IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • Es un error descalificar la idea sin más, pero la propuesta tiene muchos problemas y el momento no es el adecuado

La propuesta lanzada por el vicepresidente Iglesias y la ministra Díaz de establecer una semana laboral de cuatro días (treinta y dos horas) de trabajo, ¿es una gran idea o tan solo una sinsorgada? Pues, de entrada, le diré que sería un error descalificarla sin más, de manera frontal como algunos han hecho. Lo cierto es que desde la construcción de las pirámides la Humanidad ha transitado un camino de constante y creciente reducción del esfuerzo físico y de la duración del trabajo, lo cual ha sido compatible con una, también constante, mejora de las condiciones de vida. Si usted hubiese propuesto en 1837 en el bar del St. James’s Club de Manchester, cuando la jornada laboral era allí de 69 horas y en los EE UU de 78, una de 40 horas como la actual -o de 35 si tiene la suerte de trabajar para el gran Leviatán-, le hubiesen tratado de loco iluminado. Y aquí estamos en esas. ¿Es eso malo? ¡No, qué va, todo lo contrario, es excelente! Máxime cuando hoy hay más gente, trabajando menos y produciendo más, que nunca antes en cualquier momento de la Historia.

¿Produciendo qué? Por esa vía no hay problema dado que las necesidades sociales son infinitas y la apetencia por el consumo -que a tantos escandaliza-, ilimitada. Poseer una bici era un lujo en la China de Mao, luego pasaron a las motos y hoy hay cientos de millones de chinos dueños de un coche y muchos tienen ya dos. Y no se queje demasiado, la prodigiosa rapidez con la que se han descubierto las vacunas del coronavirus, se han empezado a fabricar y se van a distribuir habría sido imposible si no dispusiéramos de un entramado científico e industrial como el actual. El progreso es un todo más armónico de lo que algunos piensan. Hasta el hoy tan denostado plástico ha cumplido una función capital a la hora de alimentar a la Humanidad, protegerla de gérmenes y evitarle enfermedades.

El problema que yo veo es triple. Por un lado, se equivocan quienes piensen que las progresivas reducciones de jornada se han producido solo gracias a las reclamaciones de los trabajadores y a la presión de los sindicatos. Sin duda alguna todo eso habrá acelerado el proceso, pero quien lo ha hecho viable ha sido la evolución -igual de constante e imparable- de la tecnología, que ha permitido crear más valor con un esfuerzo menor.

El segundo error, consecuencia del anterior, consiste en creer que el proceso se puede dirigir desde las alturas. Es decir, que para conseguir una reducción de jornada basta con desear una jornada menor e imponerla desde el Gobierno. Es justo al revés, cada empresa, en cada sector, será la encargada de aplicarla cuando consiga fabricar más con un esfuerzo menor. Habrá quien lo pueda hacer ya y habrá quien todavía tenga que diseñar, invertir y producir productos y ofrecer servicios mejores que los actuales. Por eso no se puede convertir un deseo y una aspiración en una obligación, así a lo bruto, sin matices y sin cumplir los deberes previos.

El tercero es más grave y se ha cometido muchas veces. Ya le he comentado otras tantas que, contrariamente a lo que se supone, el trabajo que puede ofrecer una sociedad concreta en un momento específico no es un stock inmutable y troceable a voluntad. Al contrario, depende de otras muchas variables y entre ellas volvemos a encontrar a los avances tecnológicos. Aquello tan bonito de ‘Trabajemos menos para que trabajemos más’ es una idea tan preciosa como peligrosa, pues podemos terminar sin trabajo para todos.

Por último y como corolario de lo anterior, está el momento elegido para hacer la propuesta. En la economía de la pandemia me parece imprescindible y prioritaria la consecución de puestos de trabajo para quienes carecen de él y para los que se van a quedar sin él, antes que pensar en reducir el trabajo de los que tienen la suerte de disponer de él. Dudo mucho de que esta crisis la vayamos a superar con menos esfuerzo. La vicepresidenta Calviño no puede imitar a la ministra Celaá, que arregla el problema de los suspensos y el abandono escolar temprano dulcificando o eliminando los exámenes. Esto del trabajo no es tan sencillo. Mire las estadísticas.