- Un primer ministro cuyo único mérito internacional es que sabe inglés, según sus defensores; que lleva tres ejercicios sin aprobar presupuestos, que sigue aumentando el gasto público y ha convertido en irrelevante la posición diplomática de su país…
Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. Ojalá pudiéramos aplicarnos este remoquete, señal sería de que estamos mejor que la admirada Francia y que podríamos prevenirnos, viendo la decadencia de nuestros vecinos del norte, a cuyos ciudadanos llamamos gabachos, en una suerte de represalia verbal por habernos dado con su grandeur en la cabeza durante siglos. Si no fuera porque nosotros tenemos peladas al cero las barbas por un peluquero sin escrúpulos, qué lecciones podríamos tomar de esta coreografía en directo de la decadencia del país del Sena, postrado en el diván desde hace una década y sin hallar una cataplasma para sus males.
La otrora locomotora del euro, junto a Alemania, que vive de las rentas y que no ha arreglado ni uno solo de sus problemas de estatismo e hipertrofia administrativa, ya no puede alardear de esa autoestima nacional, que era inversamente proporcional a la talla de Emmanuel Macron. Todo allí cae en picado, como los valores que no ha defendido, en línea con las capitulaciones que ha hecho Europa en general, es una Francia sumida en un hedonismo sin límites, sin raíces e ineficiente, desde el presidente de la República hasta el último sindicalista. En este contexto, acaba de contemplar cómo roban cuatro quinquis, subidos en una scooter, su fabuloso y simbólico Louvre, ese lugar fortificado del que se han llevado las joyas de una corona guillotinada en nombre de la República que se les está yendo por el sumidero.
Y nosotros vamos a rebufo. Por mucho que el Gobierno de París viva uno de los momentos más delicados de su historia: a uno y otro lado de los Pirineos nadie se salva. De hecho, ha querido la casualidad que ese robo de película de serie B coincida en el tiempo con una etapa parlamentaria nefasta en la Asamblea Francesa, en la que se ha visualizado que para ser primer ministro es mejor abdicar de los principios y someterse a la dictadura del pensamiento único establecido por los sindicatos y los Mélenchon de turno. Que se lo digan a Lecornu, obligado para tomar el poder a renunciar a las reformas que su efímero antecesor, Bayrou, había identificado como imprescindibles para acabar con la esclerótica proporción de la burocracia y los excesos estatales de esa gran nación. Los franceses prefieren que les mientan y han proyectado su fragmentación a un Parlamento imposible que probablemente dé una mayoría para gobernar a Marine Le Pen, cuando Macron convoque elecciones. El intento de presentar unos presupuestos restrictivos que conjuraran su deuda pública, que se eleva al 11,4 por ciento, la tercera más abultada de Europa, fracasó. El primer ministro dimitido proponía a la sociedad un recorte de 44.000 millones y la eliminación de los días festivos. Trabajar más, aumentar la productividad y dejar de cargar sobre los hombros del Estado, la economía del país debería haber merecido la pena. Nada pudo hacer: tuvo que irse.
A esta caída en picado de Francia, contribuye también ver cómo el expresidente de la República, Nicolas Sarkozy, ingresó ayer en la cárcel de La Santé, en pleno barrio de Montparnasse -ya un barrio sin bohemia-, por formar parte de una organización criminal que usó fondos del dictador Gadafi para financiar su campaña electoral. Financiación irregular del partido se llama eso (por si hay alguien al sur de los Pirineos al que le suene esta canción). Aquel amigo de España pasa a engrosar la amplia nómina de jefes de Estado franceses que se las han tenido que ver con la Justicia -Giscard d’Estaing, François Mitterrand o Jaques Chirac- en mayor o menor medida. Pero es novedad que la primera magistratura nacional ingrese en prisión, dibujando así una metáfora imbatible sobre el declive de ese Estado de la revolución que ha perdido sus señas de identidad.
Lindando con este último Estado hay otro, con un primer ministro cuyo único mérito internacional es que sabe inglés, según sus defensores; que lleva tres ejercicios sin aprobar presupuestos, que sigue aumentando el gasto público y ha convertido en irrelevante la posición diplomática de su país; que ya no está en las reuniones para decidir el futuro de Ucrania; que se niega a contribuir a la defensa del continente (para no enfadar a sus socios nostálgicos del telón de acero); que dedica su escasa capacidad negociadora a que la UE apruebe la cooficialidad del catalán en sus instituciones o al cambio de horario; que los servicios jurídicos comunitarios investigan una ley de amnistía elaborada por él y los propios delincuentes; que Estados Unidos lo ha apartado de una operación a gran escala para acorralar a la narcodictadura de Venezuela, por los vínculos con el tirano de un expresidente español; que solo mantiene relaciones con los países comunistas de Latinoamérica; y sobre el que Washington indaga por sus sospechosos contactos con el régimen chino.
Vamos, que no nos queda un pelo en la barba para poner a remojar.