Cristian Campos-El Español
Que si los informes eran de calidad porque incluían fotografías. Que dónde están las decisiones favorables al Barça. Que los informes llegaban donde tenían que llegar. Que el vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros no tenía capacidad para alterar el resultado de los partidos. Que si la catalanidad abierta al mundo. Que si aquí la víctima es el Barça. Que si el Real Madrid es el equipo del régimen. Que si Franco.
La monserga nos la sabemos de memoria porque la burguesía catalana lleva un siglo tocando la misma canción, pero a Joan Laporta hay que reconocerle su pericia para incluir en una sola rueda de prensa todos los grandes éxitos de la Insufrible Llorera. Esa burguesía construyó la Barcelona modernista con el dinero del esclavismo caribeño, pero tal es la turra que aún debe de quedar algún descendiente de esclavos en Cuba que se sienta culpable por lo mal que trataron sus antepasados a su amo catalán.
Eso fue el procés, de hecho. Una rebelión de los señoritos contra el servicio doméstico, que les oprime sirviéndoles la tortilla de fesols en español, renegando del C1 de catalán que le exigen para trabajar o pidiéndole explicaciones por la compra de árbitros.
Los políticos catalanes se alzaron contra la democracia porque la Constitución les tira de la sisa, la familia Pujol expolió Cataluña porque los servicios a la patria no pueden salir gratis, Cataluña salió del franquismo como la región más rica de España porque Franco les oprimía y el Barça pagó 7,3 millones de euros al vicepresidente de los árbitros porque los árbitros benefician al Real Madrid. ¿Detectan un patrón?
Todos los españoles saben por qué pagó el Barça a Negreira de la misma forma que todo el mundo sabe que topar el precio de los alquileres subirá los alquileres, que los 50.000 pisos de la Sareb son cochiqueras sin ventanas o que Yolanda Díaz es una máquina de fabricar parados. Pero lo relevante hoy no es la realidad empírica sino a qué mentira deciden aferrarse aquellos que van a decidir sobre la ley de vivienda, los pisos de protección oficial, el mercado laboral o la compraventa de árbitros españoles.
Permitan que les haga un espóiler. El futuro del F.C. Barcelona no se va a decidir en el terreno deportivo, sino en el político. Y ahí, en ese pantano donde los intereses del cacique al mando son la única norma de normas (hay que llevar cuidado, Cayetana, cuando se defiende la Constitución sin saber primero cuál es la Constitución hoy), sólo hace falta echar un vistazo a los precedentes para saber qué ocurrirá con Gaspart, Laporta, Rosell, Bartomeu y su dopada criatura.
Que es lo mismo que ha ocurrido con Pujol, Mas, Junqueras, Puigdemont y su dopada criatura. Esa Cataluña cuyo único auténtico rasgo diferencial no es la lengua, sino su capacidad para comprar una y otra vez al árbitro sin que el resto de jugadores haya levantado ni una sola vez la voz más allá de algún aspaviento de compromiso 100% retórico. Por eso uno, que conoce su tierra y sobre todo a sus expaisanos, acaba pensando: sarna con gusto no pica y con tu pan te lo comas, españolito.
De momento, este año se han llevado La Liga. Por legales.