- La duda sobre si el líder socialista es corrupto está despejada en su contra desde 2018
Ha tenido que llegar The Times a definir a Pedro Sánchez con el apodo oportuno, que de haber sido utilizado por El País aquí, hace tiempo, le hubiera ahorrado muchos problemas y bochornos a España: Don Teflón, apodo del mafioso John Gotti.
A la vergüenza mediática de haber presenciado, durante años, cómo un coro rociero de medios subvencionados y de Jésicas y Jésicos de las tertulias colocaban la propaganda de Sánchez y le ayudaban a fabricar coartadas indecentes para escapar de las escenas de los crímenes y perseguir a quienes intentaban resolverlos; se le añade así el aleccionamiento exterior.
Tiene bemoles que la prensa inglesa se preocupe más por los españoles que una parte de la nativa, bien compensada, es cierto, por esa otra que llevamos siglos señalando los múltiples abusos y soportando por ello señalamientos, insultos, bulos y coacciones.
El abismo existente entre lo que España y Europa piensan de Sánchez y lo que Sánchez y sus feligreses piensan de sí mismos es abrumador, y se resume en el contraste entre ese demoledor editorial de The Times, tan parecido a tantos de El Debate, y la convocatoria desde el propio PSOE de una manifestación el próximo 5 de julio para exaltar al líder acosado por la ultraderecha, en la que no se esperan aglomeraciones.
Todo ello al menos tiene una virtud, que evidencia la alocada réplica de Sánchez, hilarante y dramática a la vez: ya no tiene miedo solo a perder el poder, que es cosa de tiempo; sobre todo lo tiene a acabar él mismo en el Tribunal Supremo, la última parada de su huida hacia adelante si los indicios de financiación irregular del PSOE se terminan confirmando, algo cada vez más probable: no se conoce caso de comisionista de obra pública que no haya comenzado su carrera criminal sin ser, en primer lugar, el recaudador del partido.
Aunque el morbo de conocer la relación exacta de Sánchez con la corrupción tradicional es inmenso, la duda sobre si es un corrupto ya se despejó desde 2018. Porque también es corrupción comprarse la Presidencia con un intercambio de favores de la peor especie.
Alquilarse la Presidencia a cambio de una amnistía es corrupción, con independencia de que en el sobre no haya fajos de billetes sino hojas del BOE. Sánchez es un corrupto de libro, la X de la trama en concreto, por convertir la política en un negocio oscuro, al margen de las leyes, las normas, las responsabilidades elementales, la ética y la estética.
Todo en él ha sido corrupto desde el primer momento, cuando aceptó llegar al poder pagando un precio inasumible para España, a sabiendas de las consecuencias que eso iba a tener, del precio infame que iba a tener que pagar y de la deformación sideral del Estado de derecho que iba a tener que provocar.
Es corrupción amnistiar a delincuentes, liberar a etarras o condonar deudas para revocar el designio de las urnas. Y es corrupción adaptar las instituciones del Estado a ese delirio, colocando a un esbirro en cada una de ellas para dar apariencia de legalidad al burdo atraco perpetrado por una recua de malhechores y blanqueada por quien más esfuerzos debía haber hecho para frenarlos.
Sánchez es la corrupción personalizada porque ha pagado y traficado con la propia democracia, arrancando artículos de la Constitución y del Código Penal para contentar a los extorsionadores por los que se ha dejado secuestrar. Que luego además sea un corrupto clásico o tenga responsabilidad por haber tolerado, protegido y promocionado a los chorizos, lo veremos quizá en fechas venideras. Pero nada cambia la evidencia de que el jefe de los corruptos y el mayor corruptor y corrompido es él.