ABC 13/04/15
VÍCTOR ANDRÉS MALDONADO
· La aspiración catalana a un Estado está en el poso de la ideología de una elite
En último término, el nacionalismo justifica el actual proceso soberanista en Cataluña en “la voluntad de ser nación” del pueblo catalán. Ya no se trata tanto de definir las esencias distintivas de un territorio y sus habitantes en términos clásicos de todo nacionalismo (tales como una lengua propia y diferente del Estado del que forman parte, una historia y unas instituciones diferenciadas, etcétera), y que en el pasado podrían haber servido para justificar la formación de un nuevo Estado-nación. Primero, porque ese afán diferenciador con respecto al resto de territorios y ciudadanos del Estado suena a rancio, a justificación etnicista, y, por tanto, difícil de vender en el seno de las democracias europeas, en un mundo donde se espera ser recibido. Pero, además, porque es difícil de justificar en un contexto donde la globalización impone la interdependencia y demanda altos niveles de cooperación entre los diferentes territorios y Gobiernos existentes para asegurar su propia supervivencia, porque desestima la propia diversidad y pluralidad dentro de Cataluña y porque no explica la inexistencia de ese mismo afán por parte de otros territorios colindantes con características similares (en particular, Valencia y Baleares). De ahí que lo que de verdad importaría es la voluntad, indiscutible según el nacionalismo, del pueblo catalán de ser nación, una voluntad que, además, hunde sus raíces en el pasado y perdura en el tiempo pues, de lo contrario, sería difícilmente explicable su aparición en los últimos años. Es decir, los catalanes tendremos un Estado propio ante todo porque así lo queremos, porque esa es y ha sido nuestra voluntad. Es cierto que para ello, cuando menos, habrá que organizar un referéndum que ratifique su existencia, pero ello en el fondo es un trámite ante la obcecación del Estado español en impedir el ejercicio de este derecho y voluntad evidentes.
En nuestro entorno, esta cuestión ha podido estudiarse en un caso concreto. Efectivamente, en el Tratado de los Pirineos (1659), las monarquías francesa y española acordaron cambiar la línea de demarcación existente hasta entonces entre ambos reinos, de tal manera que todos los territorios al norte de los Pirineos, es decir, la hoy llamada Cataluña Norte (el Rosellón, el Conflent y el Vallespir), pasaron a estar bajo la jurisdicción del monarca francés. Extrañamente, no así el Valle de Arán, que aun cuando se sitúa en la vertiente septentrional de los Pirineos, siguió bajo la jurisdicción del Monarca español. El problema se planteó con respecto al valle de la Cerdaña, cuya ubicación geográfica (norte o sur de la línea de los Pirineos) no era clara. Finalmente, se acordó la partición de la Cerdaña por el medio del valle en una especie de decisión salomónica. Este hecho supuso que, de la noche a la mañana, los habitantes de la parte norte del valle pasaron a convertirse en súbditos del rey francés. Poco importó que los habitantes de la Cerdaña compartieran la misma lengua (el catalán), que mantuvieran unos fuertes lazos familiares forjados a través del tiempo, que consideraran Puigcerdà como su “capital”, etcétera. El equivalente en la época actual sería que de un día para otro dejaron de ser conciudadanos para convertirse en extranjeros. El libro Bounderies, The Making of France and Spain in the Pyrenees de Peter Sahlins (1989, University of California Press, Berkeley, Los Ángeles, Oxford) hace un recuento de lo sucedido y analiza los avatares de los habitantes de la Cerdaña ante un cambio de tales características: el análisis de una realidad, convertida en experimento social real, y su evolución en el tiempo.
Se podría aducir que este “experimento” es un caso particular y no extrapolable a otras situaciones y circunstancias debido a la existencia de una frontera y a la dependencia que se deriva de ello de las autoridades de un Estado “ajeno” a su verdadera identidad nacional catalana. El caso es que los que eran conciudadanos dejaron de serlo y se transformaron en extranjeros.
Me temo que las raíces de “la voluntad de ser nación” habrá que encontrarlas no en una irrefrenable pulsión que anida en el interior de los ciudadanos catalanes, sino en el poso de una ideología concebida por unas élites nacionalistas con el altavoz de unos medios de comunicación oficiales o debidamente subvencionados y orientados hacia la construcción nacional.
Víctor Andrés Maldonado es licenciado y MBA por ESADE. Fue funcionario de las instituciones de la UE durante el periodo 1986-2012.