MANUEL MONTERO, EL CORREO – 09/04/15
· Entre tanta sensiblería, emociones, voluntarismo, hedonismo, purismo y paternalismo la política española da en pueril.
No todos los partidos son iguales, aunque al final hagan lo posible. En España sus diferencias no están en el programa ni en los sujetos que los componen, muchos de ellos de fenotipo mesiánico, sino en la actitud que despliegan. La política en España es, sobre todo, una cuestión de pose. Unos venden sensiblería, otros emoción, aquellos voluntad, alguno paternalismo…
El PSOE nos rodea con su sensibilidad. Es su seña de identidad, mostrar ternura compasiva, conmoverse frente a cualquier estropicio social, detectarlo, buscar la vertiente ñoña de cualquier desigualdad para abrasar al injusticiado con su solidaridad. Su aporte diferencial no está en las propuestas para cambiar nada, sino en su discurso sensiblero, sentirse conmovido con cualquier causa que identifique con los desposeídos o por ello sirva de arma contra ‘esa derecha’, dividiendo el mundo en señoritos altaneros y grupos populares menesterosos. Que ese imaginario sólo exista en el magín de algún estratega cuyos conocimientos sociales no pasan de la puerta de la Casa del Pueblo es harina de otro costal. Se trata de convencer al presunto votante de que la sociedad se parece a su fantasía.
Aunque sean nuevos y sin estrenar, los de Podemos nos han llegado muy marcados en las actitudes que trasmiten, mucho más nítidas que sus propuestas, que mutan con rapidez («todo cambia, nada permanece» dijo el filósofo, pero Heráclito hubiese alucinado con ideas tan efímeras, visto y no visto). Lo suyo es la emoción. Podemos se emociona. Una y otra vez. A Iglesias le emocionan los vídeos de Chávez, la gente que se la juega contra un antidisturbios, se emociona cuando lee en público una carta que le entregó una niña (la pobre); le emocionan también las exclamaciones de apoyo y agradecimiento de los que se encuentra por la calle (también emocionados), así como las «lecciones democráticas» que dio la Asamblea de Podemos. Sus simpatizantes y militantes se emocionan sólo de pensar en la victoria, les emociona imaginar el fin de la casta… Todo es emoción. Si alguna vez ganan, esto va a ser un valle de lágrimas. Deben de pensar que la emoción es la esencia de la sociedad, por lo que proponen un cambio emocional. Se nota que nacieron de las tertulias televisivas. En el espectáculo mediático vale más la emoción que el razonamiento. Incluso más que la sensiblería socialista.
Lo de IU es otra cosa: ni sensiblería ni emoción, al menos no en grandes dosis. Destila supremacía moral, la del que sabe qué hay que hacer para cambiar la sociedad. En general no promete grandes cambios, salvo carriles ecológicos para bicis, pero sí la posibilidad hedonista de sentirse satisfecho con actitudes críticas respecto a la sociedad.
La postura vital de UPyD es de nacimiento. Ofrece purismo. Llegaron como los que nos sacarían de tanta corruptela y extravío político, salvar por la vía de sanar. Bien está, pero de la virtud han hecho vicio y les caracteriza hoy ese purismo atávico por el que quieren estar solos, seguir solos: quieren salvarnos ellos solos. Así se mantendrán puros y salvos, nada mejor para un pureta que acabar sus días tan inmaculado como empezó. Ciudadanos viene a ofrecer una especie de optimismo, actitud novedosa (pues el optimismo antropológico de ZP era para consumo personal, no transmisible) que puede llegar a cansar en política. De momento les sirve para presentarse como bomberos que apagarán los fuegos del bipartidismo. ¿Bomberismo? El límite de la eficacia preventiva salta cuando los incendios son más complejos que lo que explica el manual.
Lo mismo vale para el nacionalismo catalán que para el vasco. La cualidad humana en la que se basan es la voluntad. «Los vascos seremos lo que queramos ser», llegaremos a la soberanía porque así nos sale, queremos votar, qué hay de malo, todo es querer. Sus propuestas programáticas e iniciativas no se basan en análisis ni tienen en cuenta que el prójimo también existe. Todo es cuestión de la voluntad del vasco o catalán nacionalista, de que se acentúe y prospere, el futuro depende de la fuerza de la voluntad. Una variante del voluntarismo nacionalista la representa Bildu, que comparte actitud, pero más a la brava. Identifica la voluntad de los vascos con la suya y con una especie de autenticidad primitivista. Refiere sus propuestas, que son muchas aunque siempre iguales, a la avidez de un pueblo ardoroso, repleto de voluntad por querer desear más.
Aunque no se aprecien motivos para ello, el PP se siente superior, tanto en la oposición como en el Gobierno. Derrocha paternalismo. No sabe bien qué va a hacer, es imprevisor, pero suele adoptar un aire altanero, que le vale para justificar una propuesta y su retirada. De ahí el toque despreciativo con que se refiere a las obras ajenas. Los demás tienen la culpa de todo, incluso de sus errores y fallos. Su paternalismo congénito –el padre no tiene más preocupación que llevar a sus tiernas criaturas por el buen camino, incluso si están en contra, pues las sabe equivocadas– desemboca en adanismo. Nada existió antes de ellos, salvo el caos. El paternalismo es una cruz que gusta y sirve para cultivar la autoestima. De lo contrario, no se entendería el desparpajo de Cospedal, Hernando o Floriano, por citar sólo algunos de los genios que salen de esta lámpara.
Entre tanta sensiblería, emociones, voluntarismo, hedonismo, purismo y paternalismo la política española da en pueril. De la infancia queda también la inocencia: el convencimiento general de que ellos son inocentes. La culpa es de los otros.
MANUEL MONTERO, EL CORREO – 09/04/15