Pedro Mari Baglietto nació en Éibar en 1935 y fue un hombre libre. Antes de comenzar su actividad empresarial estudió Humanidades en el Seminario. Un acervo cultural notable y una lucidez a prueba de sangre le acompañaron hasta su muerte. Conocí a Pedro Mari a través de nuestro querido amigo común, el histórico resistente Patxo Unzueta, allá por 2011, y tuve la suerte de ser su amigo. El destino ha querido que Pedro Mari y Patxo hayan fallecido en este mes de junio de 2022.
Muchos años antes de nuestro primer encuentro leí su libro “Un grito de paz. Autobiografía póstuma de una víctima de ETA”. En este texto que combina ensayo literario con auto-ficción, Pedro Mari narraba los últimos días de vida de su hermano Ramón, así como otras historias familiares. En el magistral prólogo del libro, Patxo Unzueta repasaba el árbol genealógico de los Baglietto recordando que uno de los líderes de ETA Militar fue Eugenio Etxebeste “Antxon”, primo carnal de Ramón y Pedro Mari. Ramón era simpatizante de la Unión de Centro Democrático cuando fue asesinado por ETA el 12 de mayo de 1980.
La primera vez que estuve en el domicilio de Pedro Mari fue en el año 2011. A las afueras de Madrid, en la entrada de su chalet había un letrero en el que ponía: “Arragüeta”, pues así se llamaba la calle de Éibar en la que se crió junto a sus hermanos. Me acordé entonces del “Rosebud” de Ciudadano Kane. Supongo que Pedro Mari no quiso olvidar esa infancia marcada por la guerra, pero su recuerdo del pasado era elaborado siempre con calma y con humor. El motivo por el que acudí a verle fue mi deseo de escribir un guion cinematográfico sobre la vida de su hermano Ramón. Y así lo hice. Planteé el texto con una estructura de tragedia griega, como si las charlas de Pedro Mari contando su historia en un colegio fueran el prólogo, los estásimos y el éxodo. Y los episodios – con saltos temporales – mostraran la intrahistoria de Ramón, su mujer Pilar Elías, su inseparable amigo José Txiki Larrañaga y otros compañeros de la UCD (la mayoría asesinados por ETA). A Patxo le encantó la primera versión del guion. Pedro Mari y yo hablábamos de cine y literatura, y finalmente acabábamos discutiendo sobre dios, el sexo, la muerte, el equipo de fútbol del Éibar o el Club Ciclista Eibarrés, del que fue presidente.
En estos últimos años apenas pudimos vernos. Me consuela en cierto modo saber que vio dos veces mi película “Traidores”. Y me llamó emocionado. Con Pedro Mari la noción del tiempo se esfumaba discretamente. Lo que iba a ser una breve charla se convertía en un animado coloquio de horas, en el que aparecían y desaparecían los parientes. Era imposible no quererlo.
Pedro Mari Baglietto renegó siempre de la agresividad verbal y contribuyó con su testimonio a hacer pedagogía democrática en este país. Desde que se jubiló, acudió a numerosos institutos de España para dar charlas en las que desvelaba su historia con abrumadora sencillez. Siempre trató de inculcar a los jóvenes el respeto a la vida y manifestó en cada charla su rotunda oposición a la pena de muerte. Con motivo de la polémica sobre la Doctrina Parot, a pesar de su tragedia personal, Pedro Mari entendía que no podíamos juzgar a los asesinos de manera retroactiva y que el Estado de Derecho debía prevalecer siempre sobre las pulsiones mortíferas que anidan en los seres humanos. Siempre intentó sacar “algo positivo de la terrible tragedia” contando su experiencia a los más jóvenes. Pensaba que de ese modo contribuía a deslegitimar la violencia y a combatir el olvido. Dar testimonio de la tragedia se convirtió en su obligación moral, y así se presentaba ante los alumnos: “Venimos sin ningún ánimo de venganza, sin ningún reproche. Venimos, más bien, a hacer pedagogía de la no violencia, de la no venganza, y a fomentar el Estado de Derecho para combatir la violencia”.
Cuando cumplió ochenta años en enero de 2015, los hijos de Pedro Mari le organizaron una fiesta sorpresa. Allí acudimos decenas de personas, entre ellos el Patxo Unzueta, su mujer Carmen Basauri, José Mari Calleja, y yo mismo. Hubo momentos de recuerdo para Ramón, el artista de la familia. En el negocio familiar, Ramón era el que se ocupaba, entre otras cosas, de la decoración. Era el “manitas” de la familia. Pedro Mari, en cambio, era el “manazas”.
Al pensar en el asesinato de Ramón siempre me acuerdo de las tragedias de Esquilo y Sófocles, como si ETA fuese una maldición lanzada por los dioses de la “identidad”. La “hamartía” (error trágico) de Ramón fue salvar la vida a un bebé que dieciocho años después le daría el tiro de gracia. “Algo habrá hecho” – decían entonces los cómplices y los equidistantes. Efectivamente, si algún pecado o alguna “hybris” (arrogancia) cometió Ramón fue salvar una vida. En las elecciones municipales de 1995 Pilar Elías – viuda de Ramón – fue elegida concejal por el Partido Popular en Azcoitia. Pilar fue la única concejal que obtuvo este partido en dicha convocatoria electoral. En marzo de 1999 Pilar recibió una carta bomba, atentado del que salió ilesa. Vivió con escolta durante años. En 2006 Kándido Aspiazu – autor material del asesinato de Ramón – puso una cristalería justo debajo de la vivienda de Pilar.
Lector infatigable de prensa y novelas, Pedro Mari me dijo que tenía dos sueños en la vida: publicar un libro y acostarse con Sofía Loren. No sé si pudo cumplir el segundo deseo, pero el primero lo hizo con arte, rigor y una humanidad a prueba de tiros y bombas. Si hay algo que define a mi querido Pedro Mari es la heterodoxia. Era un hombre opuesto a cualquier sectarismo, moderado en sus posiciones ideológicas pero firme en sus convicciones democráticas. Hoy me consta que muchas personas de trayectorias vitales dispares e ideologías muy diferentes lloran la muerte de Pedro Mari y de Patxo. Y siento que tenemos una deuda moral con ellos, y con muchos otros como Pilar Elías, Juncal Sánchez Aranaz (recientemente fallecida), o José Mari Calleja, que supieron vivir manteniendo la dignidad por encima del miedo.