LA VOZ MÁS ALTA

Ignacio Camacho-ABC

La derecha no triunfará con un mapa televisivo desequilibrado bajo la completa hegemonía ideológica de sus adversarios

UN Russell Crowe irreconocible, gordo como si lo hubiesen inflado con una bomba de bicicleta, da vida en la serie de moda a Roger Ailes, el controvertido gurú que al fundar Fox News cambió el sesgo de la televisión americana. Ailes era un tipo tan inteligente como despiadado, un depredador en el plano sexual –por ahí acabó su carrera– y en el político, terreno en el que como asesor de varios presidentes republicanos introdujo la destructiva semilla del populismo. Su gran intuición, sin embargo, fue la de comprender que la izquierda –allí, el Partido Demócrata– dominaba la opinión pública a través de las grandes cadenas mediáticas, y que esa hegemonía sólo podía romperse usando las mismas armas. Para eso le sirvió Fox, a la que su temperamento excesivo envolvió en un sectarismo truculento, demagógico, inaceptable desde cualquier prisma ético. Pero su diagnóstico fue correcto: los grandes marcos de decisión electoral se crean en los platós, no en los debates del parlamento.

La falta de comprensión o de interés por este asunto fue una de las claves de la caída del marianismo. Aznar, quizá por su proximidad a Murdoch, intentó de manera desmañada y abrupta propiciar un cierto equilibrio en el mapa televisivo; Rajoy, en cambio, no se preocupó lo más mínimo mientras su vicepresidenta, ignorando dictámenes de la Comisión de Competencia, arbitraba un reparto monopolístico que acabó entregando a sus adversarios la agenda exclusiva de los mensajes políticos. No sólo en los informativos, sino en toda la panoplia de contenidos. Desde los concursos hasta las comedias, los valores de la derecha y el liberalismo salen demolidos y vapuleados hasta en los detalles más nimios. Por el contrario, el control de la tele pública –el de las privadas ya lo tenía por cortesía sorayista– fue una de las primeras preocupaciones del sanchismo, siempre atento a los factores propagandísticos.

No es cuestión de abogar por una Fox a la española: el periodismo es incompatible con esa clase de adulteraciones irrespetuosas, aunque sobren ejemplos de falta de escrúpulos a la hora de ejercer la dominancia ideológica. Se trata, simplemente, del ejercicio de la misma pluralidad que rige en la prensa o las ondas radiofónicas, y que fue abolida de facto en el espacio audiovisual –un sector regulado, no se olvide– por razones bastante borrosas. Sin igualdad de condiciones, el paradigma liberal está condenado a una irrelevancia social desoladora, mientras las ideas rivales disfrutan de una supremacía extensiva y cómoda. En un combate descompensado, con árbitro parcial y la simetría rota, la izquierda se impone como una apisonadora.

El protagonista de «La voz más alta» es –fue– un personaje antipático, escabroso, desagradable. Pero acertó en lo esencial, en la necesidad de disputar batallas culturales sin resignarse a una posición subalterna frente a sus contrincantes.