La presencia de Carles Puigdemont en el sur de Francia convoca a miles de separatistas para el enésimo autoengaño del independentismo.
1. El título de este artículo no es mío –por desgracia porque es brillante– sino de Paco Mariño. Mariño ha logrado sintetizar en sólo unas palabras la mejor conclusión posible para el acto propagandístico de Carles Puigdemont en Perpiñán.
2. Antes, los españoles viajaban a la localidad del sur de Francia para ver El último tango en París. Ahora viajan a ella para ver El último tongo de Puigdemont.
3. En 1972, los españoles viajaban a Perpiñán para escapar de la mojigatería del régimen franquista del Caudillo. En 2020, los catalanes nacionalistas viajan a Perpiñán para rendir pleitesía a su caudillo regional, que no es más que un prófugo de la Justicia.
4. Al menos la de 1972 era una causa noble, amén de divertida. La de ahora, ni lo uno ni lo otro.
5. Puigdemont fue recibido por los suyos en Perpiñán al grito de «bienvenido a Cataluña». Con estos agrocarlistas catalanes no te puedes despistar ni un segundo porque te invaden Francia en menos de lo que canta un gallo. Gallo francés, por supuesto.
6. La teoría conspinoica de la mañana fue la que acusaba a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado de provocar colas de más de seis kilómetros en la frontera para impedir a los acólitos de Puigdemont llegar a Perpiñán.
7. Pues menudos rebeldes, esos que no soportan una simple cola de seis kilómetros. ¿Se imagina alguien a George Washington renunciando a cruzar el Delaware con la excusa de que el agua está demasiado fría?
8. En cualquier caso, el movimiento inteligente no era el de impedir la salida de España de los separatistas, sino el de impedirles el retorno. A ver qué tal se las apañaban en ese sur francés que ellos consideran suelo nacional.
9. Como dice el diputado de Ciudadanos Nacho Martín Blanco, el acto de Puigdemont, que se califica a sí mismo de «exiliado», no fue más que una grotesca caricatura de aquellos españoles que sí padecieron un exilio real. Como Josep Tarradellas.
10. El acto de Puigdemont tuvo que retrasarse una hora para dar tiempo a que pudieran llegar los atascados en la frontera. Como decía alguien en Twitter, «es didáctico que los que inventan nuevas fronteras sufran lo que puede significar».
11. Mención aparte para el alcalde de Perpiñán, el gaullista Jean-Marc Pujol, viejo defensor del colonialismo francés en Argelia, dando la bienvenida a su ciudad a alguien que pretende apropiársela en razón de unos delirios expansionistas basados en la existencia de unos supuestos «países catalanes».
12. La paradoja saltaba a la vista: Jean-Marc Pujol llevaba, como alcalde francés que es, una banda con la bandera francesa cruzada sobre el pecho. Es probable incluso que prefiriera ser desollado vivo antes que dejar de ser francés para pasar a ser catalán.
13. Por no decir lo que haría Jean-Marc Pujol con un hipotético Puigdemont francés que quisiera romper Francia.
14. Pero no le restemos importancia a su paripé: Jean-Marc Pujol es un alcalde francés que recibió con honores a un prófugo de la Justicia español acusado de alzarse contra la democracia.
15. El Gobierno francés no haría la vista gorda, bajo ningún concepto, frente a una humillación similar por parte de un alcalde español. De momento, el Gobierno del PSOE y de Podemos no ha mostrado la menor incomodidad por el insulto de Jean-Marc Pujol.
16. Junto a Puigdemont viajaron a Perpiñán Toni Comín y Clara Ponsatí. Allí les esperaban Quim Torra y Artur Mas. Una representación nacionalista de alto nivel: tres prófugos de la Justicia y dos inhabilitados por los tribunales. Sólo faltaba algún contratista de la Generalidad para completar tamaño retablo de las maravillas.
17. El acto de Puigdemont hay que entenderlo en clave interna: es el primer acto electoral de JxCAT para las próximas elecciones autonómicas catalanas.
18. Nada que añadir a lo dicho por Manuel Valls aquí…
19. …aunque sería de agradecer un gesto contundente por parte de Emmanuel Macron, como pidió aquí Cayetana Álvarez de Toledo.
20. Una de las costumbres más chocantes de los líderes separatistas catalanes es esa que les lleva a castigar a los más fieles de sus acólitos con conciertos de los cantantes más aburridos del sur de Europa. Ayer, esos cantantes fueron Lluís Llach, Roger Mas y Gerard Jacquet. Si no los tienen muy escuchados, no lo intenten y sigan así de felices.
21. Lo de Puigdemont es tongo, pero lo de Comín es otro nivel. «Me vuelvo a dirigir al Gobierno español, que quiero pensar que no es franquista» afirmó un acusado de alzarse contra la democracia. También dijo Comín: «Nos aplicaron el 155 que Manuel Fraga apoyó después de la dictadura».
22. La historia de España contada por un catalán nacionalista cabe en un folio y sobra espacio para el dibujo de un muñeco de palotes.
23. El nacionalismo catalán nunca ha brillado por su modestia, pero lo de ahora roza el esperpento. «Ahora somos eurodiputados, lo podemos decir y están entendiendo que el conflicto catalán no es un problema en Cataluña, es un problema en Europa» dijo Comín.
24. En realidad, y según explican fuentes del Parlamento Europeo en conversación con EL ESPAÑOL, «Cataluña no es ni siquiera un problema menor en Europa. El 95% de los eurodiputados no sabrían situar exactamente Cataluña en el mapa español o decir qué ocurre en la región más allá de que ‘hay algún problema con los independentistas’. El otro 5% son populistas de extrema derecha. Son esos los que se hacen fotos con Puigdemont y Comín».
25. El catalanismo no es más que xenofobia + complejo de inferioridad. De lo primero hay pruebas casi a diario en Cataluña. Y no en los periódicos, sino en el DOGC, el BOE regional.
26. Para confirmar lo segundo basta con atender a estas palabras de Carles Puigdemont durante su acto de Perpiñán: «Llevamos escritas en la piel la represión que han vivido generaciones tras generaciones de catalanes«.
27. Dice convocar a 150.000 personas en el Parque de Exposiciones de Perpiñán –la cifra real es diez veces inferior– y Puigdemont se lanza a gimotear sobre los supuestos maltratos al pueblo catalán. No hay mayor prueba, en fin, del sometimiento mental de los nacionalistas catalanes a su propio relato victimista. Debería estar sacando pecho si se creyera sus propias cifras.
28. «Sabemos que no nos pararemos y no nos pararán. No tenemos que esperar a tiempos mejores, porque están aquí. El objetivo de la República Catalana es algo mayoritario dentro de la sociedad catalana». Hay tantas mentiras en esta frase de Puigdemont que es difícil saber por dónde empezar a desmontarlas.
29. Puigdemont se acordó de Oriol Junqueras y de los presos de JxCAT –que «comparecieron» con unas palabras grabadas para la ocasión–, de Josep Valtònyc, de Julian Assange, de los que bloquean la Avenida Meridiana cada día en Barcelona y hasta de los matones de Alsasua. Los compañeros de viaje del nacionalismo catalán son, en fin, lo mejor de cada casa. ¿Quién no querría construir una nación a partir de las ideas de tan preclaras mentes?
30. Finalmente, Puigdemont llamó a sus acólitos a prepararse para «la lucha definitiva» contra el Estado español. Miles de personas le aplaudieron, convencidas de que «este año sí», mientras TV3, Catalunya Ràdio y la prensa nacionalista se volcaban con ese entusiasmo a prueba de realidad que sólo suele brotar del presupuesto público.
31. El último tongo de Puigdemont resultó ser, en fin, todo un éxito de crítica y público entre el nacionalismo.
32. La mantequilla circulaba, por cierto, con generosidad en Perpiñán. Se llama «república catalana» y cumple la misma función que en la película original de 1972.