Florentino Portero-El Debate
  • En estas circunstancias es normal que surjan directorios como el G5, porque hay que reaccionar, debemos tomar decisiones y sólo serán posibles si hay un previo acuerdo entre los estados de referencia. Para los españoles el problema es que no formamos parte de él, porque hemos dejado de ser un socio fiable

Durante mucho tiempo los dirigentes europeos confiaron en la ‘balanza de poder’ para evitar la guerra. Se trataba de equilibrar fuerzas para disuadir a la otra parte de iniciar un conflicto a la vista de la inseguridad en la victoria. Eran aquellos tiempos en los que las grandes potencias europeas establecían directorios para marcar la dirección a seguir, mientras se sucedían coaliciones en torno a esta o aquella amenaza. Tras la II Guerra Mundial tratamos de superar esas prácticas mediante la instauración de un orden internacional que, a través de normas e instituciones, garantizara derechos y recondujera crisis por la vía diplomática para así evitar el estallido de guerras. El derecho es civilización y, con todos los peros que se quiera, el mundo se hizo más vivible.

Aquel orden internacional ya no está vigente, pero le han sobrevivido instituciones sobresalientes, como la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o la Unión Europea (UE), que buscan su acomodo a unas nuevas circunstancias. Son pocos los que reclaman su desaparición, pero muchos los que reconocen la necesidad de cambios significativos para que puedan continuar siendo útiles.

El pasado sábado los ministros de defensa del Grupo de los Cinco (G5), compuesto por Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia y Polonia, se reunieron para tratar sobre medidas propias de sus departamentos, que urge aprobar y que van desde la Guerra de Ucrania a la mejora de la coordinación interna. El problema es que este grupo es informal, no forma parte de la OTAN o de la UE. En ambas organizaciones hay una tradición de reuniones informales entre los representantes de los estados más relevantes, justo antes de la celebración de cumbres. Tras el trabajo diplomático ordinario llega el momento de afinar posiciones políticas, cerrando consensos antes de la reunión a 27 o 32. Pero este no es el caso.

Tanto la OTAN como la UE están pasando por un momento delicado. Los europeos tienen que asumir, ¡ya iba siendo hora!, su responsabilidad en materia de defensa. Las diferencias entre sus gobiernos son importantes y negociar a tantas bandas es imposible. El resultado es que se impone el sentido común y resurgen los directorios. El G5 es sencillamente la reunión de los estados de mayor tamaño y sentido de la responsabilidad en busca de acuerdos que permitan, llegado el momento, encauzar las negociaciones en la OTAN o la UE. Pero si resulta que lo sensato es recurrir a instrumentos propios del siglo XIX debe ser porque algo no estamos haciendo bien o, si se prefiere, porque las organizaciones que en su momento creamos para ordenar la actividad internacional ya no resultan adecuadas.

Si los europeos tenemos que asumir mayor responsabilidad y protagonismo, particularmente en las relaciones con Rusia, la OTAN puede no ser el lugar más apropiado. Allí Estados Unidos está presente y es público el interés de su gobierno en llegar a acuerdos con Moscú para dividir Ucrania, lograr un entendimiento sobre cómo actuar en el Ártico y cómo acceder a las materias primas rusas. Esas no son las prioridades europeas. Por otro lado, la Comisión Europea carece de competencias en materia de defensa y vive bajo la presión de un Parlamento Europeo muy fragmentado.

El resultado es que siendo mucho y muy importante el camino recorrido desde el Tratado de Roma, el proceso de integración europeo no ha alcanzado el punto en el que podamos hablar de verdad de una acción exterior común. En las ensoñaciones sobre una Europa ‘actor estratégico’ no vale la pena perder ni un minuto. Podemos discutir sobre la conveniencia o no de avanzar en esa dirección a la vista del fin del orden liberal internacional, de la revisión en profundidad de la política exterior de Estados Unidos y de los problemas que nos plantean China y Rusia, pero la realidad es que las formaciones políticas antieuropeístas crecen por doquier, ante la falta de confianza en las elites tradicionales.

En estas circunstancias es normal que surjan directorios como el G5, porque hay que reaccionar, debemos tomar decisiones y sólo serán posibles si hay un previo acuerdo entre los estados de referencia. Para los españoles el problema es que no formamos parte de él, porque hemos dejado de ser un socio fiable. Por historia, tamaño, importancia económica y situación geográfica somos uno de los pilares del Viejo Continente. Sin embargo, para nuestros iguales, como para nuestros conciudadanos, España es hoy un problema, para sí mismo y para los demás. Crisis de unidad nacional, cuestionamiento de la independencia judicial, corrupción y una política exterior que, de manera creciente, da la espalda a Europa para alinearse con el Grupo de Puebla, el narcoestado bolivariano, el islamismo o para ponernos al servicio de los intereses geoeconómicos chinos. En estas condiciones es imposible que volvamos a estar en el núcleo del proceso de decisión y lo malo es que nos jugamos mucho en ello.