Carlos Rodríguez Braun, EXPANSIÓN, 28/11/11
El mejor libro escrito sobre el Gobierno de Smiley, o, como dijo Esperanza Aguirre, “esta pesadilla”, es el que firma mi colega matinal en Herrera en la Onda en Onda Cero, el destacado periodista Santiago González: Lágrimas socialdemócratas (La Esfera de los Libros). Como suele suceder con el socialismo, el texto admite al menos dos lecturas: la ridícula y la escalofriante.
Lejos de mí ignorar o despreciar la primera: la izquierda, en efecto, tiene muchísima gracia, y el lector no podrá evitar la carcajada ante las ironías del autor y ante las majaderías del “desparrame sentimental del zapaterismo”, como reza el subtítulo de la obra. Pero lo crucial es el proyecto antiliberal acometido por Smiley y sus secuaces, siempre en nombre de la primacía moral y el cuidado de los débiles, pero siempre concretado en una combinación de opresión y engaño.
No se trata, por tanto, de un Bambi, de un animalito inocente, ni de expresiones tontas o vacías: se trata de una carga de profundidad contra la convivencia, de un rechazo a la libertad y sus instituciones: “Las palabras han de estar al servicio de la política; no la política al servicio de las palabras”, proclamó Smiley. Anota González: “el pensamiento de Zapatero no descansa en argumentos, sino en eslóganes, construcciones de palabras como irisadas pompas de jabón”.
El sentimentalismo narcisista de la izquierda (optimismo sin escrúpulos, diría Scrutton) les impide cualquier reconocimiento de sus defectos: como son tan buenos, no pueden hacer nada malo: si venden armas, son armas que no matan; pueden insultar a los demás, pero se ofenden sobremanera si creen que no son respetados. Cualquier violación de la libertad que ejecuten, cualquier atentado contra los derechos y las instituciones de la sociedad, estarán siempre justificados porque brotan de los buenos sentimientos, que la izquierda monopoliza, como sentenció Smiley: “Los valores de la derecha cotizan en la bolsa, mientras que los valores de la izquierda cotizan en el corazón”.
Y en este apogeo de la moralización de la política, hay algo omnipresente: la falsedad. El socialismo es manipulación, distorsión e impostura, desde la inocua pero reveladora y sistemática invención de autobiografías hasta los letales engaños perpetrados en nombre de la lucha contra el terrorismo, pasando por su voceado pero falso feminismo.
Santiago González es economista, pero con certera percepción denuncia que la gestión económica no es lo peor de Smiley: “el daño profundo ha sido político: el que se ha producido en la convivencia entre españoles con la voladura incontrolada de los acuerdos de la Transición, resucitando la inquina entre las dos Españas”.
De los muchos ejemplos que cita, mi preferido a la hora de condensar la adulteración sectaria de la historia vestida de progresista tolerancia es la de la Asociación para la Memoria Histórica, que abrió con solemnidad reivindicativa una fosa de la Guerra Civil, y al descubrir que allí había enterrados muertos de los dos bandos… se desentendió de los esqueletos!
Carlos Rodríguez Braun, EXPANSIÓN, 28/11/11