DAVID JIMÉNEZ TORRES-EL MUNDO

NO SE sabe en qué momento un partido pasa de tener fortísimas tensiones internas a tener, sencillamente, almas históricas. Es decir, sectores diferenciados –sea por ideología, por estrategia o por una mezcla de ambas– que comparten siglas en una tensión estable. Cada uno de los bandos participa en la guerra fría pero también ve natural la existencia del otro, sin que esto lleve a nadie a bajarse del barco. Lo que es seguro es que PP y PSOE pasaron ese punto hace tiempo, tanto a nivel nacional como en muchas de sus sucursales autonómicas. Y también que Ciudadanos deberá llegar a ese estadio avanzado de la metafísica partidista si quiere superar episodios como los de las últimas semanas.

Desde luego, las salidas de Roldán y Nart y las declaraciones de Igea y Garicano deberían hacer reflexionar a quienes sostienen que no hay diferencias entre el bipartidismo clásico y lo que se denominó nueva política. Compárese el tono agónico con que se han presentado los disensos dentro de Ciudadanos con el double act que desempeñaron en el PP durante años Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre, o con el eterno tira y afloja entre el PSC y los socialistas andaluces. Compárese también la insistencia en que Cs debe mantenerse fiel a una presunta esencia fundacional para retener a sus votantes con la resistencia a la disonancia cognitiva de tantos fieles del bipartidismo. Por ejemplo, la de quienes creen que el PSOE es un partido de Estado pese a que uno de sus ex presidentes del Gobierno presiona públicamente a los jueces para que ajusten sus sentencias a la conveniencia política.

En todo esto hay algo con lo que los nuevos partidos aún no pueden competir: la lealtad partidista que se construye a través de los años, los entornos familiares y las largas militancias. Pero también hay un esfuerzo continuado por recordar a los votantes que solo este partido (sea el que sea) representa sus intereses y sensibilidad. Este es, sin duda, uno de los aspectos más débiles de la actual estrategia de Rivera. Por otro lado, también está el saber gestionar los debates internos; y en esto Cs haría bien en aprender de los errores de la otra pata de la nueva política. El caso de Podemos y Errejón sugiere que, para que una corriente derrotada se convierta en alma histórica –en vez de derivar en escisión o goteo de cuadros–, conviene que siga desempeñando un papel importante en el partido. Existen pocas pulsiones tan dañinas como la búsqueda de la unanimidad.