El finado Bueno llamó a Rivera «ajedrecista» y este jaque naranja que sólo deja al rey propuesto por el Rey la salida por el desfiladero de las seis ya famosas condiciones atestigua tal condición. Rivera no sólo toma la iniciativa sino que lo hace sin faltar a la naturaleza de su partido, tan ininteligible para el español goyesco como claro en su pragmática vocación. Ciudadanos es una bisagra, una útil pieza de bricolaje y no una bandera de dudosa hidalguía, y las bisagras se hicieron para el bloqueo como las bicicletas para el verano. No es tan difícil de entender, aunque segundos después de su comparecencia rezongaban en las redes los mismos que rabiaban contra la suficiencia vestal de Riverita, o le atizaban con la lógica cuñada de la hemeroteca, o le acusaban de criptosociata o bien de esconder en la cartera una estampita de José Antonio.
«Porque no confío en este Gobierno establezco estas condiciones», razonó el joven político, confirmando la perversidad de unos tiempos en que la obviedad no sólo exige formulación sino defensa. Pero a Rivera le da igual que le tilden de vendido: ha hecho coincidir el interés general con la satisfacción de sus votantes, y semejante proeza resulta aquí tan inasequible como acertar con la llave en la cerradura cuando regresa uno de la ruta del pacharán, esa que hace del Estado un bar sin techo de gasto y de Moscovici el puerta que nos mira sin empatía.
Nos dicen que hoy Rajoy se comprometerá a todo, incluyendo la reforma electoral, la prenda más preciada. Al acceder, don Mariano culminará la apoteosis lampedusiana de cambiarlo todo para que él siga donde está; creer que no es capaz de moverse tanto para quedarse en el sitio es subestimar al gran maestre del maquiavelismo celta. Al acceder, asimismo, toda la presión recae sobre el jovencito Frankenstein que aún opera en Ferraz entre alambiques y probetas. Son condiciones que ya firmó el propio Sánchez con Rivera: el espejo puede ser cruel hasta con el buen mozo de Mojácar.
Bienaventurados los políticos que optan por la utilidad en lugar de la importancia, pensaría Weber, porque obtendrán ambas.