perfil de corte trumpista que poco tiene que ver con la estrategia de Casado. Grotesca sonó ayer la disyuntiva que Ayuso planteó y que probablemente acabe siendo su grito de campaña: socialismo o libertad.

Esta dinámica desborda Madrid y arrastra un problema mayor para la democracia española: la debilidad del proyecto de Casado. Acorralado por Vox a la vez que necesitado de sus apoyos, pero también por un pasado del PP manchado por la corrupción, el liderazgo de Casado no acaba de hilvanar un proyecto propio sólido. En este contexto, el protagonismo de Ayuso y su previsible alineación con Vox amenazan con laminar el proyecto del PP como partido de Estado, disponible para consensuar políticas y renovaciones clave en un país lastrado por turbulencias en cuanto a su forma de Estado y su configuración territorial. El seísmo del 10 de marzo traslada la política española de una era geológica de petrificación a otra gaseosa. Hay una nueva oportunidad de diálogo, pero también el enorme riesgo de que un fracaso de Cs en la muy polarizada Madrid dé paso a una nueva forma de bloques enfrentados más radical que la actual.