Ignacio Marco-Gardoqui-El Debate
‘Oyo o el caos’. Más o menos esta era la alternativa que debían dilucidar los diputados de la Asamblea francesa ante la propuesta de su primer ministro, François Bayrou. Supongo que su respuesta no ha pretendido elegir el caos, pero el resultado de la votación se aproxima mucho a él. ¿Recuerda aquel chiste de Chumy Chúmez en ‘Hermano Lobo’ en el que un orador pregonaba desde el atril ‘O nosotros o el caos’? Y la masa entusiasmada gritada ‘El caos, el caos’.
El primer ministro Bayrou, de 74 años y sempiterno alcalde de Pau, no solo perdió la votación por 364 votos en contra y 194 a favor. No solo concitó en su contra a un amplio espectro, desde la derecha del Frente Nacional hasta la izquierda insumisa. Es que no le votaron ni siquiera algunos de los diputados de los que sostenían su exigua mayoría. Es el primero que en la historia de la V República cae en virtud de lo previsto en el articulo 49.1 de la Constitución al no superar una cuestión de confianza. Se habían presentado antes en 41 ocasiones, pero todas ellas las ganó el cuestionado. Y eso que el primer ministro había avisado ahora que el futuro del país estaba comprometido, debido al sobreendeudamiento que padecen sus cuentas públicas. ¿Le suena? «Gastamos, -dijo-, pero no volvemos nunca atrás y llevamos 51 años generando déficit. Esto se ha convertido en un reflejo o peor, en una adicción».
¿Le sigue sonando? Para solucionarlo, y una vez agotada la vía de subir los impuestos para aumentar los ingresos, que suponen ya el 51,3% del PIB, una vía que algunos consideran ilimitada, propuso una idea letal: reducir los gastos en 42.000 millones de euros, con el añadido suicida de eliminar dos días de fiesta. Un error garrafal que nuestra sagaz vicepresidenta Yolanda Díaz nunca cometerá. Total, un fracaso glorioso, solo comparable al que logró el premier inglés David Cameron con ocasión del referéndum del Brexit y de consecuencias quizá similares para el vecino del norte.
Bayrou seguía: «Financiamos a crédito los gastos corrientes, los servicios públicos, las pensiones. Nuestro país trabaja y cree enriquecerse, pero todos los años se empobrece un poco más en una soterrada silenciosa, invisible e insoportable hemorragia. Los grupos políticos presentes en la Asamblea tienen el poder de derribar este Gobierno, pero no tienen el poder de borrar la realidad». Y terminaba: «Hemos roto el contrato de confianza entre generaciones». ¿Cómo va la música?
Después, se centró en la fórmula mágica que propone la izquierda de poner un impuesto del 2% a las fortunas superiores a 100 millones de euros, que suponen 1.800 hogares fiscales. Bayrou lamentó que millonarios como Bernard Arnault (cambien aquí el nombre por Amancio Ortega o Juan Roig) se hayan convertido en el blanco emblemático de un pensamiento mágico. «Son como muñecos de vudú en los que clavan agujas, para llegar a su cartera» y avisó de los riesgos de perder sus inversiones y de la facilidades de «escape» que tienen las grandes fortunas. Estoy seguro de que a nadie le importa lo que pueda sucederles a los patrimonios de 100 millones de euros, pero, por si acaso, ahí dejó el recado.
La situación de Francia no es buena. Con un déficit del 5,8% y una deuda sobre PIB del 113% es incluso algo peor que la española. Por supuesto y de momento, la prima de riesgo ya avisa de sus intenciones y se coloca en un nuevo máximo, superando a la italiana e incluso a la griega. Pero la respuesta en la calle fue inmediata: barricadas en las calles y contenedores incendiados por el todo el país. Y eso que perdió la votación y será sustituido por el ministro de Defensa Lecornu (vaya nombrecito…), pero está ya avisado de lo que le espera si continúa en el empeño de recortar gastos.
En muchos países, como el nuestro, recortar los gastos se ha convertido en una actividad suicida y en un imposible metafísico. Nadie está dispuesto a ceder un solo euro porque ninguno queremos renunciar a la pensión, ni estamos dispuestos a recortar las prestaciones sanitarias, ni perder calidad en la educación, ni a disminuir la mínima ayuda social. En ello se unen, con sorprendente comunión, las derechas y las izquierdas. Ya lo dijo el jocoso Jean Claude Juncker: «Todos sabemos lo que hay que hacer para arreglar la economía, pero nadie sabe cómo hacerlo y ganar después las elecciones». Y de eso se trata, claro.