Arcadi Espada-El Mundo

Mi liberada:

Es extraño, pero habrás visto que el ministro de Cultura, José Guirao, no ha dimitido, a pesar de que yo se lo exigiera públicamente a las pocas horas de ser nombrado. Me parece una falta de consideración notable. No hacia mí, desde luego, que solo soy el intérprete del sentir recto. Sino por los que sienten recto, y no tengo mayor problema en incluirte. Hace un par de años aquel Guirao acudió a la presentación de una asociación llamada Capital Animal y sentado al lado de una de sus promotoras, Concha López, dijo unas cosas realmente asombrosas sobre los animales y el hombre: «Hay que empezar a considerar a los animales iguales en todo. Iguales en inteligencia, sensibilidad, en derecho a la vida». Este tipo de afirmaciones, asombrosas pero convencionales en el llamado animalismo, arrancan de un error paradójico que define bien la célebre frase de Dawkins: «Nosotros no venimos del mono, sino que somos monos». Así pues, como animales, respetamos el derecho a la vida, hasta que es imprescindible no hacerlo, para comer o en defensa propia. Y, como animales, formamos parte de una trama de inteligencia y de sensibilidad diversas, en absoluto iguales. De ahí que el animalismo más que de antihumanista deba ser más precisa y paradójicamente calificado de antianimal.

El objeto de esta carta, sin embargo, no es la exposición y crítica del pensamiento del nuevo ministro de Cultura, tan religioso y franciscano amante de las bestias, principalmente perrillos, de los que como confesó en la presentación citada no puede hablar «con serenidad». El objeto de esta carta es examinar el lugar de las convicciones. Nada mejor, para empezar, que el preámbulo de la ley 18/2013, para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural. Es la ley que salvo improbable rasgo de convicción guiará a partir de ahora los pasos del ministro en este asunto. La almendra del preámbulo es esta: «La Tauromaquia es un conjunto de actividades que se conecta directamente con el ejercicio de derechos fundamentales y libertades públicas amparados por nuestra Constitución, como son las de pensamiento y expresión, de producción y creación literaria, artística, científica y técnica. Y resulta evidente que la Tauromaquia, como actividad cultural y artística, requiere de protección y fomento por parte del Estado y las Comunidades Autónomas». La protección y fomento compete al ministro de Cultura y en este caso a José Guirao. No hay tauromaquia sin la muerte del toro. Y lo que se sabía hasta ahora de Guirao es que está profundamente en contra de que los animales mueran a manos del hombre. No en vano se encontró un día por Gredos a unos cazadores que venían de matar cabras y cuando les afeó la conducta los cazadores se justificaron diciendo que había sobrepoblación de cabras. Aquel Guirao les contestó que también había sobrepoblación humana y no por eso, no por eso.

A la concurrencia en un mismo hombre de la ley 18/2013 y del apoyo al animalismo respondía el otro día el ministro aquí en EL MUNDO diciendo que estaba partío. Y exagerando, o sea degenerando, que es como se llega a ministro, añadía: «He estado en los toros miles de veces. Mi abuelo paterno era taurino y mi padre también. Luego cuando tuve uso de razón ya fui yendo menos». Miles y antes del uso de razón. Este hombre no puede hablar con serenidad. Continuaba: «Desde el punto de vista personal soy un defensor de los animales, aunque no un animalista radical. Pero como ministro de Cultura tengo que entender y valorar la Tauromaquia y el mundo de los toros. Es una contradicción como otras muchas que tendré». Presumir de contradicciones es una de las más elegantes vacuidades del hombre moderno. Una contradicción es la acción de dos proposiciones que recíprocamente se anulan. Lo que daría como resultado que no existen ni el Guirao animalista ni el Guirao tauromáquico y la difícil pregunta entonces es qué Guirao existe. Su problema, además, no tiene tampoco resolución desde el arte. Aquella tarde en La Casa Encendida Guirao quemó realmente todas las naves. Durante el coloquio alguien le preguntó por Damien Hirst. Contestó que era un mal artista, un loco que despedazaba animales y el epítome de la corrupción del arte. Quizá. Pero ya ministro, y preguntado de nuevo por sus contradicciones, dijo el viernes a El País: «Soy un claro y sincero defensor de los animales, sobre todo de los mamíferos, que son los más cercanos. Por otro lado, entiendo lo que es el arte de la tauromaquia, su tradición, su implantación». Dejemos la cercanía mamífera, un poquito desviada de la hormiguita franciscana. Llama Guirao arte a la tauromaquia. ¡Arte! Arte al despedazamiento sostenido de miles de animales por cientos de mini hirsts. Arte, en fin, es lo que tiene nuestro ministro.

Yo no habría querido escribir todo esto, porque trato de no cargar la suerte: no soy Rafael Ortega («y tan engrapado el torso sobre el toro que los hombros y la cerviz venían a quedar casi a la altura de la moña y la montera: muy abierto el compás, desbraguetado, encimado, recargando, largando en el embarque todo el trapo y dejándolo arrastrar, barrer, casi una cuarta por la arena, bajo el húmedo hocico resoplante del animal embebecido», oh, grande, grandísimo, Rafael Sánchez Ferlosio, a ti te honro). A mí me habría gustado que esta carta te la hubiera escrito, por ejemplo, la señora Concha López, una de las impulsoras de Capital Animal, que se sentó aquella tarde al lado de aquel Guirao y que asentía con apariencia complacida a sus palabras. El viernes la llamé para preguntarle por las contradicciones del ministro, pero debió de tener tal susto que, tras decirme que ya me llamaría ella, que estaba trabajando (¡y es periodista!), no ha debido de recuperar el habla. Tengo un gran interés por saber lo que dice Capital Animal. Al fin y al cabo aquel Guirao no se limitó a las palabras, sino que a través de la Fundación Montemadrid –cuya presidencia ejercía– ayudó a financiar sus actividades, baratas, todo debe decirse.

Ahora José Guirao financiará las actividades de los torturadores de toritos. Iguales en todo. Iguales en inteligencia, sensibilidad, en derecho a la vida. No, no se trata de una contradicción. Hay algo más que contradicción en el activista contra la pena de muerte que de pronto da el enterado. Y ojo conmigo, porque tengo con qué acallar cualquier réplica a esta analogía: «Iguales en todo».

Esta semana hemos cambiado de ministro de Cultura. Moralmente hemos perdido.

Y sigue ciega tu camino

A.